por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comVenimos de otro tiempo y no por eso pensamos que todo lo pasado fue mejor. Tampoco caemos en el pesimismo discepoliano diciendo que el mundo fue y será una porquería. El mundo es como es: durante toda la historia de la humanidad hubo buenos, malos y cuando alguien descubrió que con un garrote podía someter a uno o varios de su misma especie, comenzó la explotación de los débiles por los poderosos. Tampoco hay dudas de que cuando se impuso el sistema capitalista los ricos hicieron con los pobres lo que se les dio la gana y eso, con sus más y sus menos, llega hasta nuestros días. Seguramente por tantos años de injusticias y necesidades fuimos muchos quienes aún pibes festejamos esperanzados la llegada de un argentino “que se supo conquistar, a la gran masa del pueblo combatiendo al capital”. Desde entonces, siempre que tuvimos oportunidad, los laburantes, los pobres de verdad y los militantes de la causa popular no paramos de cantar esa marchita tan pegadiza y con tanto contenido. Claro que aquí, en nuestra dolorida Argentina, cada vez que qué apareció un gobierno dispuesto a hacer algo por los más humildes, los dueños del poder real, los que siempre son los “cortan el bacalao” por más que haya elecciones de tanto en tanto, acumularon odio y utilizaron todos los medios a su disposición para interrumpir toda posibilidad de que los de abajo alcancemos un lugarcito en el reparto de la torta. Los momentos un poco más justos tuvieron la brevedad de una efímera. En ciento diecisiete años, tomando como fecha el principio del siglo XX para no ir más atrás, los períodos en que el pueblo en general y los trabajadores en particular estuvimos más o menos bien fueron tres:
1945-1955, 1973-1974, y 2003-2015. O sea: el primer Peronismo, el momento en que Juan Perón volvió a gobernar por unos meses hasta su fallecimiento y los años del kirchnerismo. En más de un siglo, un par de decenas de años de felicidad es realmente nada. Seríamos injustos si no recociéramos también la gestión de Eduardo Duhalde de 2001 a 2003, quien después del desastre del radical De la Rúa, recibió un país incendiado y a los tumbos. Junto con Roberto Lavagna, pudo enderezar el rumbo de una Argentina que había quedado al garete.
Claro que el mundo nunca paró su marcha y desde hace unas cuantas décadas, con el avance de la ciencia y de la técnica se achicaron las distancias. Sin que haya cesado la locura de las guerras en gran parte de nuestro planeta, se tomó el camino hacia la “globalización” que, en realidad no es otra cosa que un estado de enorme concentración de poderes políticos, económicos y financieros. Las grandes potencias del llamado “mundo occidental” son las que, hasta ahora, controlan, manejan la vida de infinidad de países, afirmaron y sostienen el sistema capitalista con su máxima ferocidad, el flagelo de las injusticias, de la miseria, y del azote de los peores vicios. Así llegamos a un mundo en estado de locura, y en este camino hacia el infierno, la penetración cultural al interior de los pueblos dependientes ha sido brutal con medios de comunicación, especialmente la televisión, jugando un papel principal como ariete. Con la extranjerización de nuestra cultura nos han quitado identidad, con la instalación y exhibición de la violencia en sus aspectos más terribles han creado un ánimo agresor en niños y adolecentes que no tiene parangón. Con la exposición de una realidad que muestra lujos, riquezas y abundancia inalcanzables para la gran mayoría de los habitantes de cualquier país de la tierra, produjeron infinidad de delincuentes en aquellos sectores sin posibilidades de acceder a un trabajo, a una instrucción adecuada y por lo tanto a una vida digna. Los vicios e injusticias del capitalismo hicieron caer en picada a los valores fundamentales que deben regir la vida de las sociedades, y en nuestro país esto ha ocurrido muy especialmente. Por eso hoy, fuera de toda exageración, estamos hundidos en el horror de crímenes, suicidios, violaciones, robos y decenas de desgracias que impiden la felicidad de todo el pueblo.
Es imposible que podamos vivir tranquilos y felices quienes después de luchar durante toda nuestra existencia para construir familias y gozar de la compañía de nuestras amistades no podamos salir a trabajar, instruirnos o divertirnos sin tener la seguridad de regresar como partimos. Es imposible disfrutar y aprovechar la vida como corresponde cuando nuestros abuelos, padres, hijos, nietos y amigos viven, como nosotros, en medio del peligro y de atrocidades de todo tipo. No hay día en que no suframos la descomunal violencia que impera sobre una sociedad enferma. A diario nos encontramos frente a agresiones contra ancianos, desapariciones y muerte de personas, violaciones, asesinatos, robos, y últimamente, hasta con el suicidio de una adolescente que se hizo volar la cabeza de un tiro frente a sus compañeros de clase. Todo esto ocurre en todas partes del mundo pero nuestra obligación y nuestra necesidad es hacer que no ocurra en la Argentina donde – lo decimos con dolor- quienes nos gobernaron y nos gobiernan no han sido capaces de generar una sola idea que se note efectiva para resolver el tremendo problema de la inseguridad.
Estamos mal y si no nos decidimos como pueblo a poner las cosas en su lugar estaremos peor. Nos parte el corazón tanta chica violada y asesinada. Algo tenemos que hacer porque desde la politiquería barata está demostrado que no podemos esperar soluciones. No es el mundo de Mirtha Legrand, de “bailando por un sueño” ni de toda esa porquería el espejo donde mirarse. Tampoco el mundo de globos gordos para los ricos y de estómagos flacos para los pobres el que nos permitirá crecer material y espiritualmente como país. Empecemos por algo. Propongamos reconstruir la solidaridad entre los vecinos, promovamos charlas en los barrios, en las casas de familia, en el trabajo y en todos los lugares donde podamos para tratar y atacar estos problemas desde la raíz. Utilicemos el potencial de las redes sociales para unirnos desde abajo, juntarnos en grupos numerosos en las veredas a matear y a discutir soluciones. Vayamos organizando como pueblo a nuestra dolorida comunidad ya que quienes deberían hacerlo no saben ni quieren. Muchas personas mayores como quien escribe con bronca y con dolor esta columna, aún tenemos las suficientes fuerzas y voluntad para no abandonar la pelea por el país que merecemos. No nos limitemos a pasear el perro. Decidámonos a cambiar las cosas en serio.
(*) De Iniciativa Socialista