por Marcelo Calvente
Por
estas horas, mientras la decepción por la inesperada pero merecida derrota ante
el Chapecoense en Arias y Guidi perdura en los corazones granates; mientras
hacemos números sobre las chances de clasificación a octavos, a poco de haber
presentado la inexorable queja por inclusión indebida de un futbolista
suspendido, Lanús se apresta a enfrentar un enemigo muy peligroso: la
maledicencia de los envidiosos, la burla de los mediocres o directamente la
estupidez humana en su versión más amplia de la vida en la hora de los medios
de comunicación.
Cuando Lanús reciba los puntos que reglamentariamente le
corresponden, le guste o no a la Conmebol, a la Cruz Roja o al Papa Francisco,
las malas plumas de las malas lenguas lanzarán su fuego sobre el viejo,
castigado y sufrido Club Atlético Lanús, triple campeón de 2016 y
milagrosamente transformado en el club del Siglo XXI del fútbol argentino,
victorioso en lo deportivo, sólido en los institucional y solvente en lo
financiero. Los defensores de lo indefendible, los voceros de los que mal
gobiernan gran parte de los clubes y la propia Asociación del Fútbol Argentino,
y los medios amarillos que ocupan 24 horas diarias de pavadas futboleras de
aquí, de allá y del mundo entero, caerán sobre el club modelo para beber su sangre.
Es fácil imaginar las comparaciones que harán: “Atlético Nacional le cedió el
título de Campeón de la Copa Libertadores; Lanús le robó tres puntos” y cosas
por el estilo.
Cual cada día más masivos, los medios hegemónicos empiezan a
modificar conductas hasta
atentar contra el mismísimo reglamento. De tanto
observar manos en el área y condenar decisiones arbitrales con la ayuda de una
decena de cámaras diferentes, a veces con tomas capciosas, han logrado que la
FIFA recomiende sanciones reñidas con el reglamento, como cobrar un penal
porque el rebote en una mano es muy aparatoso, o el brazo está muy despegado
del cuerpo, sin tener en cuenta la intencionalidad, lo único que el precepto
debe condenar. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Cuando Lanús reciba los tres puntos, cosa que no hay forma de
evitar, algunos harán la comparación mentirosa: ante la magnitud irreversible
de la tragedia del avión que trasladaba al plantel de Chapeco para la revancha
en la final de la Copa Sudamericana 2016, Atlético Nacional de Medellín le
cedió el título. ¿Qué otra cosa podía hacer el club colombiano si la Conmebol
no lo decretaba desierto, como deportivamente correspondía, ya que no había
manera de dirimirlo en el terreno de juego?
Lo de Lanús es bien distinto. La falta cometida por el
Chapecoense es muy grosera: la inclusión de un jugador suspendido, nada menos,
es algo que muy pocas veces ocurre, y nunca a sabiendas de que se cometía
burrada semejante. Lanús actuó de manera correcta: cuando se advirtió en la planilla
oficial la presencia de Luiz Otavio, el futbolista suspendido, de inmediato se
dio aviso al veedor de la Conmebol, y juntos le informaron la situación al
entrenador visitante, que decidió su exclusión y la integración del banco de
suplentes con un futbolista menos. Enterado el presidente, alegando una
insólita comunicación indebida, ordenó la inclusión del futbolista sancionado
expresando “yo me hago responsable”. Parece que a don Plinio de Nes las
muestras de cariño lo han confundido. Marche preso.
Los hinchas granates esperamos tan
confiados como alertas la única resolución posible: la entrega de los tres
puntos y la inmediata clasificación. Eso sí: los que no quieran sufrir las
diatribas ofensivas e insolencias varias que sin duda llegarán, mejor apagar la
tele y la radio, y de los diarios, ni relojear los chistes. De fútbol, ni
hablemos; los puntos, primero. Después, a barajar y dar de nuevo.