por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comCorría el año 1962 y Alberto J. Armando, siempre un paso delante de los demás dirigentes del fútbol de su tiempo, recibía en su despacho a un tal Aníbal Díaz, un hombre cincuentón, excedido de peso, típico exponente del técnico-delegado-dirigente del fútbol amateur de aquellos tiempos, dedicado a la formación deportiva de niños y adolescentes tanto como a los negocios con afamados futbolistas, que no dudaba en recorrer el país en procura de talentos para incorporar a su equipo y luego transferir al fútbol grande. A mediados de la década del 40 el “Gordo” Díaz empezó a trascender en el mundo del fútbol amateur del sur del Gran Buenos Aires. En 1948, para competir en el primer Torneo Nacional “Evita”, fundó en Llavallol una entidad que llamó Club Atlético Arsenal, nombre que usaba el equipo desde los comienzos, inspirado en su homónimo del fútbol ingles. Luego de haber recorrido con éxito las ligas amateur más exigentes, el humilde Arsenal de Llavallol fue destacado animador de todas las ediciones disputadas hasta la caída de Perón, y con un joven Vladislao Cap como capitán, obtuvo el título de Campeón Nacional de Fútbol 1950 de dicha competencia.
En los tiempos del desarrollo y la migración interna hacia las grandes ciudades, cientos de
miles de niños tuvieron por vez primera una atención médica integral, recibieron vacunas, radiografías y la libreta sanitaria gracias a los Torneos Evita. La iniciativa tuvo como verdadero impulsor al ministro de Salud, Ramón Carrillo, el padre de la salud pública en la Argentina. Si bien es cierto que las competencias tuvieron el marco de la grotesca propaganda política que caracterizó al peronismo en tiempos de Raúl Apold, los Torneos Evita fueron eventos deportivos integradores y muy competitivos, que en fútbol ofrecían como recompensa llegar a la gran final que se disputaba cada año en el estadio de River, partidos muy concurridos y mejor difundidos.
A partir de la consagración en 1950, que fue intensamente reflejada por los diarios, las radios y el noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos, la fama de Aníbal Díaz creció aún más. Compuso una versión bien barrial del sueño peronista, pronto recibió el respaldo del gobierno y un terreno en comodato en Llavallol donde construyó su cancha y su campo de entrenamiento. Por entonces eran “los mimados de Cereijo” y solían animar clásicos enfrentamientos con el club Sacachispas, creado por un grupo de muchachos cercanos al afamado periodista uruguayo Ricardo Lorenzo, Borocotó. La historia tiene sus vueltas.
Borocotó era un notable escritor montevideano que trabajaba como periodista estrella en la Revista El Gráfico, y desde su sección de contratapa titulada “Apiladas” le ponía poesía al juego del fútbol. Cuando en los 40 “La Máquina” de River no tuvo rivales, “Apiladas” empezó a reflejar las peripecias de los clubes chicos o en formación, la pertenencia al barrio, el amor por los colores y el apoyo de los vecinos. Allí, Borocotó volcaba vivencias y circunstancias que conocía debido a la cercanía con unos tales Aldo Vázquez y Roberto González, dos amigos que, como el Gordo Díaz en Llavallol, trataban de armar un equipo de fútbol en el sur porteño para participar en la primera edición de los Torneos Evita. El vuelo y el lirismo de la pluma de Borocotó exaltaban los sueños de grandeza de los pibes del barrio de Villa Soldati. De sus escritos surgió el guión del drama pasional elegido para recrear el mundo del fútbol amateur y su probable ingreso al profesionalismo: “Pelota de trapo”, legendaria y taquillera película estrenada en agosto de 1948, producida y protagonizada por Armando Bo.
Algunos suelen contarlo al revés: que la exitosa película dirigida por Torres Ríos se inspiró en el club Sacachispas, cuando en realidad por entonces la entidad no existía más que en la ilusión de Vázquez y González y en la pluma de Borcotó. En sus “Apiladas”, y luego en el film, ellos encontraron reflejadas sus propias vivencias y dificultades. Desde la contratapa de El Gráfico, Lorenzo convenció a los jóvenes de entonces que con el General en el poder todo sueño era posible. Como Arsenal de Llavallol, también Sacachispas, fundado el 17 de octubre de 1958, dos meses después del estreno de “Pelota de trapo”, recibió un predio, en este caso de manos del propio presidente, gracias a la visión y oportunismo de sus dirigentes para adoptar el nombre del club donde transcurría la taquillera película. En Villa Soldati construyó su primera cancha y allí se filmó la zaga: titulada “Sacachispas”, la nueva película fue estrenada en abril de 1950. Pese a que no tuvo la misma repercusión, alimentó la controversia. Junto con Arsenal de Llavallol, ambas entidades animaban los torneos Evita -aunque el Lila nunca lo pudo ganar- y protagonizaban una especie de clásico entre dos clubes que crecieron de manera similar al amparo del gobierno peronista. La rivalidad se extendió a la cuarta categoría del fútbol de AFA a la que las dos instituciones pronto se incorporaron.
En 1952, con la cancha y las instalaciones que disponía, Arsenal de Llavallol se afilió a la “3ª de Ascenso, que más tarde se llamaría Aficionados, y actualmente Primera D. En ese equipo jugaban, Humberto Maschio, Antonio Angellillo, Eduardo Sivo y el mencionado Cap. El Gordo Díaz, que era un experto en transacciones de futbolistas, empezaba a ganar dinero grande: los cuatro pasarían a Racing en 1954, y se descuenta su participación en la venta de los dos primeros al fútbol italiano en 1957: Maschio al Bologna, Angelillo al Inter. Por su parte, Sacachispas logró su afiliación a la misma categoría dos años después, en 1954, también gracias a la cancha y el respaldo de Perón. En su primera participación se volvió a encontrar con su viejo y conocido adversario de los Torneos Evita. El Lila fue campeón de punta a punta. Por primera vez un recién afiliado a la AFA, como Sacachispas, logró ganar el título y ascender. El incansable Díaz pidió que Arsenal lo acompañe en su ascenso, y la AFA le concedió ese privilegio.
Ambas entidades lograron mantenerse en la “C” durante algunos años. Arsenal volvió a bajar a Aficionados en 1958, Sacachispas se mantuvo hasta 1962. Los problemas de ambas entidades habían empezado con el derrocamiento de Perón en 1955. El club de Llavallol no sólo perdió su protección política; además quedó en la mira de la revolución libertadora. En 1959 el Gordo Díaz fue acusado de falsificar la firma del presidente de la AFA con el fin de evadir impuestos en la venta del jugador Jorge Griffa al Atlético de Madrid, y Arsenal fue desafiliado por tres años. Cuando en 1962 lo fue a ver a Armando a su despacho, el incansable Díaz había sido absuelto de todos los cargos y el club acababa de recuperar su lugar en la categoría menor.
Rápido como era, Alberto J. Armando comprendió que en la humilde entidad podía completar la formación de los valores más destacados de la cantera, y cerró el acuerdo con el presidente de Arsenal. Loco de contento, el visionario Aníbal Díaz se fue de la reunión con todo arreglado, con dinero en su bolsillo, con el compromiso de Armando de efectuar una remodelación del pequeño estadio, y con los prestamos de Rojitas y Pianetti, las dos máximas promesas de la tercera de Boca, quienes jugarán el torneo de Aficionados de 1962 para Arsenal, que ya no lucirá el amarillo y marrón a rayas verticales, sus colores originales, y que a partir de ese año paseará orgulloso el azul y oro por las canchas del ascenso, convertido en la primera filial del fútbol argentino y logrando una impensada repercusión. No será por mucho tiempo.
Entre las particularidades del acuerdo, Adolfo Pedernera fue nombrado Director Deportivo y Boca se reservaba la administración de la filial, que quedó a cargo del vicepresidente de Armando, Miguel Zappino, que además vigilaría bien de cerca a las dos promesas del club, que habían sido enviados como castigo disciplinario. Con Rojitas y Pianetti, el Arsenal más antiguo del fútbol argentino -fundado el 12 de Octubre de 1948, también poco después del estreno de la célebre película- hizo una campaña fuera de lo común, convirtiendo muchos goles aunque recibiendo más de los debidos. Al finalizar el torneo de 1962, Rojitas y Pianetti volvieron a Boca dejando una estela imborrable de su paso por Llavallol: fueron la gran atracción del torneo de Aficionados de un fútbol argentino que asistía a la primera experiencia de una filial.
El acuerdo entre Armando y Arsenal de Llavallol había nacido para vivir poco: cuando el Puma lo concretó, ya tenía en mente la adquisición de un complejo propio para las divisiones inferiores y concentración del plantel. En 1963, Boca adquirió La Candela, un predio de seis hectáreas ubicado en San Justo. Con esa nueva compra se fue yendo de Arsenal, y el pobre club de Llavallol se quedó sin conducción, ya que Díaz había sido marginado poco antes por Zappino y su gente. Finalmente abandonaron el predio definitivamente, y sin brújula ni respaldo político, con el esfuerzo vano de los pocos socios que quedaban, se encaminó hacia una anunciada desaparición. En 1968 el terreno donde se levantaba su estadio, con una tribuna de cemento, vestuarios, baños y demás comodidades que la mayoría de sus competidores envidiaban, el mismo que le había otorgado el ministro de Perón, fue expropiado por el dictador Juan Carlos Onganía. Arsenal de Llavallol jugó allí el último partido de su breve y agitada existencia el 12 de octubre de 1968 ante Central Córdoba de Rosario, el mismo día de su fundación pero exactamente veinte años después, y eso fue lo poco que duró su corta pero intensa existencia. Su viejo rival, Sacachispas, menos ambicioso, se fue consolidando lentamente como uno de los dos clubes más grandes del barrio de Villa Soldati -su clásico rival es el Deportivo Riestra- alternando entre la cuarta y la tercera división del fútbol de AFA, en la que actualmente milita. En sus instalaciones cuenta con un estadio con capacidad para 5.000 personas, un gran gimnasio cubierto, canchas para otras disciplinas recreativas, dos piletas y una zona arbolada con quinchos y parrillas. De sus fundadores heredaron el tesón pero también la cautela, por eso su crecimiento fue lento pero seguro.
El predio de Llavallol expropiado, pronto se convirtió en lo que era, un gran baldío, y peor aún, la huella del odio y el abandono con el tiempo lo transformaron en un enorme basural. La de Aníbal Díaz y su Arsenal es una de esas curiosas leyendas futboleras que se pierden en el olvido, aplastadas por el impresionante marco de la gran historia del fútbol argentino. La de un humilde y ambicioso dirigente de un club de barrio que quiso cortar camino a la grandeza y lo pagó con la desaparición. De la suerte de Díaz poco se conoce. Una fuente consultada afirma que el Gordo murió en Florencio Varela en los años setenta en un confuso accidente, atropellado por un automóvil con varios ocupantes que se dio a la fuga.