por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comDécimo tercera nota
Nuestros queridos italianos…
En nuestra nota anterior dijimos que “en el transcurso de las presidencias de Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y durante todo el período de la denominada “Generación del 80” ocurrido desde 1880 hasta 1916, se intensificó la llegada de inmigrantes. Fue de gran importancia el aporte de la corriente inmigratoria proveniente de Europa y en menor medida de Cercano y Medio Oriente, Rusia y también Japón. Esta ola inmigratoria se prolongaría hasta mediados del siglo XX”.
Para que esto pudiera realizarse, fue fundamental una disposición incluida en nuestra Constitución Nacional.
La Constitución Nacional Argentina fue sancionada el 1º de mayo de 1853 por el Congreso General Constituyente reunido en Santa Fe. El mismo estuvo conformado por los representantes de todas las provincias, con excepción de la provincia de Buenos Aires. Mediante la incorporación en la Carta Magna del artículo veinticinco, se determinó que “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto
labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.
Con el mismo número e idéntico texto, dicha norma constitucional se conservó hasta el presente, y aquella sabia determinación posibilitó el arribo a la Argentina de numerosos contingentes de inmigrantes que, con el correr del tiempo, integrados totalmente a la forma de vida de su nuevo país, habrían de transferirnos sus sentires y recibirían los nuestros.
La mezcla de criollos y gringos dio sus frutos. Uno de ellos fue el nacimiento y desarrollo de clases media y media alta que siempre quisieron elevar su posición social y su bienestar económico Tal como ocurriera en épocas de la conquista –por supuesto en condiciones totalmente distintas y en tiempos diferentes- la integración entre unos y otros trajo modificaciones en las costumbres, en el desarrollo económico del país y muy especialmente en la cultura. La inmigración italiana junto a la española ha sido la de mayor volumen en relación a otras colectividades llegadas a nuestro país. Y por esas cosas que pasaron en medio de tanto trajín de visitantes, según palabras del Presidente de la Federación de Asociaciones Bonaerenses Italianas en Argentina, Nicolás Spadacchini, en oportunidad de la reinauguración de la plazoleta República de Italia, ubicada en Bernardino Rivadavia y Juan D. Perón de Valentín Alsina en el año 2012, “Lanús, es la circunscripción con mayor cantidad de italianos y descendientes que habitan en la Provincia de Buenos Aires”.
Los inmigrantes, según su lugar de nacimiento y primitiva crianza en el país de origen, ya en la campiña o en el centro de aldeas o poblados, tuvieron comportamientos distintos. Se afianzaron en las ciudades o procuraron arraigarse en el campo. Los queridos italianos, hoy destinatarios de nuestro comentario, repartieron sus destinos entre el campo y la ciudad. Los que optaron por quedarse en las grandes urbes fueron zapateros o albañiles, cocheros, cantineros, organilleros, peluqueros u obreros industriales. Recalaron en el heterogéneo mundo del conventillo y convivieron con vecinos de otras procedencias como los polacos, españoles o turcos y con las lavanderas, planchadoras, costureras y carreros o estibadores criollos. El barrio de la Boca y la zona cercana al puerto de Mar del Plata fueron los lugares preferidos por los genoveses, tan conocidos como “los xeneizes”(1).
Aquellos que buscaron hacer fortuna en la generosidad de nuestros campos se convirtieron en chacareros y con su impronta, modificaron el aspecto de la campaña. En sus chacras, pequeñas o medianas, construyeron viviendas que se diferenciaron de los tradicionales ranchos, tanto en la construcción como por la variedad de árboles que plantaron en sus alrededores. Tal vez muchos vinieron pensando en el retorno pero, nacidos los hijos, abandonaron el proyecto del regreso. En Europa, Asia y Africa abundaban los conflictos bélicos y seguramente, frente al horror de las guerras, Argentina se presentaba ante los ojos de quienes habitaban en aquellas geografías, con su magnífica virginidad. La paz de nuestros trigales, para aquellos seres, habrá sido una tentación inevitable.
Así, entre tantos, llegaron nuestros “tanos”. Aquí se fundieron con nosotros y nacimos y crecimos los descendientes de aquellos que poniendo sus pechos al trabajo, al mismo tiempo que acunaban ilusiones levantaron barrios y multiplicaron la vida. Nadie, salvo raras excepciones, abandona para siempre sus lugares, amores y raíces por gusto nomás. No es difícil imaginar los momentos límites en que tantos italianos, al soltar amarras los barcos que los traían, dijeron adiós a todo. Atrás quedaban I”Italia piccolina é tutta bella, la mamma y tantas cosas. Trajeron tristezas pero también esperanzas, vinieron “per fare l”américa” presintiendo a la Argentina como una promesa de vida donde anhelaban que se cumplieran sus sueños. Muchos de nosotros heredamos costumbres y nostalgias. Por eso somos como somos y tantas veces apuramos un café mirando llover, desde la mesa de un bar, esperando amores posibles o imposibles mientras garabateamos sentimientos en una servilleta de papel. Por eso algunas letras de tango nos pintan de cuerpo entero: tristones, soberbios, pasionales, héroes, cobardes, continentes humanos, en fin, de viejas melancolías que dejaron en nuestras almas los que extrañaban y aún extrañan el “vecchio paese”. Aquí quedamos siendo como somos, y aquí seguimos quienes además de emocionarnos con Gardel, la “Negra” Sosa o el “Polaco” Goyeneche, nos conmovemos al escuchar alguna vieja canzoneta en la voz atenorada de Carlo Buti o disfrutamos de “O sole mio” por el inigualable Luciano Pavarotti: “Che bella cosa na jurnata ‘e sole / N’aria serena doppo a na tempestá / Pe l’aria fresca pare giá na festa / Che bella cosa na jurnata ‘e sole. Adío….buon anno 2017.
(1) Xeneize : En dialecto, significa genovés, hijo de la ciudad de Xena, Italia