por Alejandro Chitrángulo
El preámbulo de nuestra constitución manifiesta que la nuestra es una nación joven, libre y soberana, abierta a todos los seres humanos del mundo que quieran habitarla e invoca la protección de Dios fuente de toda razón y justicia. Nuestra constitución no es xenófoba, ni racista, no discrimina credos o religiones y mucho menos clases sociales.
Nuestra constitución hace referencia a ese Dios que hace más de 2000 años, envió a su hijo para traernos un mensaje de amor, solidaridad, reconciliación con el que piensa distinto, fraternidad y paz. Todas acciones que nos alejan de la oscuridad y nos dan fuerza y coraje para vencer la maldad en el mundo. Esa vileza, crueldad, perversidad y desprecio por los humildes que promueven los dioses “dinero y poder” y que lamentablemente muchos adoran y le dan lugar de privilegio en sus altares, camuflados por la mentira tras la imagen de humanidad.
Por eso los padres de la Patria, hace ya 200 años, decidieron sabiamente construir una
sociedad que sea un reflejo del Reino de Dios, instaurado por Jesucristo, es decir, una sociedad construida sobre el fundamento de la verdad, que respeta la vida y libertades personales una sociedad basada en la justicia y el amor; con un pueblo de paz, constituido por familias que sean santuarios de la vida y la confianza, donde los hijos tengan el apoyo estable de sus padres; donde los más pobres tengan educación y salud de calidad, donde los que viven en la calle tengan trabajo y esperanza.
El Espíritu navideño
El capitalismo salvaje ha convertido la navidad en una campaña de marketing desmedida donde nos incentivan a comprar todo lo que las publicidades nos venden, casi siempre cosas que no necesitamos, pero que sirven para enflaquecer aún más nuestros endeudados bolsillos, con una promesa de felicidad instantánea. Llevándonos a un consumismo descontrolado que lentamente va poniendo fin a los recursos de nuestro limitado planeta.
"Nos robaron la Navidad"
Recientemente en una nota para la televisión el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer realizó unas polémicas declaraciones en donde sostiene que Coca-Cola nos robo la navidad. El prelado defendió la festividad que se celebra el 25 de diciembre al remarcar que la empresa de gaseosas tomó la imagen de Papá Noel e impuso en nuestras latitudes "los cambios culturales que han hecho evaporar la cultura cristiana de la Navidad. Antes todo el mundo sabía que en Navidad había nacido Jesucristo y que era eso lo que se festejaba y que el signo era el pesebre". Pero, entre campañas publicitarias internacionales, "nos han birlado la cultura de la Navidad".
Ahora hacemos que nuestros hijos esperen a un personaje gordo y abrigado que llega en trineo desde el gran país del norte trayendo en una bolsa un premio que nosotros pagaremos en cómodas cuotas. Pero en realidad prácticamente olvidamos celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos dejamos llenar los oídos de mensajes navideños llenos de dulzura, para obsesionemos con adquirir productos para festejar el consumismo crónico.
Si logramos despejar la mente del bombardeo mediático – comercial que solo interpreta la navidad como una buena oportunidad de hacer negocios, podremos darnos cuenta de que la Navidad debería existir sólo porque, a pesar de lo que hacemos todo el año, llega ese momento mágico en que soñamos con un tiempo mejor, donde el amor sea la premisa fundamental, donde todos seamos más solidarios, tolerantes y compasivos. Y donde la ambición por el poder y la riqueza no sea el ejemplo de vida que queramos seguir.
Es ese deseo que apenas aflora en la navidad real el que nos persuade al fin y al cabo a pasar un año más intentando mejorar la sociedad en la que vivimos.
Mi deseo para esta Navidad es que juntos podamos lograr hacer de nuestro amado país una mesa para todos los seres de buena voluntad que habitan esta tierra bendita. Una mesa de la que nadie quede excluido, sobre la cual pongamos las obras de Dios y las de nuestras manos y de nuestro espíritu, los valores de la tradición y del presente, y encontremos los alimentos que necesitan nuestro cuerpo y nuestra alma.