por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comEscribo angustiado. Y lo hago en primera persona, a diferencia de mis entregas habituales. Hoy en Lanús nuestras vidas no valen nada. No somos una isla, y sabemos que hechos desgraciados ocurren en cada rincón de nuestra geografía. Pero como nuestros males los padecemos aquí, de aquí hay que hablar.
Los lanusenses transitamos por la vida sin saber en qué esquina nos espera la muerte. Y tienen razón quienes dicen que desde el mundo de la política no hay respuestas al flagelo de la inseguridad. La inseguridad viene de lejos. Pero en estos últimos años se ha intensificado enormemente y en estos días los hechos han traspasado todos los límites. Cualquiera de nosotros puede ser asesinado en cualquier momento. Es fácil hacer un diagnóstico respecto a la grave situación que vivimos. Solamente enterándonos de las malas noticias que cada día se publican, veremos con absoluta claridad que es lo que pasa en Lanús. Secuestros, robos, asesinatos, escenas de dolor, familias destrozadas, indignación y sufrimiento por las decenas de vidas
tronchadas son moneda corriente en lo cotidiano. Nos parten el corazón hechos conmovedores como el del pibe que, recientemente, antes de ser vilmente asesinado en una esquina de Lanús este, viajaba de regreso a su casa con su cansancio y sus sueños juveniles. No hay lugar seguro en nuestro Lanús. Es la verdad. Verdad que debe ser gritada porque ya es insoportable la impunidad con qué se mueven los delincuentes y la gravedad de los desastres que causan. Ya no hay lugar para los versos y el guitarreo de la politiquería barata. Todos debemos alzarnos contra esta maldita realidad de chorros caminando tranquilamente por las calles y asesinos destruyendo familias.
Estoy recontrapodrido de ver morir y sufrir, víctimas de la violencia, a gente de bien, a gente de laburo, a personas que recién comienzan su vida, a los mayores que en avanzada edad deberían gozar de paz y bienestar. Estoy recontrapodrido de la inseguridad, de este drama sin final que impide trabajar, estudiar y progresar a la inmensa mayoría de nuestros vecinos porque unos pocos hijos de puta hacen de nuestras vidas un calvario y sepultan en la desdicha a madres, padres, hermanos, novios, viejos y jóvenes arrebatándoles a sus seres queridos.
Es necesario que quienes tienen la responsabilidad de gobernar, tanto desde lo ejecutivo como desde lo legislativo cumplan, dentro de los carriles democráticos, con el deber ineludible de encabezar la lucha contra la delincuencia en todos los niveles. Lucha que es menester encarar sin más dilaciones y en la cual, como parte del pueblo, los que estemos dispuestos también debemos tomar partido. Es imprescindible que nos organicemos para dar las respuestas que evidentemente no dan quienes deben darlas. No alcanza con refugiarnos detrás de rejas que, en definitiva no sirven de nada cuando nos matan a la entrada o salida de nuestros hogares. En primer lugar -y va como propuesta concreta- es necesario que nos reunamos en cada barrio, en cada lugar de trabajo, en cada organización popular y profesional, en cada cámara empresaria, institución religiosa, cultural, educativa, sindical o política reclamando a quienes tienen poder de decisión que tomen las medidas correspondientes. Hay que exigir a las autoridades que actúen o, por lo menos, que confiesen su falta de valor, que no poseen la capacidad necesaria, o que no tienen la mínima idea de cómo aportar soluciones al gravísimo problema de la inseguridad. Entonces nosotros, el pueblo, la gente de a pie, los ciudadanos que pagamos impuestos, que nos rompemos el lomo laburando y tratamos de aportar acciones positivas a la sociedad, tendremos que tomar la sartén por el mango y buscar modos de organización popular para contrarrestar la acción de los delincuentes.
Para todo el mundo está absolutamente claro que el malandrinaje actúa con total impunidad asolando las calles de nuestra ciudad y que frente a la acción de chorros y asesinos hay una total inoperancia y falta de efectividad para, dentro de la ley, reprimirlos como corresponde. Es evidente que no se realiza eficientemente una tarea de inteligencia para prevenir el delito ni existe la decisión de acabar definitivamente con quienes acorralan a la gente en casas que parecen jaulas.
Entonces bien vale pensar hasta donde está el no saber, el no querer o la falta de coraje por parte de quienes tienen la obligación de brindar soluciones. Hemos llegado a un punto en que es bueno preguntarse si no estamos frente a un peligroso grado de complicidad con la delincuencia por parte del poder, de cierta dirigencia política y de lo que se denominan “fuerzas de seguridad”. Complicidad que seguramente tiene sus raíces en intereses espurios, en funcionarios venales y en las prácticas sucias de la partidocracia tradicional que, tal como se ha difundido ampliamente, ha recurrido, en más de una oportunidad, a los servicios de marginales en las campañas electorales o ante el justo reclamo de vecinos.
Soy también un hombre de la política. Pero no miro para otro lado ni eludo compromisos. Desde esta muy modesta columna invito a quienes quieran sumarse a la tarea de aportar soluciones para erradicar la delincuencia, a reunirnos para ayudarnos entre todos y disponernos a pensar y actuar colectivamente, en forma solidaria. Invito muy especialmente a los principales dirigentes de las fuerzas políticas locales a dejar de lado pequeñas o grandes diferencias y acordar una acción común para trabajar por la seguridad de la población. Si los que deben hacerlo no actúan como corresponde, seremos nosotros, desde la organización popular y dentro del marco de la democracia, quienes deberemos asumir la responsabilidad para poner las cosas en su lugar.
(*) De Iniciativa Socialista