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domingo, 8 de mayo de 2016

Ecoaldeas

por Alejandro Chitràngulo

La creciente urbanización y moderniz

ación de servicios públicos, va generando la destrucción del ambiente natural convirtiendo los espacios que alguna vez fueron salvajes en sitios cómodos para ser habitados por la especie humana.
 Vivir en paz es sumamente complicado en una sociedad que obtiene sus costosas necesidades y comodidades a través de la competencia. Este método causa carestía y precariedad que a su vez causan violencia y pobreza en las sociedades.  Imaginar una comunidad donde sobren los alimentos, donde las energías sean limpias y gratuitas, donde las avenidas estén llenas de niños jugando sin temor a tener algún accidente o algún otro percance es la preferencia de un gran número de
personas, en todo el mundo, que manifiestan una tendencia cada vez más fuerte de buscar una alternativa para preservar la naturaleza. 
    Existen momentos en la vida de una persona en los que resulta conveniente tomar cierta distancia con todo aquello en lo que andamos envueltos, detenerse y examinar con calma dónde estamos, adónde queremos llegar, cuestionar el rumbo que hemos elegido y preguntarnos si lo que hacemos satisface realmente nuestras necesidades, o si tal vez necesitamos un cambio, intentar algo diferente. Se trata sin duda de momentos críticos, de gran intensidad, que resultan determinantes en la calidad de nuestra vida futura.     
     Continuamente estamos eligiendo y rechazando opciones vitales, la mayoría de las veces dentro de un estrecho marco que no nos atrevemos a romper, hasta que por fin ocurre algo que nos obliga a reconsiderar todo nuestro mundo, todo lo que hasta ese momento hemos sido. Es entonces que necesitamos pararnos, tomar cierta distancia y explorar nuevas vías, iniciando así un período de transición que para algunas personas se convierte en una nueva forma de vida.
      De esta tendencia surgen las ecoaldeas. Se trata de un fenómeno antiguo y nuevo a la vez. El primer antecedente directo es lo que se conoce como kibbutz judíos o comunas agrícolas israelíes que comenzaron en el año 1910 a partir de migrantes rusos con una fuerte influencia socialista; basados en ideales de ser un poblado rural “multigeneracional, caracterizado por la vida en comunidad, por su administración democrática, responsabilidad por el bienestar de cada uno de sus miembros, por la salud y la educación. Igualmente, otro antecedente directo se halla en la experiencia del movimiento hippie de los años sesenta norteamericano, en donde la contracultura como crítica al materialismo reinante, la libertad sexual y la experiencia comunitaria fueron los pilares de una experiencia de ruptura frente al sistema capitalista y de construcción de alternativas sociales desde la solidaridad, el naturalismo, el arte y el amor.
  Las modernas ecoaldeas, alejadas del hippismo y del socialismo de los kibbuts no son simplemente espacios verdes, sino que se convirtieron en una nueva filosofía de vida que tienen como eje central la permacultura, un término que surgió en la década de los setenta y que constituye un desarrollo, mantenimiento y preservación de hábitats aptos para sostener la vida.
Permacultura
La permacultura  puede entenderse como la contracción de “permanente agricultura” o de “permanente cultura” surgió en la década de 1970 en Australia y se trata de diseñar modelos de desarrollo sustentable donde el ser humano pueda vivir en armonía con la naturaleza. 
   Robert Gilman, en su libro Ecoaldeas y Comunidades Sustentables (1991), ofrece la siguiente definición y explicación: “Una Ecoaldea es un asentamiento a escala humana de rasgos holísticos, donde las actividades humanas están integradas al mundo natural de manera no dañina, de tal forma que den apoyo a un desarrollo humano saludable y que pueda continuar indefinidamente en el futuro.”
Con escala humana, se refiere a que el tamaño ideal de una ecoaldea debe ser sólo tan grande, que dé lugar a que los habitantes de la comunidad se conozcan entre sí. Donde cada miembro de la comunidad se sienta capaz de influenciar la dirección que la comunidad tome.
   En un asentamiento de rasgos holísticos, todas las funciones mayores de una vida normal, como vivienda, alimento, industria, descanso, vida social y comercio, están plenamente presentes y proporcionalmente balanceadas.  Un aspecto sumamente importante de este concepto, es el de la igualdad entre los humanos y otras formas de vida; de manera tal que los humanos no procuren dominar a la naturaleza sino que más bien, encuentren su lugar en ella. Otro principio importante es el uso cíclico de los recursos naturales en vez de la práctica lineal (sacarlo del suelo, usarlo una sola vez y luego tirarlo para siempre) que ha caracterizado a la sociedad industrializada.
Ecoaldeas en Argentina
Casi inadvertidos, los asentamientos sostenibles se multiplican en Argentina como alternativa al consumismo desenfrenado. Las aldeas ecológicas con huertas comunes se expanden en la mayoría de las provincias e inclusive en la capital. Algunas nacen como proyectos familiares que se afianzan y sirven de núcleo para la formación de una villa. Otras arrancan como idea colectiva de amigos que comparten una misma visión del mundo.
   Carlos Straub fue uno de los pioneros de la permacultura en Argentina en los años 90 y uno de los fundadores de Gaia, la primera villa ecológica del país que funciona desde 1996 en la localidad de Navarro, provincia de Buenos Aires.
Straub coordina ahora el Centro de Investigación, Desarrollo y Enseñanza de la Permacultura (Cidep) en una chacra situada a 15 kilómetros de El Bolsón, Río Negro. Además dicta cursos en comunidades de la Patagonia argentina y en Chile. “Hay un movimiento muy grande de gente que está emigrando de las ciudades y busca comprar terrenos con otros para iniciar esta experiencia”, comenta. 
El capitalismo impone un estilo de vida individualista, consumista y antinatural del que cada vez más personas buscan escapar. “Uno lleva una vida solitaria y materialista, trabajando todo el día para regresar a un apartamento y tener que comprar alimentos con químicos. La idea es lograr vivir de la huerta  y, de a poco, ir soltando los trabajos que tenemos en la ciudad, en la medida en que se pueda, aventuró.
 “No se trata de volver al primitivismo o a la época del garrote, sino de recuperar la capacidad de tomar las propias decisiones. Puede no ser la ecoaldea la solución para todos, pero el proyecto ayuda a recuperar una visión más humana de la vida”, dijo. Se trata de “transformar la mirada”. “El milagro debe ocurrir dentro nuestro, y con ese cambio uno puede vivir en la ecoaldea o volver a plena ciudad, pero ya no sometido a las condiciones del sistema”, subraya Straub.