por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comHan pasado 206 años de la Revolución de Mayo y 200 de la Declaración de la Independencia. A lo largo de nuestra historia hubo grandes enfrentamientos internos. Durante el siglo anterior, los primeros tres lustros fueron ocupados por gobiernos conservadores fraudulentos. Luego, desde 1916 en adelante, sufrimos aproximadamente 34 años de dictaduras militares y cívicos militares que asolaron a la República. De manera que, en el transcurso de aquellos cien años, padecimos cincuenta de oprobio. La voluntad popular fue un cero a la izquierda. En síntesis: mitad de siglo con gobiernos constitucionales y la otra mitad bajo el poder que las clases dominantes ejercieron por medio del fraude y de su brazo armado: el partido militar.
El principio del siglo XXI estuvo signado por una gravísima crisis general que dejó el país a la deriva, en ruinas y con decenas de muertos y heridos por la masacre de Plaza de Mayo y las
represiones policiales en el interior. El radical De la Rúa, predecesor de los radicales hoy asociados con el macrismo, huyó en helicóptero, hubo cuatro presidentes en el lapso de una semana y finalmente asumió la presidencia de la Nación el entonces senador nacional Eduardo Duhalde quien desde 2002 hasta 2003, con aciertos y errores, navegó como pudo piloteando un barco averiado en aguas bravas.
Durante los 12 años de gestión kirchnerista (2003\2015) se restableció la autoridad presidencial, se recuperó la dignidad de la República por haber vuelto a ser un país soberano y los argentinos rescatamos el orgullo que los gobiernos neoliberales nos habían arrancado a fuerza de arrodillarse frente a los poderosos del mundo. Los marginados fueron incluidos y los más pobres pudieron alcanzar niveles de dignidad que para ellos parecían inalcanzables.
Pero desgraciadamente hubo y hay sectores egoístas de nuestra sociedad que no aceptan el ascenso social de los humildes. Esa insensibilidad y egoísmo no solamente es propia de los poderosos. Lamentablemente también existe y se manifiesta –a veces brutalmente- en diferentes capas de la llamada clase media ganadas por el falso brillo de los “encantos” del capitalismo. Encandilada por la acción propagandística de los monopolios a través de los medios de comunicación, esa porción idiotizada de nuestra sociedad fue y es cómplice de quienes –al final- la premian arrojándola a la pobreza en un país para pocos donde sólo tienen cabida los que mueven las palancas. Muchos de los que salieron a batir cacerolas contra el kirchnerismo hoy no pueden cumplir con el pago de sus expensas ni abonar las facturas de luz eléctrica. El voto odio salpica en algunos rostros como una escupida lanzada contra el viento de frente. Desde el inicio de su gestión el kirhnerismo hubo de soportar una oposición brutal por parte de los monopolios y sus cómplices. Buena parte de políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas se sumaron a diversas acciones difamatorias y destituyentes como un coro de renacuajos al servicio de los dueños del poder real.
Frente a las sucesivas embestidas de sus enemigos el peronismo kirchnerista, salvo en contadas ocasiones, no supo dar las respuestas adecuadas. ¿Por qué mientras las patronales agrarias cortaban rutas no se ocuparon sus campos? ¿ Por qué frente a cada desafío cacerolero no se llenaron, inmediatamente, las calles y plazas de militantes? ¿Por qué no se ocuparon las cuevas de dinero sucio donde se comercializaba descaradamente plata ilegal? La respuesta es porque no hubo preparación de la militancia, ni organización para determinadas acciones ni decisión en la dirigencia para defender como correspondía al proyecto nacional y popular.
Es verdad que hubo presencia kirchnerista en actos, en estadios de fútbol, en lugares de gran concentración popular como Tecnópolis el Centro Cultural “Néstor Kirchner” o en los distintos patios de la Casa de Gobierno. Pero fue eso: presencia. Que no es lo mismo que militancia activa, movilizadora, con claros objetivos políticos. Faltó explicar que un estadio o una plaza se llenan con miles pero para ganar elecciones se necesitan millones. Eso, modestamente, lo dijimos desde esta columna una y mil veces. Ahí está nuestro archivo. Se había perdido en 2009, en 2013 y no existían motivos para pensar en un triunfo arrollador en 2015. Ahora no hay otro camino para el peronismo kirchnerista que llevar a cabo una contraofensiva democrática con propuestas que el pueblo entienda y valore. Estamos ante el peligro de alguna división que puede ser catastrófica. Entonces trabajar por la unidad es imprescindible. Es necesaria una lucha a brazo partido por alcanzar un comportamiento ético en todos los terrenos teniendo en cuenta que hoy las dirigencias están sumergidas en una profunda crisis moral. Vemos como ciertos personajes elegidos en listas del Frente para la Victoria forman rancho aparte y votan en contra del bloque al cual pertenecieron. Observamos a quienes deberían defender los derechos de los trabajadores como miran para otro lado cuando hay despedidos por miles. Como dice el viejo tango, “todo es igual nada es mejor, vale Jesús lo mismo que un ladrón”. Pero para colmo, en nuestra Argentina dolorida, Jesús hay uno sólo y los ladrones, junto con los camaleones, se pueden contar por miles.
(*) De Iniciativa Socialista