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lunes, 1 de febrero de 2016

Los Albañiles

por Marcelo Calvente


Lecturas de verano- Capítulo 11 –
Cuando Lanús desciende en el 61, de Los Globetrotters poco y nada quedaba. Sólo las legendarias figuras de los veteranos Héctor Guidi, que había vuelto de su breve e infructuoso paso por Independiente con problemas en un talón, Emilio Prato que había debutado en el 53 y -perseguido por las lesiones- nunca había emigrado, y Urbano Reynoso, que había sido transferido a Racing en una buena suma a fines de 1957, que retornaba al club luego de un paso breve por Gimnasia y Esgrima de La Plata. La lenta caída granate coincidió con el desmembramiento de aquel gran equipo que nunca encontró el perdón que merecía de parte de sus hinchas, y ese encono con los futbolistas se trasladó a lo institucional. La agrupación que siempre había conducido al club, el Círculo de Amigos, fue duramente cuestionada por los socios, que en marzo de 1959 votaron
a José Norberto Volante, que cerraba con ese cargo una trayectoria hasta allí inédita: jugador, entrenador y presidente de un club de Primera. Eran tiempos de retroceso de las clases populares. El peronismo había sido depuesto, los trabajadores ya no tenían la manija, y el Círculo de Amigos se destacaba entre los que tenían la sangre en el ojo.

Pepe Volante puso manos a la obra equilibrando una economía que reflejaba las consecuencias por aquella dura derrota, ya que el intento de la conducción saliente de  frenar la inevitable caída se tradujo en malas contrataciones y ventas que aportaban más jugadores del montón en parte de pago que efectivo. El club debía mucho dinero, sobre todo a los jugadores. Volante se las rebuscó para paliar la crisis, e incluso logró realizar las obras que había prometido. El historiador granate Néstor Daniel Bova consigna que construyó los codos y completó el estadio, y que se hizo cargo de una necesaria renovación del personal rentado de la entidad que le costó muchos enemigos. También cometió errores, como la compra de un precario sistema de iluminación para la cancha que resultó inservible a punto tal que jamás fue utilizado en partidos oficiales. No obstante, pese a la Libertadora y descenso a la “B” del 61, en ese mismo año, Pepe Volante volvió a vencer en las urnas al Círculo de Amigos y resultó reelecto

Pronto quedó en claro que el retorno no sería sencillo. A la situación crítica en la que se encontraba el club se le suma que el torneo de ascenso era mucho más competitivo que diez años atrás. Durante los campeonatos de la “B” del 62 y 63 el Grana no pudo superar la mitad de la tabla, y la división política no ayudaba. A principios del 64, cansado de tanto lidiar con la oposición, Volante acuerda con Antonio Rotili para que con su vasta experiencia encabece un gobierno de unidad y se aleja definitivamente de la política institucional. Mientras tuvo salud, Pepe Volante jamás faltó a la platea que compró durante la campaña para sumar socios patrimoniales, y como tal, asistió en 1969 a la inauguración de la Ciudad Deportiva, que con enorme esfuerzo el club terminó de construir de acuerdo a lo prometido, del mismo modo que unos años antes había logrado terminar la primera platea de cemento, mientras Alberto J. Armando, el famoso presidente de Boca de entonces, defraudaba a quienes apostaron al ambicioso proyecto que contemplaba la construcción de una Ciudad Deportiva, con un nuevo estadio para 140.000 espectadores en terrenos ganados al Río de la Plata, que con el tiempo y el abandono se transformaron en la reserva ecológica.

A diferencia de Los Globetrotters, que se fueron armando en cinco años, Los Albañiles surgieron casi por casualidad a principios del 64, cuando se encontraron Iglesias y Acosta, que venían de las inferiores; Parenti, formado en River;  Silva, de Chacarita, y De Mario, de Estudiantes de La Plata, los tres últimos sin lugar en sus respectivos clubes. Cuentan que desde el primer entrenamiento que compartieron, Silva y Acosta empezaron a construir las paredes que los llevarían a la consagración como una de las mejores y más célebres duplas ofensivas del fútbol argentino de todos los tiempos.


Con 21 años de edad, Ángel Manuel Silva llegó a Lanús a comienzos del 64. Formado en Chacarita, su debut en primera se retrasaba, su rara estampa no convencía y se había estancado sin remedio en la cuarta división. El sabio Ernesto Duchini, histórico entrenador de las selecciones juveniles por veinte años, hombre formado y ligado de por vida a Chacarita, lo había visto jugar y confiaba en su calidad, por eso se lo recomendó a los dirigentes  granates que andaban tras los goles de Carlos Meyer, también del Funebrero. Finalmente se quedaron con los dos. Necesitaban  reforzar un plantel muy golpeado que disputaba por primera vez su tercera temporada consecutiva en la B con campañas mediocres, lejos de la posibilidad de ascender. La defensa ya estaba: Roberto Ávalos y Roberto Paz habían llegado provenientes de River a principios de 1963, año en el que se produjo el retorno de un veterano Nene Guidi, el verdadero icono del Granate de los tiempos viejos, que había llegado tras su fallida experiencia en Independiente aquejado por una rebelde lesión en un talón que no terminaría de superar hasta la tarde de su retiro.

Con unos pocos partidos en Primera en 1963, insinuando muy buenas condiciones y olfato goleador, esperaba su chance de ser titular el paraguayo Bernardo Acosta. Pese a no tener demasiadas cosas en común fuera del terreno de juego, del inmediato entendimiento entre estos dos maravillosos jugadores desconocidos entre sí surgió la piedra fundamental de un elenco que pasaría a la historia como Los Albañiles, por Manolo Silva y el Baby Acosta, la dupla ofensiva que identificará plenamente al fútbol de Lanús de aquellos años, cultor de un juego de ataque, de toque y devolución de primera, mientras la mayoría de los equipos ajustaban los sistemas defensivos. Al cabo de una espectacular e inesperada campaña, Lanús terminó primero en el torneo de la B de 1964 y retornó a la máxima categoría. Silva y Acosta jugarían juntos hasta 1969, año en que el paraguayo fue vendido al Sevilla a cambio de diecisiete millones de pesos, y en ciudad de España aún sigue radicado. Disputó 177 partidos en Lanús, convirtiendo 89 goles. Silva pasaría en 1970 a las filas Newell’s junto con Ramón Cabrero, que se había convertido en la figura de un equipo disminuido que ese año no pudo evitar un nuevo descenso. Vistiendo la casaca granate, disputó 251 partidos y marcó 92 goles, es el tercer goleador granate de la historia. El 9 de marzo de 2003, luego de jugar un partido de fútbol, su corazón le dijo basta cuando apenas tenía 61 años. El recuerdo del título de 1964, con 17 triunfos, diez empates y seis derrotas, vive en la memoria de los viejos hinchas de Lanús con la primitiva formación inglesa, el 2-3-5 que en verdad hacía mucho tiempo que ya no se usaba: Irusta, Bravo y Ávalos; Tedesco, Guidi y Paz; Iglesias, Parenti, Silva, Acosta y De Mario.