por Marcelo Calvente
Lecturas de verano- Capítulo
11 –
Cuando Lanús desciende en el 61,
de Los Globetrotters poco y nada quedaba. Sólo las legendarias figuras de los
veteranos Héctor Guidi, que había vuelto de su breve e infructuoso paso por
Independiente con problemas en un talón, Emilio Prato que había debutado en el
53 y -perseguido por las lesiones- nunca había emigrado, y Urbano Reynoso, que
había sido transferido a Racing en una buena suma a fines de 1957, que retornaba
al club luego de un paso breve por Gimnasia y Esgrima de La
Plata. La lenta caída granate coincidió con
el desmembramiento de aquel gran equipo que nunca encontró el perdón que
merecía de parte de sus hinchas, y ese encono con los futbolistas se trasladó a
lo institucional. La agrupación que siempre había conducido al club, el Círculo
de Amigos, fue duramente cuestionada por los socios, que en marzo de 1959 votaron
a José Norberto Volante, que cerraba con ese cargo una trayectoria hasta allí
inédita: jugador, entrenador y presidente de un club de Primera. Eran tiempos
de retroceso de las clases populares. El peronismo había sido depuesto, los
trabajadores ya no tenían la manija, y el Círculo de Amigos se destacaba entre
los que tenían la sangre en el ojo.
Pepe Volante puso manos a la obra
equilibrando una economía que reflejaba las consecuencias por aquella dura
derrota, ya que el intento de la conducción saliente de frenar la inevitable caída se tradujo en malas
contrataciones y ventas que aportaban más jugadores del montón en parte de pago
que efectivo. El club debía mucho dinero, sobre todo a los jugadores. Volante se
las rebuscó para paliar la crisis, e incluso logró realizar las obras que había
prometido. El historiador granate Néstor Daniel Bova consigna que construyó los
codos y completó el estadio, y que se hizo cargo de una necesaria renovación
del personal rentado de la entidad que le costó muchos enemigos. También
cometió errores, como la compra de un precario sistema de iluminación para la
cancha que resultó inservible a punto tal que jamás fue utilizado en partidos
oficiales. No obstante, pese a la Libertadora y descenso a la “B” del 61, en ese
mismo año, Pepe Volante volvió a vencer en las urnas al Círculo de Amigos y
resultó reelecto
Pronto quedó en claro que el
retorno no sería sencillo. A la situación crítica en la que se encontraba el
club se le suma que el torneo de ascenso era mucho más competitivo que diez
años atrás. Durante los campeonatos de la “B” del 62 y 63 el Grana no pudo
superar la mitad de la tabla, y la división política no ayudaba. A principios
del 64, cansado de tanto lidiar con la oposición, Volante acuerda con Antonio
Rotili para que con su vasta experiencia encabece un gobierno de unidad y se
aleja definitivamente de la política institucional. Mientras tuvo salud, Pepe
Volante jamás faltó a la platea que compró durante la campaña para sumar socios
patrimoniales, y como tal, asistió en 1969 a la inauguración de la Ciudad Deportiva , que con
enorme esfuerzo el club terminó de construir de acuerdo a lo prometido, del
mismo modo que unos años antes había logrado terminar la primera platea de
cemento, mientras Alberto J. Armando, el famoso presidente de Boca de entonces,
defraudaba a quienes apostaron al ambicioso proyecto que contemplaba la
construcción de una Ciudad Deportiva, con un nuevo estadio para 140.000
espectadores en terrenos ganados al Río de la Plata , que con el tiempo y el abandono se
transformaron en la reserva ecológica.
A diferencia de Los
Globetrotters, que se fueron armando en cinco años, Los Albañiles surgieron
casi por casualidad a principios del 64, cuando se encontraron Iglesias y Acosta,
que venían de las inferiores; Parenti, formado en River; Silva, de Chacarita, y De Mario, de
Estudiantes de La Plata ,
los tres últimos sin lugar en sus respectivos clubes. Cuentan que desde el
primer entrenamiento que compartieron, Silva y Acosta empezaron a construir las
paredes que los llevarían a la consagración como una de las mejores y más
célebres duplas ofensivas del fútbol argentino de todos los tiempos.
Con 21 años de edad, Ángel Manuel
Silva llegó a Lanús a comienzos del 64. Formado en Chacarita, su debut en
primera se retrasaba, su rara estampa no convencía y se había estancado sin
remedio en la cuarta división. El sabio Ernesto Duchini, histórico entrenador
de las selecciones juveniles por veinte años, hombre formado y ligado de por
vida a Chacarita, lo había visto jugar y confiaba en su calidad, por eso se lo
recomendó a los dirigentes granates que
andaban tras los goles de Carlos Meyer, también del Funebrero. Finalmente se quedaron con los dos. Necesitaban reforzar un plantel muy golpeado que disputaba
por primera vez su tercera temporada consecutiva en la B con campañas mediocres, lejos
de la posibilidad de ascender. La defensa ya estaba: Roberto Ávalos y Roberto Paz
habían llegado provenientes de River a principios de 1963, año en el que se
produjo el retorno de un veterano Nene
Guidi, el verdadero icono del Granate de
los tiempos viejos, que había llegado tras su fallida experiencia en
Independiente aquejado por una rebelde lesión en un talón que no terminaría de
superar hasta la tarde de su retiro.
Con unos pocos partidos en
Primera en 1963, insinuando muy buenas condiciones y olfato goleador, esperaba
su chance de ser titular el paraguayo Bernardo Acosta. Pese a no tener
demasiadas cosas en común fuera del terreno de juego, del inmediato
entendimiento entre estos dos maravillosos jugadores desconocidos entre sí
surgió la piedra fundamental de un elenco que pasaría a la historia como Los Albañiles, por Manolo Silva y el Baby
Acosta, la dupla ofensiva que identificará plenamente al fútbol de Lanús de
aquellos años, cultor de un juego de ataque, de toque y devolución de primera,
mientras la mayoría de los equipos ajustaban los sistemas defensivos. Al cabo
de una espectacular e inesperada campaña, Lanús terminó primero en el torneo de
la B de 1964 y
retornó a la máxima categoría. Silva y Acosta jugarían juntos hasta 1969, año
en que el paraguayo fue vendido al Sevilla a cambio de diecisiete millones de
pesos, y en ciudad de España aún sigue radicado. Disputó 177 partidos en Lanús,
convirtiendo 89 goles. Silva pasaría en 1970 a las filas Newell’s junto con Ramón
Cabrero, que se había convertido en la figura de un equipo disminuido que ese
año no pudo evitar un nuevo descenso. Vistiendo la casaca granate, disputó 251
partidos y marcó 92 goles, es el tercer goleador granate de la historia. El 9
de marzo de 2003, luego de jugar un partido de fútbol, su corazón le dijo basta
cuando apenas tenía 61 años. El recuerdo del título de 1964, con 17 triunfos,
diez empates y seis derrotas, vive en la memoria de los viejos hinchas de Lanús
con la primitiva formación inglesa, el 2-3-5 que en verdad hacía mucho tiempo
que ya no se usaba: Irusta, Bravo y Ávalos; Tedesco, Guidi y Paz; Iglesias,
Parenti, Silva, Acosta y De Mario.