por Marcelo Calvente
Lecturas de verano- Capítulo 8La historia vuelve a repetirse 38 días después, el 16 de febrero de 1950, en el estadio de River Plate, ante 45.000 aficionados convocados por un choque tan controversial como nunca había habido otro en la historia del fútbol argentino, que resultará atrayente, cambiante y con muchos goles. Pronto, en el terreno de juego sucedería lo que muchos temían. El árbitro designado, Johan W. Muller, había resuelto ser más razonable y obediente que su compatriota Bert Cross; por eso, Lanús fue perjudicado de forma descarada de principio a fin del partido. No obstante, el Grana domina y se adelanta en el marcador por intermedio del Gordo Lacasia a los 19 minutos de juego. Trejo lo iguala a los ’34, y tres minutos después Pairoux, de tiro penal, pone de nuevo en ganancia a Lanús, que se va al descanso con un parcial de 2 a 1 arriba. No es difícil imaginar el drama de Muller. Sabe que debe evitarlo, está en tierra extraña, en un tiempo político de cambios profundos y cargado de violencia. Como teme por su vida, se convierte en protagonista destacado con sus fallos,
todos favorables al equipo de Ducó. Con su ayuda, Trejo marca el empate transitorio a los 4’ del complemento. Con el empate parcial, Lanús se vuelca con todo a la ofensiva, y Muller le niega la sanción de un claro penal a favor, por fuerte falta dentro del área de Uzal, defensor del Globo, a Osvaldo Gil. Huracán estaba siendo desbordado, hasta que a los 34 minutos, en una de las pocas contras que su equipo pudo hilvanar, el volante derecho de Huracán, el petiso Omar Muracco, desnivela y pone el 3 a 2 para su equipo. Lleno de rabia e impotencia, Lanús se va con todo al ataque buscando el más que merecido empate, y enseguida el árbitro le vuelve a negar la sanción de otra clara falta del mismo Uzal dentro del área, en este caso en perjuicio de Lacasia, lo que provocó una violenta reacción de los futbolistas granates. El árbitro ingles sabe que de ninguna manera puede ganar Lanús, pese a que a lo largo de la interminable definición había demostrado ser claramente superior a su rival. Por eso no podía cobrar un penal para Lanús, y por eso mismo, si podía, trataría de sancionar uno para el Globo. Fue en la siguiente jugada, en una infracción dudosa cometida por Roberto González un metro afuera del área de riesgo, cuando Muller le da el tiro de gracia a Lanús sancionando un inexistente penal en favor de Huracán. La escena no es menos dramática que las anteriores: ante semejante marco, con resultado adverso por 3 a 2 a favor del Globo y dos minutos por jugar, los jugadores granates rodean al juez, y pronto comprenden que están perdidos.
Sin dirigentes a la vista a quien consultar, se juegan la última y desperada carta. Con su capitán Salvador Calvente al mando de la situación, los futbolistas granates en cuestión de segundos toman una valiente decisión que quedará en la historia del fútbol argentino: Ante 50.000 sorprendidos espectadores, se sientan en el césped frente al punto penal e impiden la ejecución de la sanción hasta que el juez da por suspendido el encuentro. Con ese recurso los futbolistas granates evitan una segura derrota en el terreno de juego, y obligan a llevar nuevamente la definición a los escritorios de la AFA, para que los verdaderos responsables de semejante despojo resuelvan la cuestión ante los ojos de todos y pongan en evidencia el descarado accionar de la entidad rectora, una noticia que conmocionó al país. Increíble pero real.
Como era de esperar, el desenlace estaba escrito de antemano. Para los equipos grandes era indispensable que los seis elencos cuyo voto valía por tres mantuvieran la categoría -Huracán era el sexto- y así conservar los 18 votos que le otorgaban mayoría, sobre 17 que sumaban los representantes del resto de los equipos de menor convocatoria. Pese a que el mundo del fútbol se indignó ante la infamia, apenas un par de días después, y sin más dilaciones, la AFA le dio por perdido el partido a Lanús, que durante 1950 debió militar por vez primera en la divisional B, y que al cabo de ese año ganará el título con comodidad en un torneo por demás corto, recuperando la categoría de manera inmediata y dando comienzo al espectacular ciclo de Los Globetrotters, otra extraordinaria página de la historia Granate.
Si bien aquel descenso fue el corolario de muy malas campañas, el equipo del 49 no merecía perder la categoría. Se había armado con muchas expectativas, con figuras cuyo nombre pronto conocerían la gloria: Daponte, Gil, Lacasia, José Florio, Ramón Moyano, Norberto Pairoux, un veterano León Strembel y un bisoño Juan Héctor Guidi, que con 18 años disputó dos partidos, integraron aquel plantel. Muchos simpatizantes de la zona se asociaron al club durante ese año. Aquella primera caída, pero por sobre todo la arbitrariedad padecida, renovaron la simpatía que los hinchas de fútbol en general siempre tuvieron por Lanús, y verdaderas multitudes siguieron la campaña del retorno colmando todos los escenarios donde el granate jugó, e incluso muchos de ellos se asociaron por primera vez a la entidad. Era el tiempo del primer peronismo, de las reivindicaciones sociales, del auge de la clase trabajadora. Como nunca desde su fundación, la ciudad de Lanús, nacida pituca, lucía transmutada en exponente claro de los sectores más humildes y se pintaba de granate para alentar a su equipo.
Con el mismo plantel que descendió, con Daponte y Mercado por Calvente y González, los centrales suspendidos por varios meses, con el mejor Strembel y la misma delantera del 49, con el Gallo Martínez en lugar del transferido Lacasia, Lanús retornó a primera al finalizar el torneo de ascenso de 1950. Con la dirección técnica de José Norberto Volante, el menor de los hermanos, que para aceptar el cargo de entrenador puso como condición que el trabajo sea ad-honorem y sólo por un año, Lanús volvió a jugar en primera en 1951 con un equipo de gran nivel, que culminó como líder de la rueda inicial: Álvarez Vega, Calvente y Mercado; Daponte, Strembel y Vivas; Contreras, Osvaldo Gil, José Florio, Martínez y Durán, nombres que hicieron historia, ya que desde el comienzo del profesionalismo hasta allí, nunca Lanús había conseguido esa colocación. La venta a Italia del goleador José Florio al comienzo de la segunda rueda y la ausencia de varias figuras por distintas lesiones le quitaron poderío ofensivo. Terminó clasificando en el quinto puesto. En ese torneo de 1951 se produjo el comienzo de la construcción paulatina de otro gran elenco, un equipo excepcional cuyo juego despertaría admiración, que encontrará su punto máximo en 1956, cuando se quedó a las puertas del primer título de su historia. En un mítico encuentro que figura en el altar de los pesares de la pasión granate, River lo derrotó en Arias y Acha por 3 a 1, luego de un parcial de 1 a 0 a favor del local que bien pudo haber sido más abultado. El segundo tiempo de ese histórico partido perdurará envuelto en su halo misterioso, y así vivirá en la historia de la entidad como la jornada más triste, con la incógnita acerca de las causas del fracaso del que fue tal vez el equipo más espectacular del fútbol argentino de todos los tiempos, aquellos magos de galera y bastón cuyo destino naufragó en 45 minutos malditos e inexplicables un infausto domingo 28 de octubre de 1956.
(Continuará)