por Marcelo Calvente
Ojo. Tal vez la mejor virtud de
esta versión de final de ciclo del equipo de Guillermo sea las enseñanzas que
deja en cada actuación, tanto en el aspecto táctico como en el análisis
individual de cada una de sus figuras. Lanús es una especie de muestrario de
involuciones colectivas producidas por un mal llevado recambio, que pese al
tiempo transcurrido el entrenador no puede resolver. El equipo nunca recuperó
la solidez defensiva
que le daban Goltz e Izquierdoz, y mucho menos el
equilibrio entre líneas que entonces tenía, lo que lo hacía plantarse en campo
contrario y ejercer presión en la salida del adversario de turno. Todo esto no
significa que se trate de un elenco fácil de derrotar, mucho menos en
instancias de definición mano a mano, y menos aún cuando actúa en condición de
visitante. El problema es el juego, las ventajas que otorga, los altibajos
anímicos de concentración, e incluso a veces la falta de convicción que algunos
jugadores evidencian respecto de la idea futbolística que deben interpretar. Así
y todo, Lanús se trajo de Córdoba un empate en uno con sabor a victoria, un
resultado justo si se tiene en cuenta el tramo final, en el que sin brillar y
con mucho esfuerzo mereció el empate que logró a un minuto del cierre, pero
milagroso si se parte del inicio, el peor de los muchos malos que tuvo últimamente,
saliendo a la cancha desconcentrado y recibiendo un gol antes del minuto de
juego. Así anduvo hasta el minuto 70. Pese a las ventajas que recibió hasta
ahí, Belgrano no se animó a ir por más, y como suele ocurrir muy de tanto en
tanto, lo terminó pagando caro.
La insólita manera en que arrancó
el partido condicionó el trámite. Desde esa corrida inicial que en tres pases
puso a Belgrano arriba, Lanús no pudo encontrar su lugar en la cancha. Los dos
centrales atornillados cerca de la medialuna propia, los laterales contenidos
ante la distancia que debían recorrer para pasar al ataque, delanteros y
volantes de espaldas al arco rival, tratando de recibir pelotazos largos y a
dividir que partían de Gómez, el último hombre granate, que si alguna virtud
justamente no tiene es claridad para entregar la pelota. Belgrano la recuperaba
rápido pero, temeroso de la ventaja que tenía, no se animó a ir a fondo, esperó
un adelantamiento granate que nunca ocurrió, porque así de largo como estaba,
ni Lanús ni ningún otro equipo puede meter dos pases seguidos. El partido se
hizo friccionado, con pierna fuerte de ambos lados, -que el árbitro brasileño
no sancionó con la misma severidad- con los jugadores granates bien dispuestos
para dar lucha pero no tanto para ofrecerse como receptores y generadores de
juego, todo estaba a favor de Belgrano. Gómez y Braghieri se están haciendo más
fuertes en la marca pero siguen jugando diez o quince metros detrás de lo que
deberían. Ambos trasponen la línea media sólo cuando van a buscar por arriba en
el área de enfrente, en las pelotas paradas. Prefieren atornillarse cerca del
área de Ibáñez, y esa inexplicable y tozuda posición de la dupla central
destartala todo intento colectivo del equipo.
A los 70 del completo ingresó Sebastián Leto, y su ingreso produjo un
cambio sustancial en el terreno de juego. Al talentoso delantero de cuna
granate que había vuelto con gloria, con títulos y participaciones
internacionales en Europa -aunque con varias lesiones a cuestas- desde el vamos la fortuna no lo acompañó.
Sufrió un absurdo accidente que le costó dos operaciones de cráneo y una lenta
recuperación con un desgarro en el medio, hasta que por fin, con un incómodo y
llamativo protector en su cabeza, logró sumar algunos minutos ante Huracán, y a
los 70 minutos de juego de un partido que venía mal para Lanús se metió en el
partido sacudiendo a propios y extraños. A sus compañeros porque les dio un
ejemplo de entereza y valentía, pidiéndola, luchando para tenerla, aguantando
los golpes y la provocación de los rivales, que intentaron sacar partido de posibles
temores y secuelas apelando a codazos, patadas y empujones. El Flaco no sólo no
arrugó: se las arregló para jugar la pelota con criterio y contagió a sus
compañeros con su noble sacrificio. El Grana empezó a crecer, Belgrano a
refugiarse cada vez más atrás. La pierna fuerte siguió mandando, pero así y
todo, con la batuta de Leto y el acompañamiento de los demás, sin generar
peligro, Lanus se fue haciendo dominador. El estadio colmado la vio venir, los
defensores de Belgrano se atornillaron en el último corner, con la pegada de
Ayala -que aparece cuando debe aparecer- y la potencia aérea en alza de Gustavo
Gómez, llegó el empate que por su mayor entereza en el tramo final, Lanús
mereció.
Por delante quedan nueve compromisos por un torneo local que ya no pelea
y dos Copas en las que aún está en carrera. Por detrás hay un rendimiento que
no termina de conformar a nadie, con errores tácticos de larga data que a esta
altura cuesta entender que persistan, y jugadores que alternan buenos y malos
rendimientos, a tono con un colectivo que no terminar de funcionar como para soñar
con grandes objetivos. “Es fútbol”, suele decir Miguel Russo y con eso explica
lo mucho de inexplicable que tiene este deporte. Está claro que de no mejorar
será difícil celebrar algo grande, pero también es cierto que a las mejorías de
Gómez y Braghieri, Guillermo puede sumar los aportes de Martínez, Castelani, el
Pampu González, Leto, Di Renzo, Aguirre y el demorado Almirón, con la columna
vertebral que componen Araujo, Velázquez, Fritzler, Ayala, Junior y el Laucha
Acosta, nombre por nombre, y pese a las dificultades de funcionamiento que el
entrenador debe superar, alcanza para mantener las esperanzas, al menos, hasta
el próximo compromiso.