por Alejandro Chitrángulo
“El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Ya en 1887 cuando Lord Acton, dijo esta frase, se aplicaba tanto para la organización económica como para los regímenes políticos. El ideal en uno y otro caso es repartir el poder entre el mayor número de actores. En la economía el mercado competitivo es el que más poder reparte; el monopolio el que más concentra. En la política, la democracia y la dictadura representan uno y otro extremo.
Siempre hemos escuchado decir, por boca de conocidos filósofos y sociólogos, casi como un dogma irreductible, que el poder corrompe. Y no solamente eso, sino que, además, la afición por el poder, es la peor enfermedad que padece el ser humano en el mundo entero.
Uno de los principios fundamentales del comportamiento humano es que cada persona actúa de manera intencional para satisfacer primero sus propios intereses, cualesquiera que estos sean. Y cuando esa persona
logra tener una cuota de poder, es inevitable que lo utilice para lograr sus intereses.
Un nuevo estudio realizado por tres universidades estadounidenses muestra que la gente con bajo estatus que ocupa puestos de mucho poder tiende a degradar a los demás. El trabajo, que publica la revista Journal of Experimental Social Psychology, analiza la relación entre la categoría y el nivel de autoridad de un puesto de trabajo. Los resultados de la investigación explicarían por qué los oficinistas pueden parecer groseros o incluso por qué los guardias de la prisión de Abu Ghraib humillaron y torturaron a los prisioneros en Iraq.
Los científicos realizaron experimentos con estudiantes a quienes les fueron asignadas aleatoriamente una alta categoría con el rol de “productores de ideas” o una baja categoría con la categoría de “trabajador”. A los estudiantes se les pidió seleccionar de una lista de 10 actividades para que los otros las desempeñaran, algunas de ellas humillantes como decir “no soy valioso” en voz alta, decir “soy mugriento” o ladrar como un perro. También había tareas especialmente complejas, como contar hacia atrás desde el número 500, añadiéndole siete números a cada uno. Entre las actividades menos humillantes se incluían escribir un breve ensayo, aplaudir 50 veces, hacer cinco lagartijas y saltar 10 veces en una sola pierna.
Los resultados revelaron que “los individuos con roles de alto poder y baja categoría eligieron actividades más humillantes para sus socios”. Los sujetos con alto grado de poder y categoría alta eran, sin embargo, muy agradables con los compañeros. “Nuestros hallazgos señalan que la experiencia de tener poder sin categoría, ya sea como miembro del ejército o como un estudiante universitario que participa en un experimento, puede desencadenar comportamientos que humillan a los demás”, explica Nathanael Fast, profesor de la Escuela Marshall de Negocios de la Universidad de California del Sur (EE UU) y coautor del trabajo. Aunque Fast admite que no se puede generalizar ya que muchas personas en esa situación tienen un comportamiento atento con los demás.
Según Fast, los remedios para evitar estas situaciones incluyen que directores en puestos altos les digan a las personas en puestos con alto poder y baja categoría “lo importante que son sus funciones”. Ofrecer bonos o ascensos también podría ayudar, comenta Fast.
Los investigadores creen que un claro ejemplo que corrobora sus resultados es lo que sucedió en 2004, cuando soldados de bajo rango de los Estados Unidos abusaron física y sexualmente de prisioneros de la cárcel de Abu Ghraib, en Iraq . “Aunque es verdad que los guardias de la prisión tenían poder, es igualmente cierto que sus funciones de trabajo les daban poco o nada de respeto y admiración ante los ojos de los demás. Tenían poder, pero carecían de categoría”. Y, aunque eso no los justifica, “sería la combinación de estas dos variables –alto poder y bajo estatus- la que desencadena un comportamiento destructivo y humillante”, concluyen los autores.
Los asesores del poder
Una de las principales creencias del pueblo es que el poder corrompe, y que los asesores de los gobernantes están tan corruptos que no dejan pensar de forma independiente a los presidentes.
Pero un nuevo estudio, que experimentó con estudiantes que fueron cebados para que sintiesen poder sugiere que, al menos en algunos casos, el poder tiende a sellar a la gente de las opiniones de fuera, dejando que sólo confíen en sus más allegados.
Si bien no tira por tierra la creencia popular de la que hablábamos al principio, sí indica que la realidad está más matizada.
El estudio fue publicado en Journal of Personality and Social Psychology. También dicen que “aunque el poder a veces se cree que es una fuerza perniciosa que corrompe a la gente que lo posee, es la protección de esa situación de influencia lo que ayuda a los individuos poderosos a superar obstáculos sociales y expresar ideas aparentemente impopulares de hoy en día que pueden llegar a transformar en los ideales de mañana”.
A estas conclusiones llegaron luego de realizar cinco experimentos con grupos de estudiantes. Según los autores del estudio las personas que realmente son poderosos, antes incluso de tener el poder verdadero, pueden conseguir ideas originales y no verse influenciado por los otros, mientras que quienes no son tan poderosos en personalidad, pero sí llegan a un puesto de poder, tienden a recaer en la influencia de quienes los rodean.
“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quereis probar el carácter de un hombre, dadle poder” (Abraham Lincoln).