Informe Económico Semanal del Banco Ciudad
Según se conoció esta semana, en mayo, los precios minoristas aumentaron un 2,2% mensual y 26,7% interanual, de acuerdo al Índice de precios al consumidor de la Ciudad de Buenos Aires (IPCBA). En la misma línea, las principales estimaciones privadas compiladas a través del IPC Congreso promediaron un incremento del 2% mensual y 28,7% anual, mostrando (al igual que en el caso de las estimaciones públicas) una tendencia a la estabilización en el margen.Este nuevo (y todavía elevado) “piso” de la inflación, se da a pesar de la deliberada estrategia de atraso cambiario llevada adelante por el Banco Central. Tanto según el IPCBA como de
acuerdo al IPC Congreso, las variaciones se están estabilizando en torno a un 2% mensual que, anualizado, asciende a un 27%, ritmo similar al incremento interanual experimentado por ambos indicadores durante abril y mayo, pese a que la tasa de devaluación del peso se mantiene contenida en torno al 1% mensual y 11% interanual, desde inicios de 2015.
Lo anterior deja entrever que las presiones inflacionarias no ceden a la actual estrategia cambiaria, en un contexto de expectativas con falta de “anclas” significativas, hoy equivalentes al 28% según las últimas mediciones de la UTDT. Ello se debe a la ausencia de una corrección de los desequilibrios fundamentales de la economía, particularmente, en lo referido al déficit fiscal y la necesidad de financiarlo mayoritariamente a través de emisión monetaria. Desde fines de 2014 la base monetaria muestra una aceleración, aumentando hoy un 35% anual, cuando en diciembre crecía un 25%.
Adicionalmente, ya comenzaron a observarse presiones de costos derivadas del impacto de las subas salariales acordadas en las paritarias 2015, buena parte de las cuales terminaron saltando la pauta oficial del 27% a través de adicionales y otros conceptos no remunerativos, presionando especialmente sobre las actividades mano de obra intensivas. Este efecto (que se sentirá con mayor intensidad en el segundo semestre) es más relevante en los bienes y servicios no transables, aunque también afecta a determinados sectores transables, dado que el virtual cierre de la economía permite trasladar a los precios finales las subas de los costos internos, sin perder las firmas locales porciones significativas de mercado, fruto de la acotada competencia externa.
En este marco, en mayo sobresalieron las subas de los servicios (2,5%), aunque también volvieron a registrarse presiones en los precios de los bienes (1,9%), lideradas por los alimentos (rubro transable por excelencia), pese a la persistente estabilidad cambiaria. Asimismo, desde otra óptica, los datos del IPCBA muestran una estabilización de la inflación núcleo (o “core”) por encima del 2% mensual (2,3% en mayo) y en torno al 27% interanual, lo cual da cuentas de una consolidación de la inflación subyacente, tras la corrección verificada entre fines de 2014 e inicios de 2015.
Esta persistencia de las presiones inflacionarias se da en un contexto en el cual la brecha de producto tiende a cerrarse, tras la ligera recomposición reciente del nivel de actividad, combinada con un retroceso del PIB potencial de Argentina, siendo la actual orientación de la política económica claramente inadecuada para tales circunstancias. De acuerdo a nuestros cálculos, la frontera de producción argentina ha ido contrayéndose a lo largo de los últimos dos años. Sucede que la capacidad de producción de una economía depende, entre otros factores, de la inversión en bienes de capital, la dotación de recursos humanos y su calidad, además de la productividad total de los factores productivos (eficiencia), todos ellos elementos que vienen mostrando un franco retroceso. En paralelo, la recuperación marginal del nivel de actividad que siguió a la fuerte baja verificada en 2014, ha llevado a que la economía opere hoy con limitados niveles de capacidad ociosa, sentando las bases para que cualquier presión de demanda se traslade a precios.
Ante este escenario, la respuesta típica de política económica debería ser evitar un recalentamiento del nivel de actividad, de manera de limitar las presiones inflacionarias y suavizar el ciclo económico, aunque en un año electoral la respuesta oficial ha venido siendo la opuesta, apostando a incrementar la demanda y restringir la oferta agregada (a través de trabas a las importaciones), pese a sus consecuencias negativas en materia de estabilidad macroeconómica. Todo esto en una economía que se apresta a cumplir, en 2015, 11 años con subas de precios a tasas de dos dígitos y casi 9 consecutivos con una inflación superior al 20% (comportamiento que sólo se comparte a nivel global con Venezuela), quedando para la próxima administración la ardua tarea de comenzar a revertir esta tendencia, para lo cual deberá implementar una agenda de estabilización que contemple una verdadera política anti-inflacionaria.