por Alejandro Chitrangulo
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Muchos se olvidan de lo esencial la reflexión y el significado de la vida Pasión y Muerte de Jesús, un ser que vivió una breve vida terrena pero tan intensa que produjo con sus hechos y su mensaje uno de los cambios más importantes en la forma de entender el significado de vivir, amar y pensar de una gran parte del mundo desde hace 2 mil años.La historia de la Semana Santa
Para poder entender el significado de la semana santa primero debemos hacer una revisión histórica que nos ubique en tiempo y lugar. Jesús iba esos días a Jerusalén, la capital, donde los judíos se preparaban para celebrar la Pascua (conmemoración anual de su liberación, el logro de la tierra prometida). Todo estaba en ebullición, la política sobre todo, pues llevaban más de 25 años bajo el poder romano y la afluencia de más 125.000 peregrinos calentaba el ambiente y lo hacía propicio para movilizaciones y levantamientos. Jesús llega a Jerusalén por el camino de
Betania, hasta alcanzar la altura del monte de los olivos. Y, desde ese lugar contempla directamente las murallas y el templo.
El evangelista Marcos recoge con fuerza el conflicto que ya para esos días se traían las autoridades con Jesús. El buscaba proclamar lo que era el centro de su vida: el reino de Dios, la buena Noticia de un Dios de misericordia y amor que nos quiere a todos unidos como hermanos, por encima de todas la leyes y barreras humanas inventadas. Y lo iba a hacer en la capital, en medio del templo, ante las autoridades.
Ni el poder imperial de Roma ni las autoridades del Templo iban a soportar la novedad que proclamaba Jesús.
Fue juzgado por su manera sincera, coherente y libre de pensar y actuar, por su manera de entender y vivir a Dios, por colocar en el centro de su vida y predicación el Reino de Dios por encima de la ley del imperio y del Templo de Jerusalén. Por unir en uno solo el amor a Dios y al prójimo, Por identificarse con las víctimas del imperio y los olvidados por la religión del Templo. Por atreverse a proclamar que con él, como crucificado, estaba Dios y lo está en todos los crucificados de la historia, Por la relativización a que sometía la ley del Sábado y las demás tradiciones religiosas. Por pregonar una conciencia social que no debe aceptar vivir religiosamente al margen del sufrimiento de los más necesitados y proclamar que la “sociedad del bienestar” no puede ignorar a esa otra “Sociedad del malestar, de los pobres y desposeídos”. Doble era la novedad que traía Jesús: su vida y la imagen de Dios que enseñaba.
El sentido del mensaje
Hoy veinte siglos después de esa breve vida, de ese enorme mensaje de amor, lo predicado por Jesús tiene vas vigencia que nunca. La crisis actual, global y religiosa, llega a poner en duda de que estemos anunciando de verdad el Evangelio. Nuestra vida está saturada de creencias y de ritos, repetidos una y otra vez que no cambian nuestra forma de ver la vida y hacen que siguamos dócilmente las consignas de la nueva religión neoliberal: trabajar, consumir, medrar y disfrutar con la mayor ganancia posible, sin apenas preocuparse por las desigualdades e injusticias entre unos y otros. En medio de ese frenesí competitivo y consumista, recurrimos alguna que otra vez a un Dios que dista mucho del Dios revelado por Jesús.
La Semana Santa debe ser un tiempo de descanso pero tambien de reflexión que nos refresque ese mensaje de amor e igualdad. Un mensaje que debe ser llevado hasta los corazones de muchas personas que se piensan importantes y poderosas y se sienten elegidas y beneficiadas por el Dios del dinero y la fama. Empresarios, comerciantes, líderes políticos, pensadores y comunicadores que proponen un mundo, “un pais”, para pocos y que creen lavar sus culpas y comprar su lugar en el reino de los cielos repartiendo migajas y sobras de una vida alejada del Dios de Jesús.
En la Semana Santa recordamos la pasión y muerte de Jesús, esto no invita a luchar por alejar de nuestra alma la sensualidad, el egoísmo, la soberbia y la avaricia.