por Alejandro Chitràngulo
Nos dicen que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles. Un modelo altamente productivo que permite dar de comer a todo el mundo, muy eficiente, que ofrece una gran variedad de alimentos, que facilita el trabajo a los agricultores y lo mejor... que nunca antes habíamos comido de una manera tan segura. Sin embargo, cuando analizamos en detalle, y con números en la mano, cada una de estas afirmaciones vemos que son falsas. Quienes las dicen piensan que por repetirlas una y otra vez se convertirán el verdades indiscutidas. La verdad es que el actual modelo de producción, distribución y consumo de alimentos se sustenta en una serie de mitos que son mentira.Acabar con el hambre
Uno de los ‘mantras’ más repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta productividad, puede acabar con el hambre. De hecho, en la actualidad, según datos del que fue relator especial de las Naciones Unidas por el derecho a la alimentación Jean Ziegler, en el mundo hay comida para 12.000 millones de personas, y en el planeta somos 7.000 millones. No debería haber nadie sin comer. La realidad, en cambio, es distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo, casi mil millones, pasan hambre. Comida hay, y mucha, pero como se distribuye es otro tema.
Más comida no significa poder comer. Los alimentos en el sistema agroalimentario se han convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas empresas del agronegocio y las grandes cadenas de supermercados han convertido el derecho a la alimentación en un privilegio. En consecuencia, o tienes dinero para pagar el precio cada día más caro de los comestibles o acceso a aquello que da de comer (tierra, agua, semillas) o no comes. No tenemos un problema de falta de producción o
superpoblación, sino de democracia, de acceso a los alimentos.
Otra de las grandes “verdades” mediáticas es hacernos creer en la eficiencia del sistema. La realidad es que el sistema desperdicia anualmente, según datos de la FAO, un tercio de la comida que produce para consumo humano: un total de 1.300 millones de toneladas. He aquí la cuestión. La agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al negocio de la pobreza.
Libertad y variedad
Nos insisten en que somos “libres” para elegir entre una gran “variedad” de productos como “librecomprador”. En cambio, bajo la ilusión de lo diverso se esconde la más estricta uniformidad. En el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y transgénicas. En el supermercado, nos venden un sinfín de comestibles. Pero nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran distribución encontramos siempre las mismas marcas.
De pobres campesinos a campesinos pobres
Las cadenas que concentran el poder productivo dicen que el sistema actual promueve una agricultura que beneficia al campesino. La verdad es que la agricultura industrial está pensada por y para el agronegocio y en detrimento de aquellos que siempre han cuidado y trabajado la tierra. Los huertos familiares y pequeños productores van desapareciendo hoy en Argentina únicamente el 4,3% de la población activa se dedica a la agricultura. La cuestión es simple a la hora de vender comida, quien menos gana es aquel que la produce.
El diferencial entre el precio que se paga al agricultor en el campo y el que nosotros pagamos en el supermercado es abismal. Hoy, el coste del producto alimentario de origen a destino se multiplica de tal manera que la diferencia porcentual entre lo pagado en la huerta y el “súper” por algunos alimentos llega al 800%.
Seguridad alimentaria
Afirman que la comida nunca había sido tan segura, pero la realidad muestra otra cosa. Vacas locas, pollo con dioxinas, productos con carne de caballo donde se suponía solo había vacuno, Agroquímicos y transgénicos… No tenemos ni idea de qué nos llevamos a la boca. Al mismo tiempo, las dolencias vinculadas a aquello que comemos no han hecho sino aumentar. Las “enfermedades occidentales”, como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer resultado de una “dieta occidental”, altamente procesada, con mucha carne, grasa y azúcar añadido son, tristemente, la mejor prueba. Somos lo que comemos. Las consecuencias de una agricultura y una alimentación “adicta” a los agrotóxicos, los transgénicos y los aditivos varios son claras.