por Marcelo Calvente
Es cierto que en el fútbol
argentino cualquiera le puede ganar a cualquiera, siempre y cuando se cumplan
algunas premisas Para lograr una victoria siendo punto hay que tener algún
atributo táctico-técnico para aprovechar las ventajas circunstanciales que siempre
otorga el que ataca. Quilmes, al menos el equipo que enfrentó a Lanús, no tiene
con qué hacerlo. Es el producto de una decisión valiente y oportuna de la
entidad cervecera, que teniendo en cuenta que en este campeonato no hay
descensos se desprendió de futbolistas caros para probar suerte con profesionales
de menor cotización y el material de la cantera. Es una decisión que no se
puede tomar sin el consenso que se logra difundiendo con claridad el plan entre
los socios, que es lo más difícil de conseguir. En Lanús pasó por última vez gracias
al impresentable de Pipo Gorosito. Todo Lanús pedía su renuncia, pero sólo la
conducción, los socios más cercanos y mejor informados, y Ramón Cabrero, el
hombre elegido para suplirlo, conocían bien de cerca el potencial de la mejor
camada de la historia del fútbol amateur de Lanús. Debajo de Fioretto, Marini,
Carreño, De Bruno, Román Díaz y Ceballos estaban Archubi, Fabbiani, Aguirre y
Manicero. Detrás de ellos Valeri, Fritzler, Lagos, Leto y Biglieri. En la
séptima jugaban Blanquito, Lautaro y el Pulpito González, y en la octava Salvio
y Guido Pizarro. No es fácil tener tanto oro en la cantera. Este mismo plan que
hoy intenta copiar Quilmes y la mayoría de los clubes de primera, a Lanús le
significó el título de Campeón del Apertura 2007, varias participaciones
internacionales, y una verdadera fortuna que cambió para siempre la historia de
la institución. Quilmes no insinuó tener demasiado. En la misma están Godoy
Cruz, Defensa, Tigre, Banfield, Gimnasia, Olimpo, Belgrano, Rafaela y Arsenal.
Con algo más de plantel, Independiente, Estudiantes, Central, y Racing no
terminan de diferenciarse. Por primera vez en mucho tiempo, antes de iniciar la
9ª fecha del Torneo, es claro que de no aparecer un émulo de Ramón Cabrero, solo
una minoría de los 20 competidores se puede ilusionar con el título: River,
Lanús, Newell’s, con menos perspectiva Vélez, Boca y un San Lorenzo que se
relajó demasiado.
Después
de un arranque preocupante e irregular, mejorando tanto en lo físico como en lo
que respecta a la motivación y el compromiso, el plantel recobró el perfil de
equipo ganador, y se sacó de encima el fastidio por las derrotas del inicio de
semestre. Marchesín volvió a ser casi
invencible; Araujo, Velázquez, Somoza y
el Pulpito recuperaron su nivel, y Ortiz sorprendió con un par de buenas
actuaciones. Guillermo está esperando la recuperación de Silva, Melano, Junior
Benítez y Ayala, y de a poco, muy de a poco, se van asentando los dos centrales.
Con el Pelado Silva en el banco, Lanús creció en ofensiva con el entendimiento
de Lautaro Acosta y Silvio Romero, perforando a las defensas rivales con pelota
dominada y toque corto en velocidad al corazón del área. Para que así ocurra es
necesario que los volantes dominen la pelota en campo contrario, para lo cual
es indispensable que los dos centrales se paren en las proximidades de la línea
de medios. Por momentos, cuando el rival no presiona, lo consiguen, y Lanús
entrega lo mejor de sí; pero cuando lo atacan, como Olimpo en el final, Racing
en el arranque, Banfield por momentos, y también Quilmes, a los ponchazos, en
las dos primeras mitades de cada tiempo, Gómez y Braghieri vuelven a retroceder
mal, a perder marcas, a ceder espacios de más, y a rechazar pelotas cortas y
hacia el medio, todo en las cercanías del área de Marchesín. Ese retroceso –temo
cansar de tanto decirlo- arrastra también a los laterales y volantes, y entonces
los dos de arriba están condenados a correr envíos largos y a dividir. Son las
dos caras de esta versión de Lanús, sin Goltz e Izquierdoz.
Sin mucha claridad, aprovechando
este defecto repetido de la visita, Quilmes creó algo de peligro en la etapa
inicial, pero se desmoronó con el inexistente penal sancionado por Pitana que
Romero no picó. Al reponer, el local perdió la pelota y se metió un gol en
contra. También lo intentó en la primera mitad de la parte final, pero chocó
con Marchesín y el travesaño, y pronto volvió el desaliento. En los últimos
quince minutos Lanús lo bailó y debió convertirle dos o tres goles más.
El domingo visita La
Fortaleza el mejor equipo del torneo. Su andar no se puede
cuestionar, los números son elocuentes: después de un pálido empate en el
Bosque ante Gimnasia, River ganó todo lo que jugó, varios por goleada, 19 goles
a favor y sólo 3 en contra en 7 encuentros disputados. Pero no hay que olvidar
que hemos conocido otras versionas de cada uno de sus jugadores. Lo que pone al
equipo de Gallardo por encima de los demás es la motivación. Corre más,
presiona mejor, la fortuna sopla a favor y las cosas le salen bien porque los
jugadores están muy enchufados. River expuso claramente sus atributos: el gran
momento de Teo y Mora arriba, más Pisculichi, con Vangioni y Sánchez ganando
por afuera, y la firmeza de la zaga central. Nada que no sea conocido. Nunca lo
atacaron como lo puede llegar a hacer Lanús si le gana la pelota en el la zona media,
si no se estira, y sobre todo si no se descalabra la dupla central y se cubren
correctamente las espaldas de Araujo y Velázquez. Con espacios, River lo puede complicar
por las bandas. Resulta increíble la tonta manera en que recibió Somoza su
quinta amarilla. A Guillermo le va a costar reemplazarlo, y no debe equivocarse
en la elección. El choque será entre dos equipos con diferentes virtudes, pero que
juegan con la misma convicción. Dos que saldrán a buscar la victoria porque se
sienten un escalón arriba del resto, y que saben perfectamente que enfrentan al
rival a vencer.