por Marcelo Calvente
La imagen de la vuelta del clásico del sur, la del principio, fue una
pintura de la situación. La hinchada granate no venía muy conforme que digamos
con el vertiginoso arranque del semestre: El debut con dudas ante el Mineiro en
casa por la Recopa ,
la enorme victoria obtenida en la revancha que lo llevó a un alargue que insólitamente
perdió cuando todo estaba para ganarlo, el viaje a Japón, donde fue derrotado
por un equipo de tercera categoría, la eliminación con Colón por la Copa Argentina y no encontrar
regularidad durante las cinco primeras fechas del torneo de AFA, es motivo más
que suficiente como para preocuparse. Los propios futbolistas, con sus
actuaciones deslucidas, han venido demostrando su fastidio por este arranque.
Lanús venía de vencer a Racing en Avellaneda con una leve mejoría en el juego y
un enorme amor propio, y de visita venía Banfield, el clásico que ya se
empezaba a extrañar. Siempre es bueno tener un rival, y mejor es vencerlo. Su
descenso fue una noticia que los granates celebraron, pero es necesario que el
descendido vuelva; si no vuelve más, ¿a quien vas a cargar, a quien le vas a
gritar los goles en la cara? Por eso Lanús llenó La Fortaleza , para volver a
ganarle a Banfield por tercera vez consecutiva, y para festejar la vuelta de su
rival a primera. La imagen del principio fue una estremecedora muestra de
confianza de la gente granate, de la grandeza y la vigencia del Campeón de la Sudamericana , un
recibimiento a la altura de uno de los mejores equipos del continente, y un
volvernos a ver con el rival y comprobar como anda cada uno. A la imagen del
principio sólo le faltó el público de Banfield.
La imagen del partido fue la de la lucha. Un encuentro de pocas
situaciones de gol, pero
jugado a muerte
en cada pelota, donde los dos dieron señales de fiereza. Esa lucha fue zanjada
con el gol granate. Al tener que defender esa ventaja, Lanús siguió jugando
fuerte, pero Banfield entró en el descontrol y terminó con nueve, con el
arquero haciendo un papelón. Hasta el gol de Romero, coronando una salida clara
de Araujo para Braghieri, que intentó un remate al arco que devino en fortuito pase
gol, con un toque certero de Acosta para el Chino. Iban
El propio Banfield se encargó de impedirlo. Sus jugadores se entregaron
antes de intentarlo, perdieron la sensatez, se quedaron con nueve y se llevaron
una derrota dolorosa en una jornada de muy profusa cobertura periodística.
Volver siempre cuesta. Los futbolistas granates jugaron este partido de una
manera especial. Necesitaban ganar así, necesitaban volver a creer en si mismos.
Hubo rendimientos individuales muy destacados. El de siempre, Agustín
Marchesín, sacando las que van adentro; Araujo dando lección de su materia, la
marcación de punta; Velázquez aportando su pase claro y su presencia, Ortíz
conectando el medio con el ataque, entregando la pelota con notable precisión,
y Acosta y Romero anunciando que juntos son dinamita, sobre todo si se juntan
cerca del área. Y hubo mejorías también para celebrar, como las de los dos
centrales, que esta vez no desentonaron, como las de Somoza y el Pulpito, que
recobraron intensidad y se los vio más metidos en el partido, la imagen de buen
equipo en general. De equipo armado, que tiene pronto que revalidar su
condición de campeón de Sudamérica, y que mientras tanto se convierte en
candidato con una victoria muy celebrada por sus hinchas. En síntesis, aquella
imagen tan conocida de diciembre último.
El final fue una postal del fútbol, de la victoria y de la derrota. Una
verdadera multitud celebrando el triunfo ante el más rival de los rivales, y el
equipo festejando la recuperación de su espíritu de tal, con los recambios
adaptados y una ofensiva que ilusiona con volver a las fuentes, a Cejas y Lugo,
a Silva y Acosta, a Huguito Morales e Ibazaga, a Blanquito y el Pelusa Valeri,
duplas capaces de quebrar al rival con pelota al pié, velocidad de maniobra y entendimiento mutuo, la estirpe
natural del fútbol granate de toda la vida, a la que tal vez el entrenador
pueda sumarle a Silva cuando el pelado recupere su verdadero nivel. La imagen
del final es la de una hinchada que recobró la confianza en su equipo, y la de
un equipo orgulloso del aliento de su gente y de jugar en un club como Lanús,
donde todo está en su lugar, donde no hay excusas. La imagen del final es la
que hay que consolidar en Quilmes con otra victoria, para después intentar
frenar la marcha de River y meterse en la pelea decisiva del torneo de AFA,
para seguir proyectándose en el ámbito internacional y tratar de mantener la Copa Sudamericana en sus
vitrinas. Pero a decir verdad, al partido le faltó la vuelta a casa de la gente
de Banfield bajo la lluvia, sufriendo la derrota y percibiendo de la manera más
cruda lo mucho se han profundizado las diferencias.