por Alejandro Chitrángulo
Un importante grupo de personas alrededor del mundo, busca desacelerar su vertiginoso modo de vida mediante la vuelta a lo natural. La consigna es tomarse la vida de a pequeños sorbos y no de a tragos. Basados en esta premisa ya existen más de cien poblaciones de todo el mundo, que han asumido un modo de vida tranquila y ecológica.Se trata de ciudades sin estrés donde el tiempo fluye sin agobios y la calidad de vida de sus habitantes, el medio ambiente, la cultura y la gastronomía local son prioritarias. Más de cien ciudades de todo el mundo, reúnen todos estos requisitos y, por ello, forman parte de la red de “Ciudades Slow”. La iniciativa, surgida en Italia, sigue los pasos del movimiento “Slow Food” y cuenta con una organización que distingue a sus socios con un certificado de calidad.
El nacimiento de una movida ecológica
Cuando en 1986, indignado porque una cadena de comida rápida, o de fast food, pensaba abrir un local a los pies de la emblemática escalinata de la Piazza di Spagna, uno de los símbolos de Roma, el el sociólogo y crítico gastronómico italiano Carlo Pretini proclamó la necesidad de defender la slow food o comida lenta, típica de la cultura italiana, puso en marcha un movimiento que rápidamente se extendió a otros ámbitos de la vida. Al propone desacelerar el ritmo de vida de la cultura contemporánea, inspiró el Slow Movement, al que rápidamente se integraron el Slow Living, el Slow Travel, el Slow Design y, finalmente, las slow cities.
En 1999 El alcalde de la pequeña localidad toscana de Chianti, Paolo Saturnini, pensó que podía trasladar a la escala urbana el modo de vida de la “Slow Food”, creada por su
compatriota, Carlo Petrini. De esta manera, si la comida lenta defiende unos ritmos más pausados y el disfrute de cada plato como prioridad, las ciudades lentas ofrecen a sus habitantes mejorar su calidad de vida a través de la tranquilidad, los espacios verdes y la ausencia de estrés.
La idea se extendió pronto a las vecinas de Chianti, las localidades de Bra, Positano y Orvieto. Desde entonces, el movimiento congrega a cientos de ciudades en una red de 27 países de todo el planeta, entre ellos Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda, Portugal, España, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Turquía, China, Canadá y Estados Unidos. En la Argentina ya hay dos experiencias en marcha, ambas en la provincia de Buenos Aires.
Criterios para ser una ciudad slow
Los responsables del movimiento han constituido una organización para concretar cómo debe ser una ciudad slow. Los asociados actuales y cualquiera que desee entrar en el club deben cumplir un manifiesto de 55 criterios agrupados en seis categorías: política medioambiental, infraestructuras, calidad del tejido urbano, apoyo a la producción y los productos locales, hospitalidad y sentido de comunidad de sus habitantes. El objetivo es que en estas ciudades sus habitantes no tengan más remedio que llevar un modo de vida tranquilo, saludable, en el que se fomenten las tradiciones y se queden fuera los hábitos estresantes, los ruidos o la homogeneización de las ciudades.
Para formar parte del club de las ciudades slow o “Cittaslow”, como se conocen en el ámbito internacional, sus responsables institucionales deben mantener una arquitectura respetuosa con el entorno y amigable para sus habitantes. Los centros urbanos están cerrados al tráfico, se potencia el uso de las energías renovables y se aprueban leyes y normas coherentes con la naturaleza. Los espacios histórico-culturales y las zonas verdes se deben priorizar y conservar en perfecto estado. Estas ciudades deben potenciar sistemas de reciclaje de la basura que sean un referente ecológico para el resto. Sus responsables deben promover la concienciación y la educación de estos valores entre todos los ciudadanos, en especial, entre los más jóvenes. El crecimiento de la ciudad se debe guiar por la mejora del territorio y de sus habitantes, y no por la construcción urbanística insostenible del negocio inmobiliario. La alimentación de sus habitantes debe basarse en el Slow Food y, en general, en los productos locales, ecológicos y de temporada. Las nuevas tecnologías y los avances científicos que fomenten la ecología y la sostenibilidad deben incorporarse a estas ciudades.
Para obtener la membrecía del movimiento Slow City, la ciudad debe haber avanzado en el proceso de autoevaluación sobre el cumplimiento de los objetivos planteados para garantizar un estilo de vida urbana conforme a los principios slow. Y, una vez inscriptos, las ciudades pagan una cuota anual por esa membrecía. Dado que ninguna ciudad es igual a otra, la adscripción se divide en tres categorías:
· Pueblo Cittaslow: para ciudades con menos de 50 mil habitantes.
· Partidario de Cittaslow: para ciudades con más de 50 mil habitantes.
· Amigo Cittaslow: a individuos y familias que promulguen principios slow.
Un ejemplo de esto lo podemos ver en una de las ciudades pioneras del movimiento, la italiana Orvieto, que ha instalado un sistema electrónico de control de acceso que permite solo la entrada de automóviles de sus residentes. Algunas personas creen que los principios del movimiento Slow deberían integrarse en todas las ciudades, sin importar lo grande o pequeña que pueda ser. Una vez que consigue ser aceptada, la ciudad puede utilizar el logo de la asociación, un caracol naranja que carga sobre su caparazón un conjunto urbano.
Este sello actúa como un certificado de calidad y atracción de un turismo que busca este tipo de destinos. La organización dispone de inspectores que visitan de manera regular a sus miembros para asegurarse de que se mantienen los estándares.
Pueblos slow en Argentina.
El municipio de Balcarce y la ciudad balnearia de Mar de las Pampas, ambos en la provincia de Buenos Aires, han adoptado principios del movimiento de slow cities.
El Plan Estratégico Balcarce 2020, elaborado recientemente, puso en práctica los lineamientos generales en una pequeña localidad denominada Villa Laguna Brava. El propósito fue realizar –junto con los vecinos– un desarrollo urbano del pueblo con características compatibles con las del turismo sostenible, enfocado hacia una gestión que respete la integridad cultural y los procesos ecológicos esenciales. Se trata de una villa turística, con escasos 600 habitantes permanentes y un entorno único en la Provincia, que logra combinar un espejo de agua natural, navegable, rodeado por sierras que datan de aquellos momentos previos a la separación de los continentes. Para capitalizar este refugio natural, la propuesta emergente consistió en favorecer la diversidad biológica y los sistemas de soporte de la vida. Esta iniciativa no busca explotar el lugar sino crecer junto a él, revalorizando aquello más genuino.
Por su parte, la ciudad balnearia de Mar de las Pampas, en el partido de Villa Gesell, fue la primera en Argentina que se propuso en 2006 ser una comunidad lenta. Desde entonces ha logrado que el municipio aprobara el proyecto propuesto para alcanzar la membrecía oficial. Además, este hecho fue capitalizado para generar mayor afluencia de turismo slow.