por Marcelo Calvente
Lo que alegra o apena en el
fútbol, nadie lo duda, son los resultados. Lo que tiene que ver con el
rendimiento, con el juego y hasta con los merecimientos, ya entra en el terreno
de lo subjetivo. El optimista lo ve de una forma, el pesimista de otra. Lanús
arrancó el semestre con emociones a granel: Con alarma por una actuación
preocupante y derrota en el partido de ida ante el Mineiro, los optimistas
celebraron el 0-1 en contra mientras los pesimistas se veían eliminados y con
derrota segura en Brasil. Pero fue enorme alegría en la sorpresiva e inolvidable
victoria por 3 a
2 ante 60.000 brasileños, torcedores habitualmente alegres y vencedores,
observando el gol del Laucha Acosta en el descuento con cara de 7 a 1. El fin de la película en
el alargue hizo olvidar la euforia de ese momento, el orgullo por una actuación
para la historia, un Lanús ganador de visitante ante un grande entre los
grandes, el de un país donde las victorias argentinas nunca fueron frecuentes.
Del arranque a los 35 de la etapa inicial del choque de ida ante el
Mineiro, Lanús fue construyendo una superioridad ofensiva en base a potencia
pero escasa de precisión, que se fue agrietando por el nerviosismo creciente de
la dupla central debutante. Lo dijimos hasta el cansancio: El defensor inseguro
no encima, entrega un par de metros, prefiere proteger su zona que recuperar la
pelota. En ese retroceso el rival dispone de espacios para ejercer domino,
agrega un volante para tener más descarga. Y ese retroceso estira las líneas, los
pases se vuelven más imprecisos, se funden los laterales y volantes condenados
al heroico ir y venir en soledad. Y como una parte se retrasa y la otra sigue
atacando, la cancha se rompe en la zona media, y algunas veces la grieta no divide
parejo. Es allí donde Lanús empieza a cometer un error que no condice con su
nivel competitivo: Pierde una marca en la zona de peligro, y le convierten con
sólo ubicar en tres pases al hombre que llega cara a cara con Marchesín, como
varias veces estuvo Mineiro en Lanús, y casi todas las desperdició.
La sorpresa fue la actuación de Lanús en Belo Horizonte. A lo grande, con
una enorme actitud competitiva salió a ganar desde el minuto cero ante un
impresionante marco de público adversario, con una convicción que ni el penal
vergonzoso que le cobró el uruguayo
Silvera, ni el error defensivo de Braghieri
que le costó el empate transitorio pudieron detener. El planchazo de Acosta en
el último suspiro, que ni Silvera ni ningún árbitro del mundo se animaría a
cobrar, seguramente será una de las imágenes de la fiesta del centenario, una
breve secuencia fílmica que ilustrará por siempre es maravillosa parte de la
historia de la entidad granate. Es preciso comprender lo cerca que estuvo de
una conquista internacional de las más grandes, de las pocas logradas por
equipos argentinos en suelo brasileño. Y es necesario recordar las emociones de
ese momento, el impresionante grito de gol que recorrió la noche de una ciudad
tensa e incrédula del sur de Buenos Aires saltando de alegría frente al televisor,
para poder digerir la insólita manera en que cayó derrotado en el alargue,
haciéndose dos goles en contra -uno en cada tiempo de un alargue de 30 minutos-
dos baldazos de agua fría que terminaron imprevistamente con el sueño
fantástico, que se desvaneció, como suele ser, a la hora de los cuentos, con
Gómez sin sacar la carroza y con Ayala poniendo mal el zapallo.
Lanús encaró el alargue sintiendo el esfuerzo, tratando de llegar a los
penales. Sin atacar a fondo, ante un rival confuso que no podía producir
peligro pero que lo intentaba, Lanús empezó a construir la secuencia conocida:
Retroceso, estiramiento, falta de precisión en ataque, problemas en la vuelta,
error defensivo, gol de rival, que en este caso no fue del rival sino en
contra, y no fue uno sino dos. El primero de Gómez, una desgracia: a los diez
minutos del primer tiempo del alargue, un desborde en el área sin destino, el
temor al penal, un rebote maldito de los que suele haber cuando se defiende muy
atrás, y la pelota que entra mansita y sin arquero. Con el equipo obligado a
buscar el empate, agotado y disminuido por las lesiones de Araujo y Braghieri,
Guillermo armó la defensa como pudo. El segundo, a siete del final, fue una tontería de Ayala -esa pelota era pararla
de pecho o ponerla en órbita- el rabillo
de su ojo izquierdo debió percibir el movimiento de Marchesín.
Los golpes duros riegan la planta del pesimismo. Y la merecida derrota
ante Colón empeoró las cosas y dejó a Lanús en un mar de lágrimas. “Este equipo supo ser mejor, los refuerzo no
son del nivel, Juan, Perico y Andrés se tienen que ir” dice el ofuscado. “Ya sabíamos que iba a ser difícil
reemplazar a Goltz e Izquierdoz, por eso costaron lo que costaron. A Braghieri
lo conocemos y lamentamos en su momento su partida. Y a Gómez lo tenemos que
esperar…” el comprensivo le busca la vuelta. Pero lo mires de donde lo
mires, el problema de Lanús es uno solo: el reiterado desajuste colectivo que
parte de la dupla central, y que descalabra y condiciona todo el andamiaje del
equipo. Y ocurrió, con distintas características, en los tres partidos
disputados hasta hoy, los tres culminados en derrota.
Ante Colón, después de un tramo de intercambio de ataques, Lanús lo fue
arreando contra su arco por mayor categoría individual, de la mano de Somoza y con la
peligrosidad de Silva, pero con poco de Astina y del Pulpito y nada de Firulete
y de Melano, Lanús no estuvo fino para generar peligro. De a poco el sabalero
empezó a encontrar facilidades para la respuesta larga, tres pases para pisar
el área de Marchesín. Y la secuencia maldita: había que tomar tres marcas, y
las tres se tomaban mal, entregando más tiempo y espacio de lo debido.
Inseguros desde el primer partido, incómodos en sus puestos, Gómez y Braghieri
no están para achicar las espaldas de Araujo y Velázquez respectivamente como
hacían sus reemplazados. Las distancias a recorrer por los volantes se vuelven
inmensas. Colón empezó a generar más y más peligro, hasta que Somoza no bajó a
tomar la marca del pibe Callejo, que recibió solo y definió muy bien ante
Marchesin. El partido se fue en derrota granate con la impotencia ofensiva de
un equipo cansado por tres partidos en quince días, sin movilidad, con poco y
nada de aquel fuego de cuatro días atrás. Increíblemente, ya hay quienes
empiezan a hablar de ciclo terminado, sin entender que el dineral que embolsó
Lanús y la obtención de la
Sudamericana fue obra del Mellizo, como lo fueron de Zubeldía
y de Cabrero las campañas y las grandes ventas realizadas en sus ciclos
respectivos.
Las cartas estaban echadas, y las primeras fueron difíciles: El Mineiro
acá y allá, Colón por la Copa Argentina ,
y ahora hay que viajar a Japón con la bronca, la desilusión y el cansancio a
cuestas por dos estrellas perdidas, para intentar que la tercera sea la
vencida. Hay cosas que se pueden solucionar y otras que no. El semestre será
cargado y Goltz y el Cali son tan difícil de suplantar como se suponía, pero el
entrenador debe corregir lo que sale mal, y si es necesario intentar variantes,
ya sea individuales o colectivas, él sabrá cuales y de que manera, porque
parece haber jugadores que están pidiendo el reemplazo a gritos, y en el
plantel no se advierte suficiente recambio ni de la categoría necesaria, sobre
todo del medio para atrás. La próxima estación es la soñada Tokio, en siete
días, a las siete de la mañana y en el culo del mundo. Y pese a todo, en Lanús
sigue habiendo optimismo.