por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
En un extraordinario partido de
fútbol, Uruguay venció a Inglaterra por 2 a 1 con una actuación rutilante de Luis Suárez,
atacante del Liverpool inglés, considerado uno de los mejores delanteros del
mundo de la actualidad. Sus números hablan por él. En 442 partidos disputados
en toda su carrera convirtió 262 goles, 41 de ellos vistiendo la camiseta de la Selección de Uruguay.
Debutó en Nacional de Montevideo a los 18 años, y al cabo de la temporada
2005/2006 fue transferido al fútbol holandés, donde permaneció durante cuatro
temporadas y media, la mayoría de ellas jugando para el poderoso Ajax. El gran reconocimiento
internacional llegó con su actuación en el mundial de Sudáfrica, y desde
entonces brilla en el fútbol inglés y en la Champions League.
De escasa imagen atlética, medio retacón, su poder radica en la viveza
para moverse en los últimos metros y en su olfato goleador, el misterio que guarda
es la naturaleza de su potencia y su infalibilidad en el momento de la
definición. Estaba más para el quirófano y un largo reposo que para competir,
pero con el respaldo del cuerpo técnico y el aliento de todo un pueblo deseoso
de repetir festejos, y por sobre todas las cosas, con el enorme amor propio que
sólo tienen las grandes estrellas del deporte, Luis Suárez llegó a Brasil lejos
de la mejor aptitud física, debuto en la segunda fecha ante la necesidad
imperiosa de vencer a Inglaterra y
convirtió los dos goles de un triunfo uruguayo para la historia ante un muy
buen equipo inglés, que habiendo jugado dos grandes cotejos -cayó también
ajustadamente por 2 a
1 ante Italia en el debut- cosechó sendas derrotas que lo ponen a un paso de la
eliminación, en uno de los grupos más parejos y competitivos que integra junto
a los nombrados y al sorprendente Costa Rica, amplio vencedor de los Charrúas
por 3 a 1
en la fecha inicial
Las imágenes del final, con Luis Suárez visiblemente emocionado en andas
de sus propios compañeros enmarcaron la máxima actuación individual de lo que
va de competencia. Cuando parecía que todo estaba terminado, con la garra
ancestral de todos y los goles de Suárez, revivió la imagen gloriosa que
Uruguay logró con su participación en Sudáfrica, que
se extendió con la
conquista de
El fútbol del Río de Plata dominó la incipiente escena internacional de
las tres primeras décadas del siglo pasado, cuando el deporte de los marineros
ingleses echó raíces en los puertos del Plata. Rápidamente, los lugareños lo
hicieron propio, desplegando su aptitud natural para el juego con lo pies, y
pronto llegaron los primeros enfrentamientos nacionales, con clara superioridad
argentina hasta mediados de los años 20, cuando Uruguay pasó a liderar la
escena mundial mediante su consagración como campeón en las olimpiadas del 24 y
el 28, y la obtención del Mundial del 30, venciendo a lo guapo a los argentinos
en la final por 4 a
2. Paulatinamente, en más iba a
ser desplazado por sus dos grandes vecinos, Argentina y Brasil, que hoy lo
aventajan holgadamente en el historial común.
País pequeño de vacas y estancieros, con gente apacible que pasea por
las calles de Montevideo con el tremo y el mate, gente sensible y con apego a
las tradiciones y el carnaval, donde las injusticias y la violencia aún no
arrasaron con la calma como en el resto del continente, su selección es la
única que no defendió su título de campeón en el Mundial siguiente, que se disputó
en Italia en 1934, al que declinó de asistir en respuesta a la escasa
participación de los equipos europeos cuatro años antes. Tampoco asistió a
Francia en 1938, plegándose al boicot de los países latinoamericanos –Brasil
carnereó- que reclamaban para el continente la organización del evento, como
estaba acordado desde el inicio de los mundiales, Volvió al ruedo en 1950 y
nuevamente se consagró campeón, consolidando un liderazgo ecuménico que con el
tiempo empezó a declinar y que cuando ya lo daban por muerto, volvió a la
palestra con el cuarto puesto obtenido en Sudáfrica 2010.
“Uruguayos, sangre de campeones,
uruguayos, garra y calidad” cantaba El Canario Luna en los ‘80, cuando la
gloria deportiva era un recuerdo del pasado. El desarrollo del fútbol de sus
vecinos más grandes Argentina y Brasil, el éxodo desmedido de sus figuras y el
deterioro económico de su liga, entre otros factores organizativos
deficitarios, lo fueron alejando de los grandes logros. Pero sorpresivamente
fue semifinalista en Sudáfrica y encendió la llama. La derrota ante Costa Rica parecía
condenarlo a la pronta eliminación, el fin de un sueño imposible de retorno
definitivo a los primeros planos. Pero cuando las papas queman Uruguay siempre
tiene algo más para entregar. El paisito de ritmo cansino y vida pueblerina,
con muy baja natalidad y una enorme y permanente emigración de jóvenes que se
desperdigan por el mundo entero, volvió a decir presente con su fútbol, su
leyenda y, sobre todo, con su garra característica ante Inglaterra, que en el
juego lució mejor, pero que no tuvo fortuna en el área rival, como sí Uruguay
dispuso en la vigencia anímica y futbolística de Luis Suárez, sacando pecho al
límite de sus fuerzas. Para seguir con vida deberá derrotar a Italia, nada
menos, otro duro escollo en el camino a octavos de final en uno de los grupos
más competitivos del torneo. La victoria ante Inglaterra, lograda en los
minutos finales, apenas lo deja con vida: Si no vence a Italia se vuelve a casa.
Pero cuidado, las imágenes del festejo del final seguramente inflarán la
autoestima del plantel, y sobre todo, aumentarán los temores y el respeto de
parte de su rival de turno, el que siempre merece la Celeste cuando tiene que
afrontar instancias decisivas.