martes, 3 de junio de 2014

La Gran Infamia

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

No es común últimamente encontrar buenas editoriales en torno al futbol argentino. Al menos yo no lo consigo, exceptuando a la siempre ingeniosa columna de los sábados de Martín Caparrós en Olé. Me llegó una nota reciente de Gonzalo Bonadeo titulada “Colón y la auténtica estafa moral”, en la que con el descenso del Sabalero como eje narrativo y la escasa honorabilidad que desde siempre rodea a nuestro fútbol como marco, el periodista de Perfil aborda también el polémico descenso de 1949, dirimido  entre Huracán y Lanús, uno de los momentos más insólitos y significativos de la historia del fútbol argentino.
   Una apreciación certera de Bonadeo inicia la nota: “ninguna alegría por salir campeón será más intensa en la Argentina que la angustia por descender” escribe, al abordar drama reciente de Colón de Santa Fe. Luego ejemplifica con un descenso anulado a Estudiantes en el 63, y a continuación cuenta parte de lo que pasó entre Huracán y Lanús en 1949: “Fue un torneo que tuvo como saldo histórico relevante un presunto arreglo para que, en la última fecha, Boca Juniors se salvara del descenso. La victoria 5 a 1 ante Lanús los liberó del problema pero, al haberle ganado Huracán a un Banfield que se preparaba para ser cuasi campeón dos años más tarde, se produjo un empate en el último puesto”. Bonadeo da por sentado el supuesto arreglo sin ofrecer prueba alguna, tal vez apoyado en la historia del club de Lomas de Zamora, poco profusa en lealtades y honorabilidad, y mucho menos la de Tomás A. Ducó, presidente de Huracán y mandamás en la AFA, a quien apunta sin medias tintas: “La AFA ordenó el desempate a dos partidos en cancha neutral. Como ganó uno cada uno –no se consideró la diferencia de gol que hubiera salvado a Lanús que goleó en la revancha (¡jugada un 24 de diciembre!) después de perder 1 a 0 en la ida– se eligió el 8 de enero como fecha
para el desempate. A dos minutos del final, y con el partido empatado en 3, el árbitro inglés Cross anuló un gol a Huracán a instancias de un juez de línea. Los jugadores del Globo se retiraron del campo en señal de protesta. Según el reglamento vigente, se les debería haber dado el partido por perdido” (…) “La AFA argumentó que había habido una confusión y que los jugadores se retiraron creyendo que el partido había terminado. Nadie aclaró que, aun retirándose de la cancha, los de Huracán tampoco salieron a jugar el suplementario de 30 minutos establecido para la ocasión”.
   Retrocedemos al 27 de octubre de 1946: en el Parque Independencia de Rosario, Newell’s y San Lorenzo  en tiempo de descuento igualaban 2 a 2, cuando el árbitro porteño Osvaldo Bossio anuló un gol del local sin que nadie entendiera por qué motivo. Mientras los jugadores locales aún protestaban el fallo, los de San Lorenzo, de manera reglamentaria, pusieron la pelota en movimiento y en tres pases llegaron al gol. Al ver que el juez lo convalidaba, el público ingresó el campo de juego, y mientras algunos agredían a los futbolistas de San Lorenzo, otros se fueron tras Bossio, que escapó por el túnel hacia los vestuarios -también invadidos por el público enardecido- por lo que, con lo puesto, el árbitro intentó correr hacía el parque. Pronto fue alcanzado por la turba, y luego de recibir una tremenda paliza, cuando un grupo de hinchas se disponía a colgarlo de un árbol con un cinturón, tres soldados le salvaron la vida. Para el siguiente torneo, los árbitros ingleses llegarán para quedarse.
 El día 8 de enero de 1950, Huracán y Lanús jugaron el tercer partido de aquella increíble definición del 49 con el arbitraje de Mr. Bert Cross, quien como toda la primera camada de árbitros ingleses, intentó hacer cumplir el reglamento, algo que por entonces sorprendía a los dirigentes de los clubes más poderosos. Cross anuló un gol de Huracán a instancias de uno de los líneas, quien sostuvo su bandera en alto señalando pelota en movimiento en el inicio de la jugada, bastante antes, cerca del arco de Lanús. Tomás Adolfo Ducó bajó al campo de juego y retiró inmediatamente a su equipo con actitud amenazadora. Con empate parcial en 3, el árbitro inglés ordenó a Lanús reiniciar las acciones sin adversarios enfrente. En el despejado trayecto de la pelota rumbo al cuarto gol granate, el bueno de Mr. Cross debe haber reconsiderado la decisión y sus posibles consecuencias, y en un giro desesperado dio por terminado el partido antes de que la pelota finalice en la red. Había 60.000 personas en el estadio, pero en la cancha  nadie sabía que hacer. Los altoparlantes anunciaban un alargue que la multitud esperó en vano durante casi una hora más, y luego se desconcentró sin incidentes. Indudablemente, hablamos de otro mundo.
   El cuarto partido se disputó 38 días después, el 16 de febrero de 1950, en cancha de River. Dibuje, Bonadeo: “A 15 minutos del final, con victoria parcial de  Huracán por 3 a 2,  y después de muchos fallos polémicos en contra de Lanús, el árbitro Muller –también inglés– cobró otro discutido penal para el Globo. Pateó Gioffre. Desviado. Muller pidió repetir la falta por adelantamiento del arquero. Los hombres de Lanús, enfurecidos, se pararon sobre la línea de gol para evitar la ejecución”. Tanto dibujó Gonzalo que narra una ejecución desviada del mentado penal que nunca sucedió, justamente porque los jugadores granates decidieron impedirlo, e insólitamente le adjudica el remate a Gioffre ¡el arquero de Lanús! No obstante, el error no empalidece los méritos de la nota.
Una y otra vez imagino la escena: Al ver a los árbitros y a sus propios dirigentes -una conducción precaria que ese año sucedió a la intervención de 1947- totalmente desbordados por la situación, ante otra multitud de 70.000 espectadores, los jugadores granates se interpusieron a la ejecución del penal. Pese a todo, y como era previsible, la AFA dictaminó el descenso de Lanús. Fue la primera de muchas injusticias más. El capitán de aquel equipo me lo contó hace algunos años con enorme tristeza. Es que pagó el costo de su participación en los sucesos; los árbitros lo persiguieron con sus fallos, algunos hinchas lo llamaron vendido, prefirió terminar su carrera en el Ohiggins de Chile. La nostalgia y el recuerdo de mis charlas con él me animan a seguir honrando su memoria. Defendió con valentía los colores de Lanús en el campo de juego, y luego con enorme humildad, hasta su hora final, acompañó al equipo desde los tablones. Se llamaba Salvador Calvente, y era hermano de mi papá.