por Nestor Grindetti*
El mundial del '86 lo ganamos gracias a Diego Maradona,
¿puede caber alguna duda?. El mundial del '94 lo perdimos, en gran parte, por
Diego Maradona. Hoy estamos promediando el mundial 2014 y dependemos de cuan
enchufado esté Lionel Messi. -¡Si Messi aparece, somos campeones!- se escucha
decir en cuanta mesa de café integramos. Y tampoco nos caben dudas al respecto.
Dependemos de Messi como dependimos de Maradona y esa dependencia, ese vínculo,
nos lleva a la idolatría en caso de éxito o al escarnio si las cosas no salen
bien.
Todas las sociedades, desde que el ser humano se ha
organizado como tal, siempre ha generado líderes que encabezaron luchas épicas.
Es natural. El líder y su gente. Es bueno, porque ayuda a focalizar en el
objetivo común, ayuda a converger hacia
el sueño colectivo. Lo malo es cuando el líder se siente Dios y piensa que
puede avanzar en su cometido personal aún en detrimento del sentir colectivo.
Es ahí cuando el conjunto de la sociedad debe anteponer su historia, sus
valores, su sentir, sus sueños y debe decir: -¡Hasta aquí llegamos! ¡Señor líder, no queremos salirnos del andarivel que nuestro pensamiento colectivo nos
marca!!
Un equipo de futbol debe seguir las indicaciones de su
director técnico, y en la cancha debe guiarse por el liderazgo de su capitán, pero si el sentir del conjunto es el buen futbol, es hacer muchos goles, es
gustar a la gente, le será difícil aceptar que el técnico indique que hay que
pellizcar o escupir un ojo del contrario. Si el técnico insiste, entonces
pierde legitimidad y el equipo deja de ser
tal para convertirse en un grupo de individuos sin visión subjetiva que
nunca podrá sentir como propio el logro del objetivo común.
Los humanos somos seres sociales, nos gusta
integrarnos a un equipo, nos alegra ser parte
de un colectivo con un objetivo
compartido. Y también nos gusta sentir que tenemos un líder que reúne ciertas
virtudes y valores que resumen el sentir general.
Lider y equipo, así funcionamos. Así evolucionamos. En
un equilibrio saludable entre el guía que nos adelanta en el camino y el grupo
que trabaja en pos de la meta final.
En este sentido, ¿qué nos pasó a los argentinos? En
principio, nos fallaron la mayoría de los lideres. Aquellos que antepusieron
sus objetivos personales a las metas colectivas. Aquellos que no entendieron
que nadie es para siempre, que el ser humano es finito y, como tal, un día
termina. Aquellos que no ayudaron a crear su descendencia porque se pensaron
inmortales, perennes. Aquellos que se creyeron que el mundo giraba a su alrededor.
Líderes que pensaron el futuro mirándose el ombligo; señores y señoras para los
cuales el desarrollo se mide en toneladas de bronce puesto al servicio de sus
estatuas. En fin, nos fallaron aquellos que dejamos a la cabeza de nuestro
destino y que no supieron asumir con firmeza, convicción e inteligencia la
responsabilidad de estar al frente del timón y llevar la nave al puerto que
colectivamente habíamos pensado entre todos nosotros.
Pero también fallo el equipo, por que los lideres
surgen de su seno. No podemos echar culpas al norte y al sur, al este y al
oeste. Nuestros lideres han sido nuestros, los parió esta sociedad, han surgido
de entre los nuestros y son como nosotros. El equipo no anduvo, falto
vestuario, falto concentración, falto entrenamiento. Tal vez falto aquella
amalgama invisible que une a los pueblos, así como une a todos los grupos que
tienen un factor común en el diseño de su futuro. Nos falto visión, tal vez un
plan duradero, o tal vez paciencia cuando el plan existió pero necesitaba
tiempo. Nos sobró técnica, tuvimos las mejores canchas, y nos anotamos en
varios campeonatos. ¿Por qué nunca pudimos salir campeones y sostener nuestra
performance en el tiempo? Creo que nos faltó el verdadero sentido de equipo,
aquel que lleva al abrazo final después de compartir un partido bravo y
difícil. Nos faltó ver que el rival no está dentro nuestro. Nos faltó entender
que si pateamos todos para el arco de enfrente, al final del dia, lo vamos a
llenar de goles. Y nos faltó un líder que además de las virtudes necesarias de
ese rol, tuviera, fundamentalmente, grandeza. La grandeza suficiente para mirar
bastante mas lejos de sus propias narices, la grandeza que le permitiera
trabajar para el bienestar de las generaciones venideras aún en la certeza que
gran parte de los resultados no los podrá ver ni disfrutar.
En definitiva, necesitamos reforzar el concepto de
equipo, teniendo claro que el éxito depende exclusivamente de nosotros y
tenemos que dejarnos liderar por aquellos que tengan las cualidades para
hacerlo pero marcando la cancha, de manera que si la pelota pasa de la línea de
cal hacia fuera del campo, seamos nosotros los que la pongamos en juego
nuevamente.
La buena noticia, es que estamos a tiempo, Argentina
no esta condenada al fracaso, pero tampoco esta destinada al éxito si no ponemos
nosotros todo aquello que hay que poner, como miembros de un equipo que quiere
se campeón.
La solución no es patear la pelota a la tribuna, no es
tirarse al suelo para hacer tiempo, no es poner laxante en el agua de los
rivales eventuales. La solución es jugar todo el partido, dentro del
reglamento, dentro de los límites de la cancha, cada uno en su puesto.
Siguiendo las indicaciones del técnico, y dejándonos liderar por el capitán del
equipo; con el esfuerzo de todos, vamos a llenar el arco de goles. Asi no
dependeremos nunca mas de un solo superdotado como Messi, por el contrario, tendremos cientos de
miles de Messis que nos aseguraran que si uno solo se vuelve loco o lo pierde la soberbia o simplemente
pierde el mapa del destino que nos merecemos como sociedad, el equipo en su
conjunto lo dejará en el banco de suplentes hasta que la reflexión y el
descanso le permita encontrar nuevamente el camino.
A no dudar que si hacemos las cosas bien, el campeonato
está más cerca de lo que nunca imaginamos. Depende sólo de nosotros.
(*) Ministro de la hacienda porteña y jefe del Pro Lanús