lunes, 16 de junio de 2014

El camino a la gloria

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Y arrancó nomás el Mundial de Brasil. En los partidos disputados hasta la noche del domingo se exhibieron las claves principales de este torneo ecuménico, sin dudas el de mayor equilibrio entre los equipos participantes. Como nunca sucedió hasta hoy, los 32 clasificados se agrupan divididos en apenas dos escalones de categoría: El grupo de los que salen a ganar el campeonato -Brasil, Argentina, Alemania, Holanda y tal vez alguno más- y el de los que si consiguen un lugar entre los cuatro mejores se convierten en héroes nacionales, como los Charrúas hace cuatro años, que también pueden ilusionarse con algo más. No hay, como hubo siempre, equipos condenados de antemano a tres derrotas, como Corea del Norte en 2010, Costa Rica en 2006 y tantos más, cuanto más atrás nos vayamos en el tiempo. Como muestra de la evolución del fútbol global del siglo XXI, los Ticos, ocho años después de aquella pobre participación vuelven al Mundial y golean en la fecha inicial a Uruguay, un país dos veces campeón. Hay grupos de la muerte y grupos accesibles, como siempre, y de la clasificación factible a la desgraciada eliminación, como la de la Argentina de Bielsa 2002, hay apenas tres partidos. Como nunca, esos tres primeros cotejos de la serie de grupos serán muy difíciles para casi todos. Clasificarán a octavos muchos de los favoritos, algunos quedarán en el camino, y otros, que -como el Indio- no lo soñaron, tendrán la chance de sorprender. Cualquiera del escalón inferior que clasifique se convertirá en rival difícil de eliminar y posible finalista, como lo fue el equipo del maestro Tabárez en el último mundial.

El formato de la competencia favorecerá a los equipos que tengan más resto, mejores entrenadores y futbolistas más inteligentes y más conocedores del juego. Se tratará de resolver de un partido al siguiente todo aquello que se haya hecho mal, y no debe haber
herramienta mejor que apelar a los videos, ya que no hay tiempo para ejercitar. Todos saben que para ser campeón no hay que perder, y que para no perder, como mínimo, se impone terminar jugando con once. En lo que respecta al juego, se advierte la notable precisión de aquellos jugadores que disputan la Champion League, tanto en los cambios de frente como las en las cesiones de gol, y da la sensación de que el anunciado padecimiento del equipo argentino –defensores de menor nivel que los delanteros- lo sufren todos los grandes. En ese sentido, en el mejor de los partidos disputados hasta hoy, Italia e Inglaterra entregaron 90 minutos de fútbol de ataque incesante. Los dos finalistas de 2010 se enfrentaron en su debut por el Grupo B. Luego de un primer tiempo favorable a España, el trámite se resolvió de manera apabullante a favor de Holanda. El partido también fue muy bueno, y nada indica que de volver a encontrarse, las circunstancias se puedan repetir. Digamos que lo esperable, es más bien todo lo contrario.
Por otro lado, en el debut de Brasil quedó bien claro que los árbitros saben qué resultado conviene a la FIFA, tanto como que no quedan dudas que el Mundial perfecto es el que concluye con una final entre el local y otro de los favoritos, si es la Argentina mejor, siempre y cuando el país anfitrión resulte el ganador. Es lo menos que le puede desear la multinacional de fútbol a un país organizador tan poderoso y floreciente como Brasil, que tan buen negocio le ha permitido realizar en desmedro de necesidades más urgentes de un pueblo que protesta indignado, al que no han dudado en reprimir con dureza con tal de cumplir con lo acordado con la entidad madre del fútbol mundial. No debería estar lejano el día en que no existan naciones que se disputen el privilegio de ser país organizador, al menos si la FIFA mantiene sus actuales exigencias.
De la forma en que se lo mire, el Mundial sigue siendo la fiesta de las banderas, de los himnos y el fervor patriótico, y no es un tema menor. Por un lado a todos nos gratifica identificarnos con el lugar del mundo donde hemos nacido, y qué mejor que a través del fútbol, el deporte más popular, sin duda alguna uno de los máximos inventos de la humanidad en lo que respecta a la recreación. Por el otro, no hay forma que no subsista un rencor inmortal, sobre todo en aquellos pueblos que han sufrido guerras, ocupaciones, invasiones, y muertes inútiles y evitables. Los franceses ante Alemania, japoneses e iraníes ante EEUU, los argelinos ante Francia y los argentinos ante Inglaterra, entre muchos otros, nunca son ajenos a los resabios violentos de la historia. No hay forma de evitarlo, por eso es mejor omitirlo, minimizarlo, darle un tinte folklórico si se quiere y no mucho más. Es hora de mirar fútbol y de apreciar los cambios que el paso de los años y el desarrollo de las comunicaciones van produciendo en este deporte cuya competencia a nivel selecciones arrancó entre ambas guerras allá por 1930, y de disfrutar que pese a todo, la máxima competencia mundial que durante la década del cuarenta fue borrada a cañonazos, sigue viva y en pleno desarrollo.
Hay que ser muy crédulo para pensar que es la casualidad lo que condena de antemano a Brasil y Argentina a medirse únicamente en el partido final, si es que los dos acceden a esa instancia. De no ser así, de no eliminar ambos a todos sus oponentes hasta llegar a  la final, el clásico sudamericano no se jugará. Por ahora, los dos arrancaron ganando con merecimientos, aunque de manera muy ajustada. En 1930 definieron Uruguay y la Argentina, por lejos los dos grandes de entonces, y nunca hasta hoy volvió a suceder otra final sudamericana en Mundial alguno. Para que el 13 de julio Brasil y Argentina protagonicen  en el renovado Maracaná ese broche de leyenda que tanto se palpita, deberán sortear la primera fase, octavos, cuartos y las semifinales a pura victoria, durante los próximos 30 días de fútbol de una Copa del Mundo que anuncia ser inolvidable.