por Omar Dalponte*
omardalponte@gmail.comEn verdad, excepto las realizaciones que casi a diario produce el gobierno nacional, no es atractivo y ni siquiera medianamente sabroso lo que acontece en el escenario político argentino. El sector de la oposición encuadrado en las distintas expresiones políticas que tendría que ser el encargado de poner condimento a la actualidad con propuestas y acciones inteligentes, es de una pobreza intelectual y moral como pocas veces se vio en nuestro país. Uno -a quien la naturaleza le ha otorgado el beneficio de una larga vida- por lo leído y lo visto tiene el privilegio de poder hacer algunas comparaciones entre el antes y el ahora.
De ninguna manera queremos decir que todo tiempo pasado fue mejor porque eso sería negar la riqueza del presente en el cual podemos observar avances notables de la ciencia y de la técnica inimaginables en épocas anteriores. Pero en cuanto a la calidad de ciertos dirigentes políticos, de ayer y de hoy, sí es posible echar un parrafito aunque más no sea para practicar un juego de diferencias.
Si recorremos la historia del Parlamento argentino desde su nacimiento hasta ahora vamos a encontrarnos con momentos verdaderamente dignos de estudiar y de disfrutar por el alto valor de muchísimas piezas oratorias que dejaron profundas huellas en el tiempo. Infinidad de discursos, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, constituyen referencias de consulta obligada para comprender los grandes sucesos de la vida de nuestro país y como elementos indispensables para la formación de todos aquellos con vocación política.
Así, en ese recorrido por los grandes debates parlamentarios hallaremos brillantes intervenciones, oficialistas y opositoras, de alto vuelo político. Como al pasar recordamos,
entre tantas voces elevadas -sean o no de nuestras simpatías idelógicas- las de Lisandro de la Torre, Arturo Sampay, Italo Luder, Pablo Ramella, Moisés Lebenshon, Alfredo Palacios, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Rodriguez Araya, Jhonn William Cooke, Raúl Alfonsín, Ramón Muñiz y Pablo Lejarraga. Estos nombres son apenas un pequeño ramillete de grandes figuras parlamentarias que se destacaron por su capacidad discursiva, su nivel intelectual y que -repetimos- independientemente de que podamos o no estar de acuerdo con su pensamiento deben ser reconocidos por su preparación e inteligencia. Respetuosamente invitamos a nuestros apreciados lectores a un ejercicio de investigación respecto a la labor de cada una de estas personalidades que, a su manera y desde una determinada posición política, han sido protagonistas relevantes en distintos instantes democráticos. Como lo fueron Domingo F. Sarmiento y José Hernández.
Recientemente, cuando el actual Jefe de Gabinete Jorge Capitanich concurrió al Congreso a informar sobre la gestión del gobierno nacional de acuerdo a su obligación como funcionario, tuvo que responder a las preguntas de varios diputados. Cuando llegó el turno de los radicales Ernesto Sanz y Eduardo Morales, quienes presenciamos ese tramo de la sesión, comprobamos la enorme chatura de ciertos personajes que ocupando un lugar de importancia en el escenario político, tienen menos formación que un ladrillo. Además, sin que se nos escape que el Parlamento es un lugar en el cual las intervenciones son apasionadas y no siempre el lenguaje se caracteriza por su dulzura, el grado de agresividad de estos dos diputados demostró una intolerancia absolutamente repudiable y totalmente ineficaz, porque estos radicales de cartón sólo lograron sumergirse un poco más en el depósito de la ridiculez.
Ernesto Sanz, que pretende ser candidato a presidente de la Nación, en uno de los pasajes de su rebuscada intervención preguntó, sin éxito, la hora al Jefe de Gabinete procurando adornar jocosamente el interrogatorio. En boca de tipos sin gracia ningún chiste prospera y menos cuando ciertas circunstancias aconsejan mesura y seriedad. Ante semejante estupidez la pregunta surge inevitable. ¿Atrasará tanto el reloj de algunos radicales para que sientan la necesidad de consultar la hora a quien teóricamente tendrían que interpelar respecto a temas trascendentes? Si no fuese por la preocupación que como ciudadanos sentimos frente a tipos con tantas limitaciones que -para colmo- ambicionan gobernar nuestro país, estos episodios habría que tomarlos como bromas de mal gusto.
Por su parte, el Partido Justicialista, tal como anticipáramos en esta columna semanas atrás, acaba de dar un paso importante al renovar su conducción y designar como presidente al gobernador de Jujuy, Eduardo Fellner. Por decisión de los novecientos delegados presentes en el congreso partidario efectuado en Parque Norte el día 9 de mayo, el justicialismo ajustó su instrumento electoral ratificando su apoyo al proyecto nacional en marcha y respaldando la conducción estratégica de Cristina Fernández. Este es un dato interesante que no debería pasar inadvertido para quienes aseguran, sin ningún fundamento, un fin de ciclo del kirchnerismo peronista.
(*) Miembro de Iniciativa Socialista