por Marcelo Calvente
Ya pasaron más de ocho años desde
la primera vez que en este espacio polemizamos acerca de que los grandes se
venían en picada. Obviamente, esa caída será tratada de evitar con uñas y
dientes y muchos intereses detrás, pero llegaría. Deportiva y económicamente,
los descensos deberían ser siempre, en todos los aspectos, un retroceso de
relevancia para los clubes. Sin embargo para San Lorenzo y Racing, descendidos en
los ya lejanos años ochenta, significaron en parte una resurrección; al menos
la chance de celebrar algo importante aunque se trate de la recuperación de una
categoría que nunca deberían haber perdido, porque tenían todo servido en
bandeja como para consolidarse como dos de los grandes de siempre del
profesionalismo. Ambos volvieron con distinta suerte y celebraron algunos
títulos en primera, Racing haciendo de su sufrimiento un himno, San Lorenzo
tratando de recuperar su identidad de barrio y su barrio propiamente dicho. Por
entonces la política y los millones que empezaba a generar el fútbol transitaban
ocultos a los ojos públicos. Dirigentes como Ducó, Alberto J. Armando, Valentín Suárez,
Grondona, un muestrario variopinto de los hombres que condujeron el destino del
fútbol argentino y dejaron su impronta. Algunos fueron visionarios, otros buenos
para los negocios y el dinero, algunos fueron muy autoritarios, otros no tan
honestos, y el último, Grondona, que rompió el molde y se hizo presidente
vitalicio convirtiendo al sistema democrático de elección de autoridades en
poco menos que un trapo. En eso llegó la televisión y todo fue diferente.
El dinero empezó a venir de otro
lado, y poco a poco el número pasó a ser mucho mayor. Los clubes que se
hicieron grandes por ganar más campeonatos y vender más entradas ahora tenían
que asumir otro tipo de contratos y manejar otras sumas de dinero. Y no todos
estuvieron capacitados, diría que muy pocos. Siguieron dilapidando los nuevos
recursos de
manera absurda e irresponsable. Noel, Miele, Aguilar,
Ducatenzeiler, Sabino, Blanquiceleste, Comparada, Passarella, Abdo, Cogorno,
algunos de los que transitaron el camino al desprestigio público. De pronto los
socios se enteraban que tal club debía 200 millones, que tal otro más de 300, y
los responsables se iban impunes y nunca nadie explicó cómo y porque fue que eso
ocurrió en tantos viejos y queridos clubes de fútbol tan populares. Passarella,
que fue uno de los más grandes jugadores del mundo de todos los tiempos, único
bicampeón mundial con la camiseta Argentina, no entregó el mando personalmente
en River pese a dejar una cifra en rojo aún no estimada, pero cercana al medio
millar de millones. Por ahora, ninguno terminó en cana.
La cosa estaba apunto de estallar
cuando llegó fútbol para todos y se hizo cargo del balurdo a cambio de duplicar
largamente el aporte de la TV,
cuyo reparto se hizo en base a la historia deportiva y la popularidad de cada
club, dinero que en algunos casos fue utilizado con inteligencia y precaución por
dirigentes responsables que se avinieron a trazar objetivos deportivos en
consonancia con las nuevas posibilidades económicas reales, otros doblaron la
apuesta del despilfarro con la excusa de que tal club tiene que salir campeón
siempre y por eso traigo a Romario, la plata se evaporó en contratos imposibles
de pagar. Bastante antes, en la década del noventa, Vélez había surgido con una
conducción sobria y capaz, con Gámez a la cabeza. Pero aún antes, a fines de
los 70 había sido Lanús el primero en cambiar el modelo político, cuando al
borde de la desaparición construyó una unidad verdadera de todas las
agrupaciones, una unidad política que se fue sosteniendo en el tiempo gracias a
la transferencia ordenada de una gestión a otra sucesoria durante tres décadas,
todas enmarcadas en la continuidad de una idea como eje, que tuvo en Carlos
González el impulsor y en Néstor Díaz Pérez el motor incansable. En los últimos
años se llegó a estar cerca de la perfección administrativa, las asambleas para
aprobar el balance anual de Marón y Russo terminan habitualmente con aclamación unánime de los presentes, el
presidente saliente entrega el mando y la tesorería, y se va con honores ante
cientos de hombres grandes que lloran de emoción. Algo muy diferente, está más
que claro, a lo que vemos sucede a menudo en varios clubes, principalmente los
considerados cinco grandes de hoy y de siempre.
Todo esto y ninguna otra cosa es
lo que los hinchas de los equipos grandes están padeciendo, lo tienen tan a la vista,
está tan claro que es así, y muchos no se dan cuenta. Algunos pocos al menos
sospechan que la cosa viene por ahí. ¿Cómo fue que el humilde Lanús le quitó en
su cancha un título que valía un tri campeonato a Boca? ¿Y como fue que al cabo
de un año justo le dio una vuelta olímpica en la mismísima Bombonera? ¿Cómo fue
que Lanús mandó a la promoción a River, venciéndolo en su mítico estadio
repleto de dolor, rabia y vergüenza? ¿Y como que lo goleó y lo sacó de la Copa en el mismísimo
Monumental? Todas esas grandes proezas deportivas granates, triunfos inéditos e
impensados poco antes, reflejan en el campo de juego la diferencia que les saca
en plano administrativo, económico e institucional, el orden y la austeridad
como lema, la transferencia generacional y el ejemplo como vector.
Lleva años construir un club de
fútbol con más de diez canchas profesionales, con pensión de lujo, con una
enorme estructura formativa en infantiles, con inferiores dirigidas por ex
jugadores del club, hombres con pertenencia a una entidad que pese a la crisis
internacional que acosa a parte de Europa, se las rebusca para vender más de un
crack por año, dinero grande que no se dibuja ni se desdibuja, sino que entra en
efectivo a la tesorería y es resguardo financiero. ¿Cómo van a hacer los
grandes para desplegar la infraestructura y el estilo formativo que construyó
Lanús en treinta años de continuidad? Lamentablemente no lo van a hacer nunca,
no pueden, no tienen tiempo. D’onofrio se hizo cargo del desastre en River con
muchos aportes de dinero privado que le permite tapar los agujeros
indispensables e invertir en jugadores para después obtener una renta con la
comercialización de alguno de ellos y devolver el capital invertido más las
rentabilidades. Nadie va a poner dinero para hacer obras. En Boca no había
problemas de plata hasta que empezaron a tomar las decisiones Bianchi y Riquelme.
La tesorería empezó a gastar de más, el club se convirtió en un sainete, el
equipo anda a la deriva. Si sigue así un poco más, el derrumbe esta a la vuelta
de la esquina.
En el fútbol argentino del siglo
XXI gana el que está ordenado Y el orden se construye con tiempo, unidad y
crédito político, algo que le falta a las nuevas conducciones que generalmente llegan
a los clubes grandes en situación caótica. Los mandatos cortos no permiten
encarar un proceso largo, por eso son presidencias que fracasan, porque
generalmente defraudan en lo deportivo, porque urgidos dilapidan la guita armando
rejuntes y pierden ante los que tienen más orden, contratos mejores y mejor
vidriera para los pibes del club, mientras los grandes los venden cuando aún no
debutaron en primera y a precio vil, por eso sus pibes no llegan a primera, por
falta de paciencia, por la urgencia de buenos resultados. Pero lo más
interesante para seguir es lo de Tinelli en San Lorenzo: Llegó por aclamación,
votado en asamblea, y conduce el club como un yuppie con su mesa chica. El tipo
acudió como salvador cuando se venía la maroma, y para los seguidores de San
Lorenzo es poco menos que un Dios. Nadie que
guste ser dirigente –hay que tener ganas, eh!- se anima a contradecirlo.
Es el único de los nuevos figurones del fútbol argentino que podría poner la
plata necesaria hasta comprar el club. Y esa sí que sería una alternativa
inédita, toda una novedad, una trama muy interesante para observar de cerca. Casi
como una vieja película de ciencia ficción.