por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comComentar es adjetivar. Y para explicar la derrota granate en Colombia hay que darle de lo lindo, y pensar, y rebuscar las palabras que ayuden a entender lo incomprensible. Para empezar digamos que Lanús venía de dos victorias -ante Racing y Argentinos- por el torneo local, triunfos esforzados pero indispensables para seguir recuperando la confianza, jugando con un equipo remendado ante rivales de menores virtudes, alcanzó para obtener los seis puntos que permiten acercarse a la cima del Torneo Final. Gracias a esas dos victorias, Lanús –que hoy tiene 10 equipos por delante- se mantiene a cinco puntos del puntero y de vencer a Quilmes quedará a apenas dos. Es sabido que la competencia local es pareja y difícil, al cabo de la 8ª fecha ya no quedan invictos, y ningún equipo ganó más de la mitad de los partidos que disputó hasta hoy. Pero en tanto sumaba esos seis puntos fundamentales, Lanús se preparaba para reaparecer en Colombia con las mismas pilchas de gran equipo que vistió en la Sudamericana, Copa que ganó de forma extraordinaria hace apenas tres meses, y trataba de prenderse en la pelea por la Libertadores, la competencia que lleva a Marruecos, el techo del mundo a nivel clubes.
Sin embargo, y pese a que volvió a mostrar aquel nivel, Lanús no pudo ganarle al Deportivo Cali pese a haberlo merecido largamente, y ni siquiera logró sostener un empate que le servía y mucho ante un rival claramente inferior que le convirtió dos goles sin haberle llegado nunca con peligro al área de Marchesín hasta el minuto 62’, cuando el zapatazo imposible y desesperado de Viáfara desde ¾ de campo -tras un error infantil de Velázquez al rechazar
hacia el medio un centro que se iba largo- se clavó en un ángulo, y diez minutos después el penal absurdo e innecesario de Araujo llegando a destiempo e impactando en el pie del adversario, que contó, como era de esperar, con la buena voluntad de un árbitro que no iba a dudar ante la chance de sancionar un penal para el local -que existió- como de ninguna manera iba a cobrar uno a favor de la visita como el que le cometieron al Laucha Acosta en la última jugada del partido, que también existió. Fue un partido insólito, llamativo por la superioridad de un equipo visitante, algo que no se ve muy seguido en esta Copa en la que el objetivo de máxima es no perder en dicha condición, ya que sólo 6 triunfos en 48 encuentros disputados fueron para las visitas. Lanús volvió a mostrar en Colombia sus mejores atributos, y contó con el aporte de figuras determinantes como el Pulpito, Ayala y Lautaro, bien respaldado por Marchesín y los del fondo, con Araujo parado en la línea de volantes, participando de la presión sobre la tenencia rival y aportando su juego claro de salida, con Ismael Blanco entregando sacrificio y Junior Benítez aguantando las patadas y empujones de los fornidos zagueros colombianos. Le faltó, es muy cierto, serenidad para definirlo. Lo mejor de Lanús fue su convicción para pararse en campo rival tratando de recuperar la pelota y darle buen destino, con esas virtudes marcó diferencias claras en el juego, al punto de que por los 15’ del complemento el Deportivo Cali estaba para ser goleado, y que un poco por la fortuna y otro tanto por los dos graves errores defensivos que Lanús cometió, pudo revivir milagrosamente y dar vuelta un partido que debía perder sin atenuantes.
Duele repasar el trámite de un cotejo de final tan poco feliz para el Grana, porque se trata de una secuencia repetida en el que el mejor se pone arriba en el marcador y pierde varias oportunidades para aumentar la ventaja, hasta que el más débil encuentra el empate, las tendencias cambian, quien lo tenía servido sufre un gol inesperado y pasa a desconcentrarse, el que no daba pie con bola levanta a su tribuna y se anima, y con otra jugada desafortunada de Araujo cometiendo el penal, se queda con un resultado que minutos antes no podía ni siquiera imaginar. A pesar de tanto infortunio Lanús siguió intentando y generando peligro, y debió contar con la sanción del penal que le cometieron a Lautaro, pero el Laucha exageró la caída, y el árbitro, localista como todos los que pitan en esta competencia internacional, encontró en esa zambullida la excusa ideal para no sancionarlo.
El dolor por esta derrota que complica seriamente las chances de avanzar a octavos de final nubló la visión de los hinchas granates, y la muy buena actuación colectiva del equipo hasta el bombazo de Viáfara pasó al olvido dejando una sensación de bronca e impotencia más que entendible. Es sabido que en el fútbol sólo valen los resultados, y con un empate y dos perdidos en tres partidos jugados por el Grupo 3, Lanús la tiene muy complicada. Para clasificar a octavos tiene que ganar las tres revanchas -recibe al Deportivo Cali el jueves, una semana después a Cerro Porteño y cierra en Chile ante el O’higgins- algo que si repite lo mucho que hizo bien y corrige lo poco que hizo mal en Colombia no sería descabellado conseguir. Mientras tanto, mañana lunes 18 de marzo sigue la cabalgata y recibe al desesperado Quilmes. Como hizo hasta ahora, Guillermo pondrá lo mejor que tenga a disposición para intentar vencerlo y prenderse en la pelea por el Torneo Final. Si de verdad el equipo de Guillermo recupera definitivamente la memoria de lo que fue hace tan poco tiempo atrás, aún está tiempo de volver a dar pelea en los dos frentes.