lunes, 3 de febrero de 2014

La semana en pocas palabras

Informe Económico Semanal del Banco Ciudad 

  La semana pasada el gobierno decidió abandonar su criticada política de mini-devaluaciones diarias, dando lugar a un salto discreto del tipo de cambio. En una jugada no exenta de riesgos, y ante la incapacidad de detener el drenaje de reservas internacionales, la autoridad monetaria decidió elevar la cotización del dólar en apenas dos días de $/USD 6,91 a 8,02, acumulando el peso una depreciación del 23% mensual y 60% interanual en enero.
El salto devaluatorio fue acompañado, a su vez, por una flexibilización del cepo cambiario, habilitándose la compra de dólares para atesoramiento, apuntando a quitarle presión al dólar paralelo. De este modo, se volvió a una situación similar a la de mediados de 2012, aunque con una fórmula de cálculo que, si bien resulta menos oscura que la vigente en aquel entonces, restringe la operatoria a aquellos individuos con ingresos en blanco mayores a $7.200 por mes, por montos que no superen el 20% de sus ingresos y un máximo de USD 2.000 mensuales.
Hasta ahora, los efectos de las medidas han resultado insuficientes para frenar la pérdida de reservas, quitar presión al “blue” y contener las expectativas de devaluación. En la última semana, las reservas internacionales disminuyeron a un ritmo mayor al previo al salto cambiario, acumulando en enero una caída superior a los USD 2.400 millones, anotándose la mayor baja mensual desde enero de 2006, cuando se decidió cancelar la deuda del Estado Nacional con el FMI. Asimismo, la cotización del dólar en el mercado paralelo cerró la semana cerca de los $/USD 12,5 (con un alza de 95 centavos), en un marco en el que las tensiones cambiarias resultan hoy mayores a los de comienzos del mes.
Los riesgos de la apuesta oficial a devaluar sin plan son muchos. Sin cambios en las
expectativas de devaluación e inflación, se abrió una puerta más a la fuga de pesos que, de acuerdo a nuestras estimaciones, puede llegar a sumar una demanda potencial de hasta USD 1.000 millones mensuales, la cual se agrega a exportadores que siguen postergando sus liquidaciones e importadores que procuran adelantar sus compras de productos importados.
La clave para reducir las tensiones cambiarias pasa por dar señales contundentes de que se atacará el problema de fondo (la inflación), a partir de una política fiscal más restrictiva que limite la emisión de pesos para asistir financieramente al Tesoro, al mismo tiempo que se incrementan las tasas de interés de los plazos fijos en pesos, haciéndolos más atractivos para los ahorristas, apuntando a desincentivar la demanda de dólares como alternativa de inversión.
De momento, sólo el Banco Central viene haciendo su parte del trabajo, impulsando una absorción de pesos y una suba de tasas que, si bien insuficiente, va en la dirección correcta. Por el contrario, desde el Ministerio de Economía las señales siguen siendo confusas, sin moderar el gasto y culpando a los empresarios por una aceleración inflacionaria a la que se sigue atacando con acuerdos de precios y amenazas de clausuras, probadamente ineficaces.
En este marco, una dificultad adicional para la corrección de las cuentas públicas se vincula a que toda potencial mejora en la recaudación por retenciones derivada de la devaluación se ve hoy compensada por un incremento de los subsidios a la energía importada. En este sentido, el desafío en materia fiscal vinculado a una rebaja de subsidios resulta superior al vigente antes del salto cambiario, operando ahora sobre un salario real en baja (la inflación de los últimos 7 meses suma 21%), lo cual torna estas decisiones mucho más dolorosas y políticamente costosas.
Por último, tras la devaluación, el tipo de cambio real retornó a niveles de fines de 2010, pero sus efectos reactivantes se verán recién a mediano plazo, toda vez que se logren contener las expectativas inflacionarias y la suba de precios internos no se devore el salto cambiario. A corto plazo, la devaluación resulta contractiva, fruto de la caída del salario real y la incertidumbre que pesa sobre las decisiones de inversión, ampliando las probabilidades de ingresar en una recesión, en un escenario altamente inestable.