por Aurelio Nicolella
La Argentina es el país del mundo donde más se atesoran dólares, luegodesde ya, de Estados Unidos, y donde también más se lo venera y se lo aprecia.Se lo considera como sinónimo de poder, las razones son varias, es tema de interesante estudio aunque no se descarta que sus consecuencias sean culturales, psicológicas, económicas y especulativas. Lo cierto es que ello ha sido por muchos años la espada que no deja cicatrizar la herida a la economía argentina, la que imposibilita que se apliquen proyectos económicos con tintes nacionales o cuestiones de estado con fines de solucionar situaciones de depresión social.Lo que muchos estudiosos en la materia no entienden o no se explican es como siendo la República Argentina el país en donde más se critica la política estadounidense, sea la sociedad más pegada a la moneda de ese país.
En otras regiones del mundo eso no pasa. Recuerdo y nunca me olvido que cuando niño viajé a Europa, mi madre solicitó que ante una remesa enviada por mi padre desde Buenos Aires le entregaran dólares estadounidenses tal como mi progenitor había depositado en un banco argentino. La contestación del cajero europeo fue tajante: “Acá no estamos en Estados Unidos, moneda nacional o nada”.
A muchos argentinos les pasa lo mismo cuando viajan a Brasil o a otras latitudes. Pueden apreciar cómo se revaloriza la divisa nacional de esos países. El dólar es solamente una moneda para intercambio comercial de bienes o materias primas, nada más.
Pero para saber ese amor argentino al dólar es necesario hacer un poco de historia, la misma historia que ningún economista se atreve a contar. Se dice que esa obsesión “argenta” por la moneda estadounidense nace a mediados de la década del cincuenta, más precisamente
luego del derrocamiento del segundo gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. El entonces gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu, tenía como asesor al doctor Raúl Federico Prebisch, un conservador a “ultranza”, crítico de los gobiernos populares de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.Prebisch insistió ante las autoridades de facto de la necesidad de incorporar a la República Argentina al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, medida que siempre fue resistida por el gobierno constitucional.
Así, ya incorporada la Argentina, a mediados de 1956 se gestionaba el primer crédito ante el Fondo Monetario Internacional, con lo cual la nación argentina quedaba engrillada ante dicho organismo multinacional, que pasaría a tutelar la economía nacional, con algunas excepciones, como la del gobierno del doctor Arturo UmbertoIlia, cuya política económica no estaba de acuerdo con la ortodoxia neoliberal, con lo cual no se endeudó con el organismo. Se pagó la deuda que se mantenía, pero no se dio una ruptura con el mismo. El gobierno de Néstor Carlos Kirchner, saldó la deuda con el organismo, contraída por anteriores gobiernos.
Pero lo curioso es que ya se instalaba desde aquel lejano 1956, en el vocabulario popular y diario de los argentinos, la palabra dólar. Así desde aquella época se comenzaba a escuchar y leer: “El FMI prestará al país la suma de 300 millones de dólares para tal o cual cosa”. O el ministro de turno “viajará a negociar la deuda de 4 millones de dólares acordada con el FMI”. Ante esta bisagra, cabe acotar que todo antes se manejaba en la moneda nacional de nuestro país: créditos, deudas, préstamos, etcétera. Solamente se utilizaba, depende la situación y la época, la moneda estadounidense o la libra esterlina británica para el intercambio comercial externo.
Por lo que se puede apreciar, la política y los políticos fueron los primeros en dolarizarse, pero la pregunta es: ¿Cuándo se dolarizó la sociedad argentina?
Hasta junio de 1975, las clases sociales altas y medias altas se valían de dólares para viajar por el mundo, a veces con restricciones o no accedían a la cantidad que necesitaban, lo cual demuestra que no estaba masificado el uso de la moneda verde en el espectro de nuestra sociedad.
Pero luego del funesto día 4 de junio de 1975, entra en escena el famoso “Rodrigazo”, el entonces ministro de Economía Celestino Rodrigo, hizo un ajuste económico-financiero que duplicó los precios, fue la antesala del golpe de estado más funesto de la historia nacional. La táctica de Rodrigo era eliminar la distorsión de precios con una fuerte devaluación del160% para la cotización entre el peso argentino y la moneda estadounidense para las transacciones comerciales y del 100% para aquellas financieras. La tasa de inflación llegó hasta tres dígitos anuales y los precios nominales subieron en 183% al finalizar el año. Se produjo con ello carestía de alimentos y faltantes de insumos.
En dicho periodo es que comienza el grueso de la clase media argentina a resguardarse en la moneda verde. De allí en adelante ver la cotización de dicha moneda en los diarios u oírla en la radio era igual de importante o más que escuchar los boletines del Servicio Meteorológico Nacional.
Y así, ya con la dictadura cívico-militar instalada en la Argentina, se podía ver que los precios de venta de propiedades, automóviles y otros bienes y servicios se fijaban en la moneda norteamericana.También en dicha época la clase media comenzó el romance que aún dura con la verde moneda, al ver que con dólares no solo mantenía a salvo sus ahorros, por así decirlo, sino que también le posibilitaba viajar por el mundo, con el famoso “deme dos”, algo que antes estaba reservado a otras clases sociales más pudientes, producto del proyecto de desindustrialización político-económico implementado por José Alfredo Martínez de Hoz.
Ya en los noventa la ficticia creación de equiparar la moneda nacional al dólar, creando la famosa “Convertibilidad” hizo creer ya no sólo a la clase media sino a las clases menos pudientes que se encontraban viviendo en un primer mundo lleno de posibilidades y que su hora había llegado, poder ir a un banco o casa de cambio y cambiar par a par sus magros ingresos en dólares.
Uno llega a la conclusión de que el dólar para el argentino medio, es como el aire que respira. Cuando no se los puede obtener fácilmente se siente como que falta la respiración, que las medidas económicas de un gobierno que le prohíben tener acceso al billete estadounidense es como un ahorcamiento, no interesa que haya poder adquisitivo.
Por lo tanto a veces va más allá de un simple resguardo monetario-económico. Por ello es tema de conversación constante entre propios y ajenos el saber a cuanto cotizó el dólar libre, blue, negro, oficial o como quieran llamarlo o la moda imponga. Desde ya los grupos de poder, sean estos corporaciones, multinacionales, medios de comunicación o CEO, mucho tienen que ver con ello. A veces son los que cimientan, alimentan y fomentan a través de la formación de opinión esta dependencia socio-financiera-especulativa con el fin de provocar desestabilización a gobiernos más o menos populares cuyas políticas los contradicen.
Es así, como la sociedad argentina está dolarizada sin estarlo legalmente, como si el mundo o un país giraría alrededor del verde metal. Es fácil entenderlo, muchos argentinos llevan en su portadocumento el famoso dólar de la suerte junto con la estampa de algún santo o virgen católica ahora sumando la foto del Papa Francisco. Es como un fetiche, es una contradicción, lo mismo acontece cuando viajan al extranjero, se desviven por encontrar un billete de dos dólares, algo que el estadounidense común no lo entiende, pero para el argentino es como si fuera un amuleto, ¿contra qué? ¿O a favor de qué?
Hasta tanto los argentinos no comprendan que el dólar no le solucionará los problemas cruciales del futuro o de su diario vivir, que la solución es más compleja que la de cobijarse en una moneda foránea, que ese apetito por la verde moneda a la larga producirá anemia una y otra vez, como una curva lemniscata (1). Lo cierto que es necesario un cambio de actitud que conlleva el riesgo de jugar, de jugar por el país, nuestro país.
(1) Lemniscata: Del latín “lemniscus” cinta colgante, se emplea como símbolo para definir algo infinito.
(*) Abogado, radical