por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comNo fue el primer choque del año, pero si el más importante de los disputados hasta ahora. Ya Racing había sacado claras diferencia frente a Independiente, fue un golpe duro para los del Rojo, pero al fin y al cabo se trata de equipos de distinta categoría. Se puede argumentar que Newell’s no sacó las mismas diferencias, y también es lógico. No siempre ocurre que gane el mejor, la Copa Argentina lo viene demostrando. Pero ayer se vieron las caras por vez primera en el año River y Boca. Ninguno podía perder, ninguno tenía confianza en la victoria. Ambos técnicos, ídolos pasados de ambas instituciones, ya no disfrutan del crédito que tuvieron. Ambas instituciones, por diversos motivos, tampoco se apoyan en los sólidos cimientos de otrora. Se podrá decir que sus presentes son muy diferentes, y es muy cierto, pero los dos van mal aunque los motivos sean distintos.
Hace dos años y medio River no sólo se fue a la “B”, también se fue al infierno. Aún hoy resulta extraño e increíble recordar que jugó y perdió con Aldosivi, con Atlético Tucumán, con Boca Unidos, con Atlanta y con Patronato. Que al final, y gracias a la falta de convicción de los demás candidatos, logró volver a la máxima categoría pero que esa instancia profundizó aún más la grieta que comenzó con Aguilar, porque Pasarella se fue por la ventana, que quienes acaban de asumir encuentran que deben una cifra incalculable e impagable, que deberán hacer equilibrio como puedan, armar el equipo como puedan, pagar como puedan, y que mucho dependerán de los resultados para no terminar igual de mal que sus antecesores. Hay que ser muy optimista para imaginarse un final feliz para River en esta parte de la historia.
Boca se encuentra en una instancia diferente. Después de haber estado en el precipicio luego de la gestión de Martín Noel –el club estuvo intervenido por la justicia- y entre el 85 y el 95
Alegre y Heller la pudieron pilotear, que luego vino Macri y modernizó la administración, que se apoyó en la inversión externa para armar buenos equipos, que ese inversor era él mismo y que le sacó buen provecho, que Pompilio pintaba ser un hábil presidente mientras tuvo vida, que la cosa se empezó a complicar con Ameal, que Angelici le vendió el alma al diablo y no le renovó a un técnico que le hizo jugar tres finales -cosa que además había prometido una semana antes- que no soportó la silbatina de los que están para vivar y dio marcha atrás, que el eje del mal de Boca con la fórmula Riquelme-Bianchi vio la oportunidad y se adueñó de la situación, y andá a saber como termina esta comedia. Lo cierto es que varios jugadores huyen con lo puesto sugiriendo que pasan cosas terribles en el vestuario, que los que se quedan se preocupan más por obedecer al extraño binomio que en jugar bien, que como Riqulme no entrena nadie se entrena, que el equipo en la cancha no da pie con bola, que hay que sumar porque si les pasa lo que a los primos los matan a todos. Que la grandeza, esa grandeza de verdad que le permitía estar un escalón arriba de los demás ya no existe. Que la mística que envolvió a los cinco grandes perdió su vigencia, que ahora se dividió en otras dos palabras: Historia y presente, y que el presente de ambos –por distintos motivos, pero igual de turbio- tropieza con la imposibilidad de repetir la historia.
River y Boca jugaron un partido a puro nervio, ante un marco multitudinario y con un altísimo rating televisivo. Durante más de ochenta años construyeron su respectiva popularidad y a fuerza de campeonatos ganados sumaron millones de hinchas, despertando una pasión acorde con otros tiempos. Por entonces sólo algunos privilegiados lograban asistir a estadios para 50 o 60 mil espectadores que lucían siempre a reventar, el resto regaba la plantita de la pasión sintonizando la radio o relojeando los clásicos tradicionales del periodismo escrito de entonces: El Gráfico, Goles, los diarios, la lenta aparición de las transmisiones televisivas. Cuando la televisión se metió de lleno logró cambiar el sujeto del negocio. Ya las recaudaciones dejaron de importar, los contratos de los jugadores ahora son en verdad millonarios y hay que tratar de generar nuevos ingresos y administrar bien los recursos, respetar los compromisos, formar y vender jugadores. Nadie duda en el fútbol argentino que sin ventas, las cuentas no dan. Y tampoco que para vender hay que formar. El problema es que el armado de una estructura formativa eficiente lleva un tiempo que supera holgadamente tres mandatos presidenciales, que nadie puede sembrar cuando lo que se le exige es cosechas, y que no es debiendo haberes e incumpliendo compromisos adquiridos el mejor camino para cosechar logros -lo que pasa en River- y mucho menos careciendo de firmeza y decisión de parte de la conducción, y convertirse en títere de los caprichos de un ex jugador que se empeña en seguir jugando y ganando mucho –lo que le pasa a Boca- la mejor manera de alcanzar objetivos.
Durante un par de décadas Vélez les vino quitando espacio, ahora se presentó en sociedad Lanús, abriendo sus puertas para mostrar el producto de treinta años de reconstrucción primero y planificación y orden después, ahora exhiben la estructura construida sobre los sólidos cimientos del futuro, con planteles al día y superávit económico, desplazando a las leyendas gloriosas sujetas con hilos deshilachados por el tiempo, los recuerdos de un pasado que se extingue indefectiblemente pintando de sepia las fotos sacadas ayer nomás. Las comunicaciones han acelerado los tiempos, la pasión ciega, heredada y sostenida en la tradición familiar se va apagando junto con el poder de las instituciones de antaño. La sostienen los nostálgicos, los tontos o los necios. Los amores de hoy se viven día a día. Las imágenes no sólo son más claras, también son más aleccionadoras y elocuentes. Los niños siguen esperando los regalos pero ya no creen tan fácilmente en los Reyes Magos
River y Boca saben que están por debajo de Lanús, de Vélez, de San Tinelirenzo, de Newell‘s, quienes animarán la Copa Libertadores por la Argentina. Y además saben que les va a costar aventajar a cualquiera de los demás participantes del Torneo Final. Y saben que como mínimo, para seguir con vida, no deben perder los clásicos de verano. Sus respectivos futuros, bien argentinos, ya desde los primeros amistosos por TV, están atados con alambre.