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sábado, 16 de noviembre de 2013

Por la defensa de nuestro idioma. Contra la colonización cultural

por Omar Dalponte 

(Segunda y última nota)

   Después del bombardeo en junio de 1955 a la Plaza de Mayo, a la Casa de Gobierno y sus adyacencias, y luego del derrocamiento de Perón en septiembre de aquel mismo año, la partidocracia conservadora, radical, "socialista" y de algún otro pelaje - antiperonistas acérrimos todos - lamieron las alfombras de los despachos donde anidaban los asesinos del pueblo. Estaban dispuestos a sepultar los años de defensa de lo nacional para lo cual se pusieron al servicio de los fusiladores. De allí en adelante, de una u otra manera, toda esa runfla de vendepatrias quedaron definitivamente salpicados por la sangre derramada de nuestros mártires, acusados por ser responsables del dolor de nuestros proscriptos y presos, señalados como cómplices de las torturas en la catacumbas de la dictadura, identificados como colaboradores por el hundimiento de nuestra identidad nacional y como facilitadores de la fenomenal penetración cultural del imperio en la Argentina. Buenos Aires, de 1955 en adelante, aquella que había sido la gran ciudad de los teatros y cines llenos, se pobló de espectáculos pobres, gorilas, y de mucha cosa importada. Los peringundines de la calle 25 de Mayo desde Lavalle hasta L N. Além se identificaban como "Dancing" o "Nigth Club". Se proscribió a nuestros mejores artistas nacionales. En esa época comenzaron a meternos en la cabeza - cosa que prendió bastante en la década infame de los noventa- que todo lo de afuera era mejor que lo nuestro. Como si Gardel, Magaldi, Corsini, Lola Mora, Castagnino,
Soldi, Berni, Molina Campos, el Che, Maradona, Favaloro, Alfredo Alcón, Norma Aleandro, Perón, Eva, Estela de Carlotto, Carlos Mujica, Hebe de Bonafini, Scalabrini Ortiz, Cooke, Jauretche, Manuel Ugarte, Rosas, Peñaloza, Felipe Varela, Belgrano, Montegaudo, Castelli San Martín y tantísimos otros no hubiesen existido.
Con los fusilamientos de 1956, la traición de Arturo Frondizi (1958-62) y más tarde con los milicos de Onganía, Levignston y Lanusse (1966-73) vino un tiempo de colonización atroz. Los programas de televisión y radio fueron dejando de lado lo mejor de lo nuestro en folklore, tango, obras teatrales y cine e impusieron las series y música gringas. James Dean, Elvis Presley, Los Beatlees, "Ruta 66", "La patrulla del camino", tremendas idioteces como "Yo amo a Lucy" e infinidad de basuras enlatadas formaban parte de la batería con que se invadía la intimidad familiar a través de la TV. "Los tres chiflados" enseñaban a nuestros pibes como quemar con agua hirviendo a un hermanito o como hacerte un "trinquete de ojos" a algún compañerito. Infinidad de chicos decían "aparcar el carro" en lugar de "estacionar el auto" o "balacera" en lugar de "tiroteo". En este sentido la década de 1960 fue nefasta.
Afortunadamente la resistencia a la dictadura, de hecho, significaba resistir a esa penetración cultural. La aparición de la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro, la presencia de los sindicatos de la provincia de Córdoba con Tosco y Salamanca a la cabeza, la activa participación de estudiantes, de militantes de sectores políticos patrióticos y de esa porción importante del pueblo hastiada de injusticias y ansiosa por recuperar la democracia, constituyeron una doble defensa: como muralla y también como ariete contra el imperialismo y sus aliados locales. Así llegó el "Cordobazo". Carpani con su arte vigoroso, encendido de pasión marcó un momento de soles revolucionarios, los curas del "Tercer Mundo" predicaban el Evangelio del Cristo de los pobres. Los pintores barriales le daban su impronta a las capillas humildes con sus murales religiosos que clamaban por la liberación nacional. Los juglares suburbanos con sus guitarras animaban las peñas villeras donde se rescataba nuestra esencia y se soñaba con mañanas de felicidad en un mundo más justo. El Rock nacional aguantaba a pie firme las represiones de todo tipo y las voces de Pedro y Pablo con su "Marcha de la Bronca" eran la nave insignia en un tiempo de coraje. Rubén Casaretto, el pintor de la mirada triste y el corazón abierto, daba cátedra de plástica cuando colgaba sus cuadros en las plazas lanusenses. El arte popular argentino, desde las trincheras militantes, en una lucha por demás desigual procuraba devolver golpe por golpe a la prepotencia de los colonizadores.
Mareas juveniles llenaban las calles de la Patria donde la Eva y el Ché revolucionarios eran el noble distintivo en banderas que flameaban con ansias de libertad. La lucha sin cuartel por nuestra identidad atravesó todas las adversidades. Esta lucha se sostuvo aún en los peores momentos de la negra y larga noche en que nos sumieron los genocidas desde 1976 hasta 1983. Finalmente los derrotamos. Pero en ese nuevo amanecer democrático éramos demasiado débiles. Solamente habíamos ganado una batalla. Las fuerzas reaccionarias continuaron la ofensiva por otros medios y así consiguieron volver, disfrazados de legalidad, con el menemismo brutal de los noventa y la no menos brutal etapa radical de De la Rúa concluida en 2001. Esos años que hoy recordamos como la segunda década infame marcaron el pico más alto de agresión colonizadora donde además de hundirse el país se quebró en gran proporción el ser argentino. Los paradigmas de entonces eran George Busch (padre) los "Chicago Boys", los timberos de La Bolsa, los banqueros que se reproducían como ratas, los contertulios en las noches de pizza y champagne, Menem y su grotesca figura, el vomitador de falsedades Bernardo Neustadt, periodista estrella del neoliberalismo descarnado y esa terrible jauría de usureros, chorros y estafadores de la "plata dulce".
Es cierto que en lo que tiene que ver con la actividad futbolera, rescatamos algunas palabras pues dejamos de decir "linesman" para llamar juez de línea a los hombres que marcan faltas desde los costados de las canchas; suplantamos el "offside" por "posición adelantada" , "wing" por ""puntero derecho, y "centro forward" por "centro delantero" . Avanzamos un poco, pero en otras cosas perdimos terreno en gran escala.
La manipulación de las mentes ha sido tan terrible que con el correr del tiempo, en la vida cotidiana, en el decir de todos los días, las palabras open, coach, fans, web, e-mail, whats app, drive, enter, world, player, power, off, on, after ofice, touch, heavy, cool, breck, star, lockers, homeless y muchísimas más han inundado nuestro lenguaje. No hay (y si los hay son muy pocos) electrodomésticos cuyas instrucciones para el funcionamiento y los dispositivos correspondientes estén escritas en nuestro idioma. Las computadoras, teléfonos y demás elementos hoy de uso masivo como las "netbook", "tablet", "notebook" etc. desde su propia denominación, pasando por su teclado y las inscripciones de sus páginas deben ser leídas en idioma inglés. Que no quepan dudas que estamos a favor de que cada uno de los argentinos tengamos la posibilidad de aprender el idioma que necesitemos o el que nos guste. Esto hace al mejoramiento de nuestra propia cultura puede servirnos en el mundo globalizado en el que habitamos. Pero lo que no se puede aceptar es que nos impongan a través de objetos, publicaciones, propagandas y cualquier otra cosa tangible o intangible provenientes de otros países, palabras que deformen nuestro rico y bellísimo idioma, que nos cambien nuestra personalidad, que deformen nuestra identidad.
Por los motivos hasta aquí expuestos proponemos impulsar una Ley que corrija esta situación -una de tantas- de extranjerización de nuestra pertenencia idiomática y de nuestra cultura general. Muy respetuosamente decimos que si no decidimos bregar concretamente por algo que nos defienda, por lo menos en parte, de la enorme penetración cultural que el imperialismo estadounidense practica todas las horas de cada día en todas partes del mundo, dejaremos pendiente una importante materia cuyo rendimineto es imprescindible en resguardo de la identidad nacional.
Propuesta para los contenidos de la ley que proponemos y su elaboración:
Que todo elemento de uso masivo tanto en su denominación como en las piezas que indican su funcionamiento sean identificadas en castellano.
Que si por razones insalvables, relativas a modalidades y/o acuerdos de comercialización con el exterior esto no fuese posible, cada una de las firmas vendedoras de dichos elementos, dentro de nuestro país, deberá estar obligada a acompañar con la mercadería cuyos dispositivos estén escritos con palabras extranjeras, un folleto con la correspondiente traducción a nuestro idioma.
Si hubiese alguna legislación coincidente con lo que proponemos sería útil solicitar la inmediata aplicación de la misma.
Para la elaboración de esta Ley proponemos abrir un gran debate nacional.
Conclusión:
La defensa de nuestro idioma es sinónimo de defensa de la soberanía nacional. El idioma hace a la identidad de los pueblos, a sus tradiciones, a sus costumbres. Aceptar su deformación por cualquier circunstancia es adoptar una actitud pasiva y negativa ante la penetración cultural que los países más poderosos practican o intentan practicar respecto a los más débiles. Plantarse frente a esa penetración, una de las formas de colonización de más alta peligrosidad, es parapetar a la Patria contra las pretensiones de quienes utilizando miles de artilugios están decididos a someternos. Nuestra lucha en defensa del idioma es una pelea que debemos dar aquí y ahora.