domingo, 15 de septiembre de 2013

Estamos a tiempo

por Néstor Grindetti*

   A todos nos cuesta admitir los errores. Es común en el ser humano sentir vergüenza cuando advierte que se equivocó. Pero no por común, esa característica del comportamiento, debe dejar de ser corregida; porque cuando el error nos lleva a tener más problemas y cuando esos problemas afectan a más gente, reconocer que debemos torcer el rumbo se convierte en una virtud. Y lo contrario, persistir en el error, se convierte en una peligrosa actitud que terminará llevando al obcecado a la decadencia y la denostación.
Este segundo camino, el de la tozudez, suele estar alimentado por un círculo áulico que oculta la tierra bajo la alfombra y le hace ver al decisor que las cosas siguen bien, que no hace falta cambiar el sentido de las decisiones. Ese círculo suele actuar de esta forma por apetencia de poder, por interés económico o por simple ignorancia.
Si todos los indicadores del tablero de un avión  muestran  que la nave pierde altura y el piloto lo ignora o sus colaboradores le dicen que el problema no es la pérdida de altura sino el mal funcionamiento de los indicadores y proceden a desconectarlos; lo más probable es que la nave se estrelle. Y si la nave se estrella los últimos en enterarse serán los pasajeros.
No querer ver, es peor que no ver. Pretender ignorar que la fiebre es un síntoma de una probable infección y romper el termómetro para que nadie se entere nos puede llevar a una septicemia general por no haber ingerido los antibióticos correspondientes.
Todo indica que, hace años, vamos  camino a tener problemas en el área energética, que el banco central pierde reservas en forma alarmante, que el tipo de cambio no siguió el ritmo de la inflación, que los subsidios a la oferta, (es decir a las empresas) además de injustos, resultaron ineficientes y ya no se pueden sostener, que la inflación tiene un origen estructural y se exacerba por la incontrolada emisión monetaria, que nos hemos alejado de un mundo que nos sirvió la mesa y nos invito a cenar como lo hizo con toda la región latinoamericana. Todo
esto y algunos problemas adicionales es lo que muestran los indicadores económicos, políticos y sociales así como los instrumentos del avión indican la pérdida de altura.
El piloto lo ignora (a esta altura podemos decir que mira para otro lado) y sus colaboradores le dicen que no debemos hacer nada, que se trata de una confabulación de la torre de control para desequilibrar la brillante carrera del piloto.
Otros pilotos, los que avistan el problema desde tierra, que piensan que hay que cambiar el rumbo, no atinan a generar una idea salvadora o bien buscan con tanto ahínco las palabras para decir que nos vamos a estrellar sin aparecer duros frente al público; que terminan siendo cómplices por omisión.
Finalmente están los que por unos pesos o por un ascenso para la tia Clotilde se van a la casa para ver por televisión como cae la nave y a planear como  hacerse amigos del próximo piloto.
La nave esta cayendo, y en la caída hay cumulusninbus, y estamos solos. Algo tenemos que hacer.
¡La buena noticia es que se puede! Y no se requiere un ajuste a lo bruto que haga que la mitad de los pasajeros se golpee la cabeza contra el techo.
Una reforma fiscal que elimine impuestos regresivos como el impuesto al cheque, que disminuya impuestos al consumo y que haga eficiente la recaudación del impuesto a las ganancias y de los impuestos patrimoniales, asociada a una redistribución, justa y eficiente de los subsidios, a un plan de obras públicas transparente y de cara a las necesidades reales de infraestructura del país, así como a un reestudio de los impuestos al trabajo sobre todo en el interior del país para favorecer la generación de trabajo en aquellos lugares donde más se necesite; puede ser el comienzo.
Habrá que continuar con una reinserción de Argentina en el mundo, una recomposición a largo plazo de la situación del sistema previsional que ha sido desbastado por el uso indiscriminado e ineficiente de sus fondos. Un INDEC que nos diga la verdad y un campo que produzca sin trabas para exportar todo lo que podamos, acompañado de una industria eficiente, sin prebendas del estado y ganando mercados con un esfuerzo centrado en la calidad. Tendremos que aparecer frente al mundo mucho más seguros y previsibles en términos jurídicos para atraer a aquellos capitales que se fueron en los últimos años. Adicionalmente, una verdadera federalización del país con una profunda reforma de la coparticipación de impuestos.
Con este esfuerzo, el círculo comenzara a girar virtuoso, la oferta aumentará, acompañando al consumo y eso hará que la inflación disminuya paulatinamente con un tipo de cambio que converja sin brusquedades.
No hace falta un ajuste ortodoxo, no hay que volantear intempestivamente, necesitamos ser graduales y para ello, el piloto tiene que estar sereno, tener ideas claras, mirar los indicadores y otear el horizonte; tiene que liderar a su grupo de colaboradores, escuchando y tomando decisiones complicadas y, fundamentalmente, tiene que explicarle a los pasajeros que hay que ajustarse los cinturones, que vamos a pasar tormentas, que el avión se va a mover por momentos con brusquedad, pero que todos juntos, en calma y cumpliendo cada uno su rol, vamos a salir de esta.
El piloto tiene que estar tranquilo, confiar en su fuerza y su inteligencia, no preocuparse por tirar culpas a otros, ahora todo depende de él. Tiene que admitir que hay que cambiar, que hay que torcer el rumbo, que se puede, pero que todo eso depende de que los buenos pensamientos, las ideas, las estrategias, y fundamentalmente el amor por los demás pueda superar el odio visceral y la ceguera de espíritu que le lleven a pensar que sus propios errores han sido producto de una mano negra inexistente que nos puso en medio de la tormenta.
Grandeza es una de los mayores virtudes que tienen que detentar los líderes y si a la grandeza le sumamos visión de futuro, pero de futuro lejano, de aquel horizonte que traspasa nuestra propia vida terrenal, conseguiremos a ese piloto de tormenta que conduzca a la Argentina de hoy hacia una Argentina mejor para nuestros nietos y para toda nuestra descendencia. A eso debemos aspirar, nada mas, pero tampoco nada menos.
   (*) Ministro de Hacienda del GCBA y candidato a concejal en Lanús