martes, 16 de julio de 2013

Crímenes y pecados

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com
Ha pasado justo un mes del asesinato de Javier Jerez ocurrido en la tarde del lunes 10 de junio en el Estadio Ciudad de La Plata, cuando el Zurdo fue fusilado por un efectivo de la Policía Provincial en el ingreso mismo del estadio y ante las cámaras de seguridad y varias filmaciones caseras realizadas desde planos cercanos por otros hinchas granates que aquella trágica tarde sufrieron los atropellos y los perdigones de la fuerza encargada de, increíblemente, brindarle seguridad a los espectadores. Todos los hinchas de Lanús, de primera o de segunda mano, sabemos quien era el Zurdo, socio granate, padre, trabajador y miembro destacado de la subcomisión del hincha que funciona desde hace años. Su muerte no es el saldo de una reyerta entre facciones, vale repetirlo, Javier no era barra brava, es el resultado de un inexplicable ataque que los hinchas granates recibieron de parte de la Policía. Las imágenes lo dicen todo. Desesperado, tratando con valentía de frenar la locura policial que produjo el desbande de los hinchas, el Zurdo le da un empujón en el hombro al oficial Roberto Lezcano, que a menos de un metro suyo disparaba contra hinchas que solo trataban de escapar de la línea de tiro, quien de inmediato gira y desde esa mínima distancia le apunta al pecho y le tira a matar. Lezcano y otros dos policías fueron detenidos de inmediato luego de la aparición en escena del ministro Casal, el impulsor de la política de seguridad que el gobierno de la Provincia insiste en aplicar pese a las evidencias de que no es el camino indicado. En la editorial de esa misma noche, quien firma esta nota escribió ingenuamente en el último párrafo: “Nada puede reparar su pérdida, ni siquiera la condena a los responsables que desde ya exigimos, solo pedimos de corazón que la muerte de Javier no sea una más. Que al menos sirva para que el pueblo argentino en su conjunto comprenda que así no se
puede seguir. Y que sea la última.”
Con esos mismos videos en sus manos, a las pocas horas la fiscal, Ana Medina, tipificó el hecho como homicidio calificado. Lezcano se defendió argumentando que disparó por sentirse agredido y desbordado por los hinchas, tratando de dispersarlos, y no con saña y alevosía como se observa en las cintas. La jueza Marcela Garmendia disponía de cinco días para decidir la situación del detenido, pero solo le llevó dos caratular el hecho como homicidio con exceso en la legítima defensa, y ponerlo en libertad. La presencia teatral del ministro y la decisión con que todos actuaron, da que pensar. Algún malpensado opina que la muerte del Zurdo sirvió para blanquear y exponer las reglas del juego de aquí en más, las nuevas cartas de la política de rigor represivo que debutan en el fútbol: Te tiramos a matar, nos hacemos cargo y la justicia nos libera, nos están advirtiendo a todos. Ya con menos ingenuidad, en la nota de ese mismo día miércoles 12 de junio en que liberarían horas más tarde a Lezcano, me preguntaba “¿qué debería pasar para que la muerte del Zurdo sea en verdad la última?” y como respuesta escribía: “En casa, la radio que había dejado encendida hablaba de un recrudecimiento de la Gripe A, Ramón Díaz lloraba porque el público de River no podrá concurrir a La Fortaleza, Carmen Barbieri confesaba su romance con el Gordo Porcel. Pronto aparecería el cadáver de la niña Ángeles Rawson brutalmente asesinada”.
Algo me dijo entonces que el imperdonable crimen del que fue víctima esta pobre niña le quitaría relevancia mediática al asesinato del Zurdo. El de Ángeles tenía todos los ribetes de las grandes noticias del mundo de hoy. Pronto se habló del entorno familiar, después fue detenido el encargado del edificio, denuncias de apremios ilegales, pruebas dudosas, errores de procedimientos, testigos falsos, cintas truchas, chismes de todo tipo, a treinta y pico de días de ese crimen aún nadie pudo explicar porqué motivo una adolescente fue asesinada en el sitio donde debía estar más querida y protegida, su propio hogar, y lentamente la causa se encamina a la nulidad. Su tragedia, tanto como la del Zurdo, merecen justicia y reparación. Difieren en que el asesino y el móvil del crimen de Colegiales aún no están dilucidados, en cambio el matador de Jerez confesó y todos pudimos ver brutal su accionar. La libertad, producto de la rara coincidencia entre dos de los tres poderes del estado provincial, aunque sigue el proceso, se parece demasiado a la impunidad, necesidad imperiosa para la aplicación de esta política archiconocida por lo nefasta.
Es singular la diferencia en lo que respecta al rating de uno y otro acto criminal. La población y los medios, el huevo y la gallina. Uno nunca sabe si un drama familiar de clase media repercute por la manera en que lo cubren los medios, si nuestro pueblo es cada vez más concupiscente y amarillo, si esto es por aquello o si aquello es por esto. Está claro que el crimen del Zurdo fue tomado por la opinión pública como uno más de una lista interminable de muertes previsibles e inevitables, muertes del fútbol, muertes de todos los días. La actuación de Casal, tanto como la omisión del minuto de silencio de Marcelo Araujo, dos expresiones de la elite de la política y los medios, así lo indican. Como si nada hubiese sucedido, a poco más de un mes de ocurrido el hecho, se ha vuelto a jugar en el estadio de La Plata, donde Estudiantes y Boca se enfrentaron ante ambas parcialidades, como para ir tanteando. El resultado del partido es lo que menos importa.