miércoles, 1 de mayo de 2013

La hora del entrenador


por Marcelo Calvente

Si alguna certeza deja el empate en uno ante Rafaela en La Fortaleza, por la 11ª fecha del Torneo Final, es que llegó la hora de dejar de tomar el presente como una racha adversa y de ‘poca cosecha en medio de un gran nivel del equipo sino como una campaña inevitable y pobre, de techo bajo y futuro poco auspicioso, que solo tiene del buen juego y el andar victorioso que supo tener, un vago recuerdo. Pese al invicto que se mantiene, Lanús dejó de sumar puntos que debería haber sumado de haber seguido jugando como lo hizo hasta la fecha 6. En las siguientes cinco jornadas Lanús no fue superior a ninguno de sus rivales, aunque tampoco nadie lo superó. Tiene los puntos que merece, y son muchos menos de los que debería tener si no hubieran dado las 12, y el juego que encantaba no perdiera de forma tan abrupta e inesperada su cautivante esplendor, como ocurrió entre la 7ª y la 11ª fecha, cuatro empates y una sola y milagrosa victoria en el final ante All Boys, un cambio de imagen que merece atención, porque en su desesperación, Lanús dejó un tendal de zapatos esparcidos. 
fútbol por encima de épocas, de nombres, de tácticas y de que se yo cuanto más, y también sufrido, muy sufrido. De injusticias imperdonables como la del descenso del 49, como las de la final con Platense por penales, con el arquero rival que no tenía piernas, y por eso no pudo patear el penal que le tocaba ejecutar; como las camisetas de Racing volando hacia las tribunas, en el 84, cuando faltaban cinco minutos, tratando y consiguiendo impedir la conquista de Lanús que se veía venir . Sufrido de derrotas dolorosas, como la de Los Globetrotters, el descenso a la “C”, la tarde del penal que ya sabemos ante Vélez del 2009. Al hincha de Lanús le cuesta ilusionarse, y como los medios nacionales tampoco lo reflejan con interés genuino, a la hora de soñar resulta medido y cauteloso a la hora de apostar a una ilusión. No obstante el hincha de Lanús ya se había subido al carro con la victoria en Mendoza. Y entonces se le hizo
dificultoso de advertir que además de una mala racha, el equipo padece una amnesia individual y colectiva con ribetes de ficción, sentimiento que se acrecienta ante la visión de un Oswaldo Vizcarrondo que parece obra de la pluma de un dibujante de historieta, protagonizando una fantástica regresión futbolística que tal vez repercuta en el resto del equipo más de lo pensado. La conversión de aquel Vizcarrondo tosco de Olimpo, de Central, de la Selección de su país, que sorprendió cuando llegó a Lanús y jugó hasta hace cinco fechas como una especie de primo de un ahijado de Bekenbauer, que trotaba como Yatasto, que se quedaba con el balón en disputa con solo mirar fijo a los ojos a su oponente, y que entregaba la pelota con pose artística y accionar técnico solvente. Y que después de tanto brillar, luego de un viaje a su país natal, regresa este otro Vizcarrondo, aquel de Olimpo y Central, que cambió el trote imperial por la persecución infructuosa, el primer pase por pelota al rival, aquel cuya solvencia, de la noche a la mañana, se transformó en amenaza constante de pifia y resbalón. Es doloroso mencionar el mal presente de un deportista cabal, que deja todo en la cancha y que supo hasta hace poco brillar pero que está pasando un mal momento, porque si bien no es el único que bajó su nivel, su caso presenta el cambio más abrupto y significativo. Dejó de ser el gladiador de historieta para volverse espectral y pasar a atemorizar a su público -y a Agustín Marchesín- en cada aparición. Su carro se hizo zapallo derepente. 

Es la hora del entrenador. Es hora de terminar con esta racha, pero no con un gol de chiripa, hay que recuperar el fútbol que este equipo supo tener, y esa es su tarea. Como no tiene demasiadas opciones de relevo tendrá que lograrlo con casi los mismos jugadores. Sabe muy bien que tiene que resolverlo para que su camino internacional se desarrolle en tren, como venía siendo. Sabe que está en sus manos. Ya impuso su figura, definió su perfil publico como entrenador. Ahora decidió actuar y reemplazar a Ismael Blanco, a quien sostuvo todo lo que pudo. Sabe que no hay tiempo que perder, deberá elegir entre el Tucu Díaz, Pereyra Idem o apostar al Pochi, de pobrísima actuación ante Rafaela. Si está para volver Araujo, seguramente estará evaluando reemplazar a Vizcarrondo y devolverle la confianza al equipo con lo que transmite el Cali Izquierdoz, siempre determinante cuando le toca jugar. Guillermo Barros Schelloto debe estar pensando en un cambio desde abajo para ver si recobra el poder de quite y la distribución que el equipo perdió desde que Vizcarrondo volvió de Venezuela como Michael Fox, un viajero del tiempo que retorna del pasado siendo aquel de Olimpo y de Central. 
No haber perdido aún por el Torneo Final, habiendo sumado siete puntos en las últimas cinco olvidables actuaciones, después de haber ganado cinco de los primeros seis jugados, empeorando un poco más fecha tras fecha pero sin haber caído ni ser superado en el trámite por ninguno de los rivales que enfrentó desde entonces, Quilmes, Boca, All Boys, Unión y Rafaela, venciendo únicamente al Albo con un gol en tiempo de descuento, sin poder imponerse tampoco en el juego, haber logrado sumar 22 puntos y continuar invicto resulta el mejor saldo, y siempre y cuando superé a Argentinos en La Paternal, a la hora de la celebración final, lo que pasó entre la 7º y la 11ª jornada quedará en el recuerdo como una mala racha pasajera. Pero si este presente se extiende por un par de fechas más, aquel arranque encantador que tanto ilusionó, en medio de una nueva decepción respecto del objetivo de estamparse en el pecho una nueva estrella, significará la fantasía de otra conquista que no pudo ser, un sueño que demora más de la cuenta en concretarse. Es la hora de que Guillermo Barros Schelloto entre en acción de manera rutilante, acorde a la notable imagen de Gran DT que junto a su hermano supo construir en tan poco tiempo, y logre recuperar el andar del primer equipo de un club en el que nunca jugó pero que le calza como anillo al dedo en su afán de hacer historia.