por Omar Dalponte
nuevospropositos@hotmail.com(Sexta nota)
Para 1910, final de la primera década de 1900, se celebraba el Centenario en medio de grandes conflictos políticos y sociales. Las luchas obreras -como ya hemos señalado - eran salvajemente reprimidas. El pobrerío utilizaba como medio de transporte los trenes (con un recorrido muy limitado) los tranvías a caballo que en 1908 van siendo reemplazados parcialmente por el eléctrico, los carros y el sulky. Las clases acomodadas disponían de lujosos carruajes y en aquellos días aparecieron los primeros automóviles Ford T que rápidamente van evolucionando hacia diseños y fuerzas superiores. En Avellaneda, el 8 de junio de 1913 se inaugura el hospital “Pedro Fiorito”, financiado por la familia que llevaba ese apellido y llamado así en homenaje a un conocido martillero de la zona. En esos días también se levantó en la plaza central el monumento a Nicolás Avellaneda diseñado por la escultora Lola Mora.
Pero no todas eran mieles. Junto con el nacimiento y crecimiento de los pueblos y con la transformación de estos en ciudades la desigualdad entre ricos y pobres también fue en aumento. La diferencia entre clases sociales es un hecho que aún perdura no sólo en la Argentina sino en todas partes del mundo. El poder económico de pocos, que a la vez detentan el poder político, permite a una minoría privilegiada manejar los gobiernos, producir leyes en su propio favor, postergar a las mayorías y sumergir a grandes sectores en la inseguridad y la miseria. En Avellaneda, desde su fundación e inclusive mucho antes de ella, los bolsones de pobreza fueron una realidad palpable y dolorosa. Y la pobreza, indefectiblemente, vino acompañada de un sinfín de calamidades como es la prostitución, la trata de personas, el juego clandestino, el robo y también por el peor de los flagelos: la ignorancia en las capas más desprotegidas de la sociedad que no tuvieron acceso a una mínima instrucción. La educación pública estaba totalmente postergada y su estado
deplorable quedaba simple y claramente explicado en un dicho popular: “pasamos más hambre que un maestro de escuela”.
Cerca de 1889 rufianes pertenecientes a la mafia judeo-polaca organizaron una sociedad secreta a la cual llamaron el “Club de los 40”. Luego la denominarían “Varsovia”y más tarde Zwi Migdal. En definitiva esta fue en principio una organización creada por delincuentes judíos a la que después se incorporó gente del hampa de aquí de Argentina y también españoles, italianos y franceses. Algunos investigadores afirman que esta organización delictiva recibió apoyo de la poderosa mafia marsellesa de Francia.
Para la Zwi Migdal, Avellaneda de principios del siglo pasado constituýó el territorio ideal para sus acciones delictivas y plantar una cabeza de playa importante que le permitiera expandir sus actividades al interior de la provincia de Buenos Aires. El conservadorismo en el poder local y provincial facilitaban relaciones, contactos políticos por demás apreciables y la amistad de tipos pesados del mundo del delito como el famoso pistolero Juan Ruggiero ( Ruggierito) hombre de confianza de los Barceló que, al morir asesinado en el año 1933, fue enterrado con todos los honores y su féretro envuelto con la bandera Argentina. Viejos memoriosos, aún con vida y de mente lúcida a pesar de haber cruzado la barrera de sus noventa años, nos dicen que Alberto Barceló era propietario de varios prostíbulos en la Avellaneda de entonces. Inclusive comentan que una de esas casas denominada “ el quilombo de las rusitas”, cercano a la zona donde actualmente se halla la plaza central de la ciudad, era el más requerido por la clientela de los lupanares. La central de la red mafiosa Zwi Migdal operaba en la calle Córdoba 3280 de la Capital Federal en un edificio de dos plantas con gran confort y dependencias tales como salón de fiestas, bar, sala de velatorio y hasta una sinagoga. Su presidente fue un tal Noé Trauman quien -según algunos autores- inspiró a Roberto Arlt para dar forma a Haffner, “el rufián melancólico”, personaje de la novela “Los Siete Locos”.
Tan favorables eran las condiciones en beneficio de las mafias en Avellaneda que en 1906 la Zwi Migdal, como fachada legal constituyó la “Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia de Barracas al Sud y Buenos Aires”. Más adelante construirían en esta localidad su propio cementerio que aún existe en el mismo lugar de su creación: calle Crisólogo Larralde al 3900. O sea a pocos metros del cementerio municipal de Avellaneda respecto al cual ya hicimos referencia. En cuanto a esa necrópolis, que no funciona desde hace muchos años, se han tejido desde siempre las más variadas historias. Era frecuente escuchar en algún tiempo pasado que junto a las prostitutas, madames y cafishios que sepultaban, también enterraban joyas y dinero cumpliendo con ciertas creencias. A raíz de estos comentarios, esperanzados profanadores de tumbas exploraron más de una vez debajo de las lápidas con la no sana intención de recoger algún valor que acompañara a los cadáveres. No hay noticias que esas excursiones a las últimas moradas de tratantes y maltratadas hayan tenido éxito. Parece ser que la realidad desmoronó aquellas viejas leyendas.
Lo que queda claro es que durante el reinado por casi cuatro décadas de la familia Barceló y sus personeros el submundo de la política, asociado a las mafias organizadas, fueron la contracara de una sociedad laboriosa que en base al trabajo y al esfuerzo de varias generaciones hizo posible el desarrollo industrial, comercial, cultural, cooperativo, de fomento, deportivo, educativo, sindical y el mejoramiento de las prácticas políticas. Por fortuna, al final ganaron los buenos. El espíritu creador del pueblo en su más genuina esencia, procurando alcanzar una vida más grata, se vió reflejado en miles de realizaciones barriales en las que los vecinos hallaron un ámbito propicio para dar paso a sus gustos y necesidades. En el año 1903 se fundó el Racing Club y dos años después, en 1905, nació el Club Atlético Independiente. Con las mismas ilusiones e idéntica vocación de servicio con que fueron creadas estas entidades emblemáticas, florecieron en la zona infinidad de instituciones. Así nacieron bibliotecas, ateneos, centros culturales, decenas de clubes de barrio, cooperativas, sociedades de fomento, de socorros mutuos, de colectividades, de servicio público como los bomberos voluntarios etc. Desde siempre, en Avellaneda hubo gente muy honorable y entre tantas otras personalidades los lanusenses podemos mencionar con orgullo a don Guillermo Gaebeler, fundador de nuestra Villa General Paz en la zona céntrica de Lanús. Gaebeler, además de haber ocupado distintos cargos, fue intendente de Barracas al Sur cumpliendo funciones desde 1895 hasta 1897. (Continuará).
(*) Director del Museo Municipal Piñeiro