por Omar Dalponte*
(Quinta nota)
En 1907 se realizó la huelga de los inquilinos que movilizó también a los trabajadores y trabajadoras domésticas contra los abusos en el precio de los alquileres. Esta huelga, que duró tres meses, por su importancia ocupa un lugar destacado en la historia de las luchas obreras y los conflictos sociales. En los inquilinatos de Buenos Aires, Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Avellaneda. Corrientes y Lomas de Zamora, frente al aumento de los alquileres en forma desmedida, los inquilinos decidieron no pagar. Las mujeres con sus hijos fueron las principales protagonistas en esa lucha contra el alza de los alquileres y los desalojos y decidieron resistir mediante un movimiento denominado la huelga de las escobas: “había que barrer a la injusticia y a quienes pretendian arrojarlos a la calle” fue la consigna, y esas valientes mujeres defendieron a sus familias a escobazos contra los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que intervenían para desalojarlos y reprimirlos (-). El origen del conflicto se originó por un aumento de los impuestos dispuesto por la Municipalidad de Buenos Aires en aquel desgraciado 1907. Aquel era nuestro país a principios del siglo veinte. Setenta y cinco años después, el 24 de noviembre de 1982, bajo una dictadura cívico-militar genocida, el pueblo de Lanús protagonizaría una jornada heroica llamada “El Lanusazo” por idénticos motivos: el aumento salvaje de las tasas municipales y la represión también fue terrible. Muchas veces la historia se repite.
Aquí en nuestra región, al amparo del fraude y de las prácticas políticas abominables del conservadorismo en la provincia de Buenos Aires, la familia Barceló se adueñó del poder en Avellaneda. Domingo F. Barceló fue intendente desde 1903 hasta 1904, Emilio Barceló desde 1904 hasta 1906 y Alberto Barceló -el más prominente del clan- estuvo al frente del municipio en los períodos 1909/17, 1924/26, 1927/30 y finalmente desde 1932 hasta 1940. Eran tiempos de calles de tierra y algunas empedradas donde abundaban los vehículos de
tracción a sangre. Chatas areneras tiradas por un cadenero y caballos de tiro, carros de media carga y de carga entera o las clásicas jardineras de los panaderos. Tiempos de carreros y cuarteadores, de ginebra en los despachos de bebidas y puchero de quijada en las fondas de las calles troncales. Boliches que fueron refugio de marineros en el Dock Sud, canchas de bocha “al fondo” y de paleta al frontón en las almacenes de Wilde o de Crucesita. Las calles Mitre y Belgrano abriéndose paso hacia el Sur y el paisaje que regalaban las aguas del río color de león, más limpias que ahora, acariciando las costas de Sarandí y Domínico. Paisaje que ganaba colorido con la presencia de las quintas llenas de frutales en las que inmigrantes genoveses abastecían de verduras a la región y también a los mercados de la Capital Federal: El de Abasto y el Spinetto. Centenario Uruguayo se cruzaba en Villa Ite con Aguero y más adelante con el camino a La Plata ( ahora camino Gral. Belgrano) donde se había instalado el almacén “La Polvareda”, parada obligada de los que iban y venían por esos caminos y abastecedora del caserío vecino. Sobre Centenario Uruguayo se habían afincado las chancherías que los relatos familiares y nuestros recuerdos rescatan como viejas postales amarillas. Y vienen a nuestra memoria los nombres de Giusseppe, Luigi, el Fara o el Gril, paisanos italianos -algunos provenientes de Bérgamo, provincia de la Lombardía, Italia - que se juntaban en interminables partidos de “brisca” o “tres siete” en el almacén y fondín que frente al cementerio municipal, sobre calle Aguero, atendía don Pedro Dalponte, un trentino venido del norte de Italia que alguna vez ofició como cochero de Domingo Faustino Sarmiento.
El cementerio de Avellaneda viene funcionando en el mismo lugar aproximadamente desde 1876. Aunque parezca contradictorio, siendo el sitio donde van a parar los muertos, dió muchísima vida a esa zona donde se instalaron florerías, pequeños bares y despachos de bebida, constructores, albañiles, carpinterías, marmolerías, locales de ventas de placas de bronce y vendedores ambulantes. Como dijimos se encuentra ubicado sobre la calle Aguero que en la actualidad -año 2013- se llama Crisólogo Larralde en homenaje a un caracterizado dirigente radical nacido en Quilmes en 1902 y fallecido en Berisso en 1962 mientras pronunciaba un discurso durante un acto partidario.
Larralde -tal vez- fue quien desde el radicalismo interpretó mejor que otros el 17 de octubre de 1945, fecha fundamental del peronismo. He aquí algunas de sus expresiones: “El 17 de Octubre salió el pueblo a la calle y produjo un acto de adhesión al coronel Perón. Creyó que las llamadas conquistas sociales corrían peligro de desaparecer y afirmó su derecho a mantenerlas, vivando al coronel Perón. En este apellido la gente joven ve al realizador de un programa social. El pueblo habló, gritó, desfiló, llenó de inscripciones las paredes, dijo lo que le parecía justo”. Y agregaba: “Asistimos a la condenación de las manifestaciones populares del 17 y 18 de Octubre; observamos que diarios, gremios, instituciones y partidos se empeñan en demostrar que los manifestantes no fueron el pueblo ni los obreros auténticos”. Soy hijo de una inmigrante que trabajó como sirvienta y de un obrero que perdió hace 8 años su vida mientras conducía un carro. En esa multitud que desfiló se hallaba gente del pueblo”. Finalmente confiesa que: “me vi a mi mismo en los niños de zapatillas rotas y mal vestidos; en muchos casos, o en todos los que fueron tildados de descamisados. Es que también conoci, con mis 5 hermanos, el hacinamiento de una sola habitación y la promiscuidad de los inquilinatos; supe que es carecer de medias, ropas, botines y -alguna vez- comencé mis estudios secundarios poniéndome los pantalones largos de mi padre, un saco rehecho por mi madre, camisa y sombrero usados, provistos por algún generoso vecino”.
El autor de este trabajo consideró pertinente incluir estas hermosas palabras por entender que se trata de un testimonio salido de las visceras de un patriota frente a otras groseras descalificaciones al peronismo hechas por correligionarios suyos. Ernesto Sanmartino, también radical, periodista, escritor, diplomático, diputado nacional y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas (!!) caracterizó en forma despectiva y discriminatoria, allá por 1947, como “aluvión zoológico” al pueblo peronista. Dos voces, dos posiciones contrapuestas que también pintan la realidad de un momento clave de nuestra historia. Un dato interesante: justo frente al cementerio de Avellaneda la calle Crisólogo Larralde cruza a la arteria denominada Alberto Barceló. Dos figuras relevantes: una del radicalismo, la otra del consevadorismo, actores principalísimos de fuerzas severamente enfrentadas en las lides políticas de la primera mitad del siglo veinte.Allí están sus nombres, en una esquina de un barrio con historia.
(*) Director del Museo Municipal Piñeiro.