por Néstor Grindetti*
Imaginemos a una persona que comienza con una leve infección en un dedo de la mano. Va al médico y este le dice: no se preocupe, es solo “un poquito de infección”, no es nada. El paciente vuelve a su casa tranquilo, sigue trabajando todo el día y a la noche nota que la mano le late, y verifica que se le hincharon los dedos. Llama al médico y le pregunta qué puede hacer, entonces el facultativo lo tranquiliza, le dice que se distraiga mirando el partido de fútbol en la tele, que descanse y que mañana todo va a estar bien. Por la mañana esta persona se mira el brazo que le duele mucho, lo nota de un color raro y se siente algo afiebrado. Antes de llegar a la oficina pasa por el sanatorio, el doctor lo escucha, le dice que no sea miedoso, que seguramente sus temores están originados en artículos periodísticos que no debería leer tan seguido. Le toma la fiebre y le dice que la temperatura es perfecta. Nuestro amigo trabaja todo el día, siente un sudor frío, el dolor le llega al hombro y tiene escalosfríos. Sus compañeros le dicen que le ven mala cara, le tocan la frente, le prestan un termómetro y verifican que tiene 39 grados. Llama otra vez al médico, le cuenta lo que ocurre y el doctor le responde que seguramente el termómetro anda mal ó que tratándose de un elemento fabricado en Europa tal vez sea una medición distorsionada por intereses espurios del fabricante. Le recomienda paños fríos por las dudas, y le sugiere que mire la tele porque eso lo va a ayudar a olvidarse de sus temores infundados.A la mañana siguiente, abre los ojos y siente que está bañado en sudor, no siente el brazo, le duele mucho la cabeza, no tiene fuerzas. Su mujer llama a otro médico para hacer una interconsulta y éste, luego de revisar al enfermo en forma profunda y concienzudamente, le dice que hay una infección muy grande, que hay que aplicar urgente una inyección de
antibióticos. El enfermo, fiel a su médico de cabecera y creyendo todavía en su sapiencia y en su relato, lo llama, le cuenta los últimos sucesos y el profesional le contesta que se deje de embromar, que lo que él tiene no es una infección, que no tiene fiebre y que todos los síntomas son sólo una sensación. Le dice que se coloque paños fríos, que se de una ducha y que todo va a pasar.
Nuestro amigo, recuerda que al vecino de la esquina, le pasó lo mismo, que un médico de la misma obra social que el suyo lo atendía de la misma forma y que terminó internado varias semanas con una intervención quirúrgica que llevó riesgo para su vida.
La mañana siguiente, el paciente sufrie un shock por efecto de los 41 grados de temperatura corporal. Su mujer harta de su médico, llama a emergencias, el paciente mostraba una infección generalizada. Su vida estaba en riesgo. Hubo qué operar, amputar y nunca la vida volvió a ser igual.
Ahora hagamos un juego: donde dice fiebre pongamos inflación, donde dice infección pongamos política económica, donde dice médico de cabecera pongamos gobierno nacional, donde dice otro médico pongamos economistas privados, donde dice vecino de la esquina pongamos Venezuela, donde dice termómetro pongamos INDEC y donde dice sensación dejemos sensación. Si hacemos estos cambios en el texto va a quedar claro para aquellas personas que no son economistas qué es lo que está sucediendo en nuestro país, quien es el responsable y el enorme riesgo que estamos corriendo por querer ocultar los síntomas de una enfermedad que día a día está minando la salud de todos los argentinos.
(*) Vice presidente del Pro bonaerense