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jueves, 3 de enero de 2013

Obsolescencia programada


por Alejandro Chitrangulo

Es probable que no se encuentre muy familiarizado con este término, sobre todo si tiene una personalidad que encuadre en la categoría de “rústico” como titula la publicidad de una conocida cadena de venta de electrodomésticos. Pero seguramente usted debe ser uno más de los millones de consumidores que han sufrido alguna vez sus efectos.
Según la famosa enciclopedia web Wikipedia, se denomina obsolescencia programada u obsolescencia planificada a la determinación, la planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que —tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa de servicios durante la fase de diseño de dicho producto o servicio— éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Se considera que el origen se remonta a 1932, cuando Bernard London proponía terminar con la gran depresión a través de la obsolescencia planificada y obligada por ley (aunque nunca se llevase a cabo). Sin embargo, el término fue popularizado por primera vez en 1954 por Brooks Stevens, diseñador industrial estadounidense. Stevens tenía previsto dar una charla en una conferencia de publicidad en Minneapolis en 1954. Sin pensarlo mucho, utilizó el término como título para su charla.
En la sociedad en la que vivimos, en la cual el consumo constituye una parte fundamental, no es de extrañar que muchas empresas pongan en marcha ciertas “estrategias” de dudosa validez ética y moral con el único fin de obtener mayores beneficios económicos. La obsolescencia programada o acortamiento de la vida útil de un producto con el fin de convertirlo en un  “usar y tirar”, promueve consiguiente gasto por parte del afectado al tener que comprar otro.
La operación es simple. Basta con la inclusión de pequeñas piezas defectuosas en nuestros ordenadores, lavadoras o televisores, de manera que éstos no tardan demasiado en dar problemas. Así, además de ahorrar material, logran que nos veamos en la necesidad de
reparar el daño, con la consiguiente sorpresa que nos llevamos al conocer el precio del arreglo.
Conclusión: acabamos comprando otro. Y eso es precisamente lo que se busca, que cada vez nos duren menos nuestros aparatos o utensilios para así tener que gastar más y más.
Hasta enero de 2011 muy pocos sabían qué era eso de la ‘obsolescencia programada’. Sin embargo, la emisión del documental Comprar-tirar-comprar hizo que el término entrara con fuerza en el diccionario colectivo y que todo el mundo hablara de esos productos ‘fabricados para no durar’. El debate se trasladó a las redes sociales y llegó a convertirse en trending topic mundial.
Pero a través del documental no solo conocimos esa estrategia de las grandes empresas de reducir deliberadamente la vida de un producto para incrementar su consumo: también supimos de la existencia de emprendedores que intentaban poner en marcha nuevas alternativas de negocio que hicieran frente a la obsolescencia programada; una corriente que cada día encuentra más seguidores.

Un documental para abrir los ojos
El documental realizado por TVE nos muestra nuevas aristas y da cuenta de numerosos productos expresamente diseñados para que dejen de funcionar apenas se cumple la garantía. Esto plantea la pregunta de rigor: ¿Por qué el mercado no castiga a los productores que utilizan la obsolescencia programada, y no beneficia a la producción de productos durables? La respuesta está en que el actual sistema de mercado sólo se interesa en el factor precio, y es el precio, es decir un factor financiero, el que regula la totalidad de las economías modernas. Como las economías modernas se basan en la deuda y el crédito, gran parte de los productos se planifican para durar mientras se siguen pagando, de tal forma de crear una dependencia entre producción, consumo y crédito, donde los flujos financieros se constituyen en el motor central que mueve a la economía, haciendo que el sistema financiero justifique su existencia. La obsolescencia programada, “es el motor secreto de nuestra sociedad de consumo”.
Mientras esto siga sucediendo, seguiremos dilapidando los recursos del planeta, mientras acumulamos millones de toneladas de basura electrónica. Es la gran paradoja del actual modelo capitalista que permite a las empresas producir y vender productos diseñados para fallar en un plazo breve, solo para mantener al sistema artificialmente a flote, con una idea de falso crecimiento, mientras el medio ambiente y los consumidores son los grandes perjudicados.