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domingo, 20 de enero de 2013

La semana en pocas palabras


Informe Económico Semanal del Banco Ciudad 

Existe una relación bastante estable a largo plazo aunque muy sinuosa a corto plazo entre la tasa de emisión monetaria (la impresión de billetes) y la tasa de inflación (el ritmo de aumento de los precios). La relación entre ambas se asemeja a la trama de una telenovela centroamericana en donde los protagonistas cruzan varias veces su destino y se separan otras tantas. Pero al final, siempre y en todo lugar, terminan juntos.
En Argentina, el divorcio que a corto plazo registran el ritmo de expansión monetaria (hoy cercano al 40% anual) y la tasa de inflación (hoy arriba del 25% anual) es objeto de permanente debate entre numerosos economistas. Los más optimistas piensan que en algún momento ambas deberían converger: o bien la tasa de emisión monetaria baja o bien la tasa de inflación sube. Suena razonable. Otros, más pesimistas, creen que en algún momento la inflación se tomará revancha y tratará de ganarle la carrera a la emisión, aunque sólo sea por un rato. Es que a la larga, ya se sabe, ambas caminarán juntas y de la mano.
El gobierno viene intentando por todos los medios que la distancia que existe entre ambas variables se mantenga tanto como sea posible. Para eso ha recurrido a toda clase de artimañas desde pisar el tipo de cambio, las tarifas de servicios públicos y transporte durante años a tratar de imponer un techo a los legítimos reclamos salariales. Como el malo de la película, está condenado a fracasar si no se resigna a aceptar que, finalmente, la emisión y la inflación están hechas la una para la otra (y en ese orden).
Nadie a ciencia cierta puede adivinar cuándo termina esta novela. Sólo sabemos que el año 2012 le subió el rating a la discusión al probar que la inflación podía subir aún con la economía en recesión e indicando que quizás ahora la convergencia entre ambas podría estar más cerca. Según el IPC-Congreso, la inflación trepó a 25,6% en 2012 y superó en 3 puntos porcentuales el registro de 2011.
En el romance de la emisión monetaria con la inflación aparece ahora un tercero en discordia, un actor de reparto que cada día cobra más protagonismo: el dólar paralelo. Es que la tasa de devaluación del dólar paralelo en 2012 –que pasó de 4.7 a 6.5 promedio entre diciembre
2011 y diciembre 2012- ha igualado en el último año -no por casualidad- a la tasa de expansión monetaria (38%). El salto del dólar paralelo –que es consecuencia de la inflación más que su causa- trepó a 50% en los primeros días de 2013 y amenaza con impactar en la fijación de precios de distintos productos importados y exportables y agregar un nuevo condimento que podría, sin buscarlo, acelerar aquella convergencia entre la emisión y la inflación.
La brecha entre el dólar oficial y el paralelo genera otro daño colateral al presionar a la baja el precio de los activos en dólares. Esto desalienta la construcción (uno de los motores del crecimiento) y las transacciones inmobiliarias. Medida por el dólar paralelo, la economía acumula una deflación en dólares del 25% en el último año. Una primera aproximación al ajuste pendiente en el precio de los activos dolarizados.
Todo parece indicar que los responsables de la política económica argentina no son proclives a gastar su tiempo en telenovelas centroamericanas -una elección ciertamente respetable- ni a invertirlo en la lectura de manuales de teoría monetaria –una decisión inconveniente para los responsables de la estabilidad monetaria e inquietante para los asalariados, los sindicatos y los empresarios.