por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comTodo comenzó en diciembre de 1995 con “la Sentencia Bosman”, como una demanda por discriminación que terminó significando la libertad contractual de los jugadores. Era aquel otro escenario. Enseguida, la famosa sentencia tuvo alcance mundial y terminó de asestarle el último golpe a los clubes, hasta allí los dueños del negocio, que ahora no consiguen ser siquiera buenos intermediarios. Desde entonces, algunas mentes geniales y alocadas del viejo continente están fantaseando con un fútbol sin clubes. Dentro de poco, ningún jugador de calidad extenderá la vigencia de su vínculo, y la renovación de contrato vencido será una rareza que sólo aceptarán los jugadores mediocres. Los clubes solventan la estructura formativa con el esfuerzo de los socios, y luego de la primer transferencia, todo se resuelve entre capitalistas y jugadores en forma directa. Desde Bosman en adelante, los jugadores se robaron buena parte del usufructo, en tanto los clubes acrecentaron sus pérdidas. Hoy sólo cuentan con el recurso de vender las juveniles promesas, siempre y cuando exploten antes de que finalice su contrato. ¿Como fue que los clubes cedieron tanto, como no hicieron nada para lograr otra normativa que reconozca en metálico ese esfuerzo descomunal de explotar una cantera?
Todo se desplaza hacia el futuro: ¿Como sostener a los clubes argentinos? ¿Que puede aún impedir su desaparición en estampida? Por un lado la resistencia de los socios y su pasión futbolera, por el otro la de las asociaciones nacionales (AFA, CBF, etc.) e internacionales (FIFA, UEFA, CONMEBOL), asociaciones civiles conducidas por mandato electoral, organizaciones débiles y permeables al poder del dinero. Y con respecto a la pasión, si esto sigue así, los socios van a preferir manos profesionales y respaldo capitalista, siempre y
cuando venga acompañado por buenos resultados deportivos. No digo los hinchas, digo los propios socios van a pedirlo a gritos, si las actuales dirigencias no pegan un volantazo cada vez menos probable.
Cuanto más fructífero sea el negocio del fútbol, más y más débil será la resistencia de los clubes. Eso ya está pasando en los clubes cuyos socios eligen dirigentes impresentables -en muchos casos porque sólo impresentables se postulan- tienen como destino la intervención directa o indirecta: La sindicatura judicial, algo así como la antesala del infierno, o “La Gran Tinelli”, el llamado desesperado de los socios con los pantalones en la mano al millonario más cercano y dispuesto a hacerse cargo. Saben que mientras no se pierda el nombre y los colores, en tanto tenga la llave del museo y siempre y cuando obtenga aceptables resultados, las tribunas de los estadios argentinos estarán pobladas y el circo seguirá andando. Con los mecenas, los clubes van a mantener el fútbol y van a descuidar lo demás, y finalmente, fútbol y clubes van a terminar separando sus caminos administrativos manteniendo en común sólo el nombre y los colores. Entonces sí nos va a resultar difícil explicarle a nuestros nietos esta pasión infinita que sentimos.
Solo podrán resistir los clubes ordenados, pero aquellos que tienen crédito político, y en lo posible aquellos que además se sostengan con unidad política y participación activa de un porcentaje importante de la masa societaria, hoy por hoy, solo Lanús, Vélez, tal vez Boca, tal vez Godoy Cruz, seguramente Arsenal -la prueba de que en la Argentina y sin muchos hinchas que digamos pero con mucho poder, también es posible competir en los primeros planos internacionales- y tal vez algún otro más humilde que por entonces se encuentre pasando un buen momento institucional. Para permanecer, los clubes ordenados deberán ser muy eficientes en el aspecto financiero. Por otra parte, cada día se hace más evidente la proyección de determinados futbolistas argentinos a los planos de conducción institucional, acompañados ciegamente por miles y miles de seguidores extasiados por la figura idolatrada. Los cráneos con plata, en su intento de apropiarse de los clubes entendieron que algunos de estos ídolos pueden convertirse en sus aliados. Verón es un caso interesante. Primero cruzó Los Andes, luego de un regreso heroico que terminó en la cúspide de América, y se quedó a un pasó del Everest, apenas a minutos de la cima del mundo. Después de la partida de Sabella, Verón pasó a ser el conductor político de aquel excelente equipo, porque los dirigentes tenían que hacer lo que él quería, y también era el conductor deportivo porque el entrenador de turno, generalmente de escaso crédito, estaba sometido a sus opiniones de cumplimiento obligatorio. Así se fue hundiendo el pincha a causa de las exigencias del jugador que se retiró con toda la gloria hace menos de un año y que ahora vuelve como manager deportivo, cargo que en este caso significa mandar. Si obtiene buenos resultados estará a un paso de la apropiación del club. El ídolo entregador asumiendo el poder total y absoluto con la necesidad de resurgir de la grave crisis institucional que él mismo desencadenó, llevado en andas por los más enfervorizados socios y simpatizantes del club de sus amores.
Finalmente Bianchi decidió aceptar la propuesta de Boca y comprobó lo mucho que se celebra últimamente la firma del contrato de un triunfador que vuelve del retiro más absoluto desperezándose de una larga siesta, tiempo en el que todo siguió su curso desenfrenado. Curioso lo de Angelici; cargó sobre sus hombros con la decisión de apartar a Riquelme, pero arrugó ante la reprobación que despertó su anuncio de renovación a Falcioni. Mientras por un oído escuchaba el insulto a su persona de la temible Bombonera, por el otro le susurraban que Bianchí estaría dispuesto a aceptar una propuesta digna. Yo que Angelici me encomiendo al supremo, porque de ganar cuatro partidos al hilo, si a Bianchi se le canta, lo trae de vuelta a Riquelme y entre los dos, en el entretiempo de un partido cualquiera, lo sacan a patadas en el culo.