Páginas

domingo, 23 de diciembre de 2012

Postales navideñas


por Alejandro Chitrangulo

Encontré en un cajón del escritorio un viejo paquete de postales navideñas, con los típicos dibujos de paisajes nevados, niños cantando, árboles e imágenes de Papa Noel montado en su trineo. Tarjetas bien americanas, al mejor estilo Coca-cola. Instantáneamente me pregunte ¿nieve, trineos, ropa de abrigo? Estas imágenes consumistas no representan la navidad en mi ciudad. Decidí descartarlas y buscar en una librería tarjetas con imágenes mas autóctonas, para acompañar los regalos de navidad.   
Ahora tenía que escribirlas, y no se me ocurría nada que no fuera repetitivo de otros años. Podría poner simplemente lo esperado, lo típico: feliz navidad y prospero año nuevo, no te pases con los brindis, ojalá el 2013 sea mejor que este 2012 etc... 
La solución, sin dudas era tratar de empaparme de espíritu navideño, para así poder escribir algo que hiciese que mis seres queridos guarden la tarjeta de por vida.

Pero, ¿Dónde encontrar el espíritu navideño? Creo que algunos estarán de acuerdo en que hemos convertido la navidad en una campaña de marketing desmedida donde compramos todo lo que las publicidades nos venden y hacemos que nuestros hijos esperen a un personaje gordo y abrigado que llega en trineo desde el gran país del norte trayendo en una bolsa el último modelo de Play Station que nosotros pagaremos en cómodas cuotas. Mientras los niños piden y piden como piqueteros descontrolados, tal como los acostumbramos.  

Pero en la realidad prácticamente olvidamos celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos dejamos llenar los oídos de mensajes dulcísimos, de esos que hacen subir la glucemia y logran que nos obsesionemos con adquirir productos para festejar el consumismo crónico.

Si uno logra sobreponerse a todo esto se puede dar cuenta de que la Navidad debería existir
sólo porque, a pesar de lo que hacemos todo el año, llega ese momento mágico en que soñamos con un tiempo mejor, donde el amor sea la premisa fundamental, donde todos seamos más solidarios, tolerantes y compasivos. Y donde la ambición por el poder y la riqueza no sea el ejemplo de vida que queramos seguir. Eso que debería ser el espíritu navideño. Es ese deseo que apenas aflora en la navidad real es el que nos persuade al fin y al cabo a pasar un año más entre los mortales. A comulgar con todo este montaje. A olvidarnos de casi todo, precisamente porque quizá si un día lográramos prolongar conscientemente ese deseo al resto del calendario, conseguiríamos sin duda comenzar a andar para mejorar el mundo en que vivimos. Es precisamente por ello por lo que todos los mensajes y proclamas navideñas quedan desautorizados desde el principio. Porque quienes las lanzan son los que habitualmente están detrás de que nunca podamos mejorar colectivamente. Así, uno va buscando año tras año a quienes realmente merecen la pena.

¿Consumir o compartir?
Las fiestas de fin de año pueden disparar el estrés a niveles insospechados. Hay problemas que consideramos normales todo el año: las peleas por ese ascenso en el trabajo, la relación de pareja que se pone complicada, Un amante que reclama más, el colegio de los nenes, las cuotas del maldito préstamo, los resultados de los análisis, el auto… que siempre se rompe antes de la vacaciones, los malos vecinos, los impuestos, la lucha por llegar a fin de mes, las colas en el supermercado y muchos más.

Es esa forma de vivir, la eterna carrera, ir por la vida contra reloj. Tratando de ser feliz, de tener esa bonita familia, de triunfar. A esa eterna prisa, la temporada navideña no solamente le suma actividades, también las complica, reuniones y despedidas, los amigos, los del trabajo, los compañeros del curso, el grupo de los viernes, la familia de origen, la familia política. Y los regalos!! Para hijos, para padres, amigos, ahijados, compadres, abuelos, cuñados, nueras, yernos… días comprando.
Y la comida, la del 24, la del 25, la del 31, la dieta del primero. Con quien las pasamos, con quien no las queremos pasar. ¿Asado o lechón? ¿Tinto, blanco? Creemos que lo importante es lo que compramos y lo creemos de corazón. Que lo básico es lo que ofrecemos hermosamente envuelto a aquellos que queremos o con los que nos sentimos de alguna manera comprometidos.
Se nos olvida que todo regalo es únicamente un símbolo, por costoso, extravagante útil o interesante que sea, y los símbolos son objetos que tienen significación convencional, es decir que se establecen en virtud de la costumbre. En una sociedad donde el consumo se ha vuelto hábito donde los medios de producción y de comercialización están orientados para satisfacer necesidades diversas en muchos casos superficiales y superfluas ¿Podemos neutralizar esta parodia del afecto? ¿Será posible sustraerse a tan poderosos estímulos y compartir abrazos, historias, tiempo, cercanía, cariño verdadero, sin dejarse arrollar por la propaganda ni rendirse a la poderosa tentación del consumismo? Creo que sí.
Quizás, el espíritu navideño sea aprovechar esta época del año para decirle a los nuestros, cuanto los queremos y tratar de envolver en un hermoso papel multicolor todo el afecto que podamos dar. No creo que exista mejor obsequio para ofrecer.
Después de estos pensamientos escribí las postales. Creo que recuperé parte del famoso espíritu navideño, al menos en forma de sonrisa.
Feliz Navidad para todos