lunes, 10 de diciembre de 2012

La pena del final


por Marcelo Calvente 

marcelocalvente@gmail.com

La llegada de Guillermo Barros Schelotto a Lanús no pasó desapercibida para el periodismo que obnubila a diario el cerebro del gran público del fútbol, y fue por entonces para la mayoría de los socios y dirigentes granates una muy cuestionada decisión del presidente Nicolás Russo. Después de Schurrer, la gente pedía un técnico con experiencia, en lo posible internacional, pero para intentar con otro novato, entonces preferían que sea del club, y postulaban al Rodo Graieb. Sin embargo, luego de las primeras apariciones públicas del nuevo entrenador cambiaron rápidamente de opinión. A diferencia de su antecesor, el Melli se hizo muy querible para los granates. 
Pero los días fueron pasando sin novedad en el mercado de pases y el problema pasó a ser la falta de refuerzos. Por entonces, Ayala era una incógnita, Vizcarrondo aún no había llegado y Maxi Velázquez, incluso después de un gran semestre a las órdenes de Schurrer, despertaba más reprobaciones que ovaciones. Sólo Araujo, Goltz, Fritzler y Regueiro, con Marchesín en el arco, podían ser titulares indiscutibles en la consideración mayoritaria. Porque Pizarro era todavía una promesa, porque Pereyra era una apuesta frustrada, porque Castillejos era de madera, porque Romero, porque Valeri, porque el Pulpìto, porque todos.
El arranque del torneo no pudo ser peor. Derrota en Santa Fe, derrota en casa ante Newell‘s, ambas ajustadas, de un Lanús insinuaba otra actitud, otra disposición para la lucha y la recuperación de la pelota, pero poca efectividad en el arco de enfrente y mucha mala suerte. El técnico que ni bien llegado había logrado tanta aceptación, por imperio de los resultados, tuvo que jugarse a todo o casi nada en cancha de Vélez y ante tan difícil rival en la tercera fecha. Su tan difundido arribo hacían más insostenible una 


nueva derrota, ya se empezaba a hablar de un posible fracaso. El mellizo escapó hacia delante y tomó decisiones arriesgadas: Sacó a Valeri, ajustó el mecanismo defensivo y apeló a la  estrategia de esperar al local en campo propio, algo poco usual en la larga historia futbolera de  Lanús, que incluso no conformó a viarios integrantes del equipo. Sin embargo aquel Lanús presionado, jugando de menor a mayor, terminó siendo superior en el complemento y venciendo por 2 a 0 a Vélez en su reducto, controlando pelota y situación en el tramo final. La mala suerte y los malos arbitrajes se conjugaron para que ante Racing y Arsenal, mereciendo los seis puntos, el grana solo lograra cosechar uno. De a poco iba apareciendo el juego atildado equipo. Entonces el problema pasó a ser Castillejos, que no mojaba. Se reconocía su aporte sacrificado en la recuperación, se admitía que sus participaciones en ataque eran positivas, pero el muchacho no convertía y por eso Lanús solo había sumado cuatro puntos de quince en juego.
Victoria ante Godoy Cruz, empate en Quilmes, gran triunfo ante Boca en La Fortaleza, siete puntos sobre nueve y el arco invicto, el pueblo granate se ilusionó con la respuesta del equipo, pero la derrota en Floresta puso freno a esa ilusión: Cuatro caídas en nueve partidos, con dos empates, Lanús quedaba prácticamente fuera de carrera, pese a haber sido superior a casi todos sus rivales. De la 10ª fecha en adelante todo cambió, victoria tras victoria, las cuentas volvían a cerrar. Newell’s que se cae, Belgrano que titubea, Boca que no se anima, Racing que desconcierta, Lanús inicia la persecución de Vélez que también se defiende ganando en todos lados, hasta que en la fecha 16ª pierde en Liniers contra Boca dejando una imagen dudosa, mientras en el infierno de la tarde cordobesa el grana vence a Belgrano con autoridad, presentándose como nuevo puntero junto a Vélez. Después de tantos altibajos y tan poca fortuna, por entonces el viento soplaba a favor de Lanús que recibía a Estudiantes, en tanto Vélez visitaba la incomodidad de un rival como All Boys. El equipo que por la 9ª fecha estaba casi desahuciado, a tres del final tenía todo servido. 
A los 15’ del segundo tiempo, Lanús estaba a punto de convertir, en tanto en Floresta, Vélez se salvaba una y otra vez ante los ataques de un All Boys absoluto dominador. En este segmento de tiempo hoy lejano y casi olvidado, el día que su gente se volvió a vestir con las pilchas de los grandes momentos, el día que empezó a imaginar un cierre a lo campeón para la última fecha ante San Lorenzo, la fortuna una vez más le dio la espalda al equipo, que no pudo ganarle al Pincha, mientras en Floresta jugó para Vélez y le dibujo una contra perfecta que terminó en gol y le devolvió los dos puntos de ventaja que había perdido en la jornada anterior. La derrota en River fue el golpe definitivo, pese a que durante los 45’ iniciales Lanús fue superior, mientras en Liniers el humilde Unión aventajaba en el juego y en las ocasiones de gol al puntero. Una vez más la moneda salió ceca, River y Vélez terminaron justificando sus respectivas victorias y el Fortín volvió a festejar una nueva consagración. La fiesta que la parcialidad granate empezó a paladear en Córdoba, cuando alcanzó la punta compartida, soñando una última fecha con vuelta olímpica en La Fortaleza que finalmente no pudo ser.  
El empate en cero ante San Lorenzo en la fecha de cierre no fue un velorio, pero el marco fue escaso y ambiguo. Por un lado el reconocimiento por lo hecho, por el otro la pena por lo perdido. Adentro y afuera de la cancha Lanús ya no fue el mismo y el resultado fue una demostración de lo que quedó de aquel equipo que tuvo el título accesible como pocas veces, que lo intentó mientras pudo, hasta que su fuerzas y su confianza dijeron basta y se resignó una vez más a ver festejar al mismo rival de siempre de los últimos intentos, Vélez, un justo ganador de un Torneo que disparó una rara mezcla de sentimientos en los corazones granates: El orgullo por una recuperación inesperada con una seguidilla sorprendente de siete victorias al hilo que no alcanzó a mitigar la pena final por una nueva frustración.