por Gabriel Celso Gallego*
Un sostenido concepto en nuestros países de América latina lo conforma la presencia del “hombre providencial”, aquel que en sí solo encarna los conocimientos sobre la situación del pueblo que pretende gobernar, así como las soluciones más adecuadas a los problemas de éste.El período anterior y posterior al golpe militar de 1943 queda, generalmente, eclipsado por la figura del general Perón, paradigma de providencialidad aceptada y sostenida en los estudios sobre los populismos latinoamericanos.
Por ello, el presente trató de eludir los estudios reconocidamente impregnados por la figura principal de la política argentina del siglo XX, y bucear en autores que, “prima facie”, mostraran las caras de la sociedad en sus aspectos económicos, políticos y sociales de la etapa previa al gobierno peronista, buscando retratar a aquellos que luego del ascenso de Perón perdieron el favor del reflector de la historia.
I.-Breve repaso: Esa Argentina que a fines del siglo XIX soportaba reclamos de los recién llegados, que exigían condiciones de labor acordes con su condición de seres humanos, que se regodeaba con la exclusividad de los resortes del poder político, excluyendo a la mayoría de sus habitantes de las decisiones y reprimía revueltas militares que luego pasaron a ser banderas del radicalismo naciente.
La tierra, factor económico fundamental en la época, conformaba la llave del poder y el sostén de lo que se identificó con la palabra “oligarquía”, concepto despreciativo y contrario al aristotélico “aristocracia”, que el grupo que integraba aquella pretendía para sí.
La notable inmigración de las dos décadas anteriores al fin del siglo XIX, se encontró con la posibilidad de laborar tierras que solo el ganado ocupaba, con un bajo precio de ésta y, además, con una constante expansión de las fronteras terrestres, en detrimento de los pueblos originarios. Abundante y barata, la tierra se arrendaba y laboraba, cada vez en mayores lotes, pero el síndrome del inmigrante, esa inahogable esperanza del regreso, imponía a éstos el simple y menos comprometido alquiler que la compra, pues ésta imponía
un anclaje que no se había terminado de aceptar por este grupo.
Las labores portuarias, por otra parte, exigían un flujo constante de mano de obra, pues su operatoria era casi en su totalidad manual. Esto hacía que quienes venían a la rústica cosecha de la época (poco o nada mecanizada), luego de realizada la misma se apiñaban alrededor de los centros de acopio y embarque, condicionados por la falta de transporte urbano y oferta de viviendas dignas, convirtiendo al “conventillo” en emblema de hacinamiento e indignidad.
La irrupción del ferrocarril y el reclamo de alimentos y consiguiente auge exportador, ampliaron la posibilidad de explotación de la tierra y su valor se tornó, ahora sí, inalcanzable para quienes arrendaban. A esto se suma que a principios del siglo XX, un nuevo aluvión inmigratorio sumó una oferta de trabajo excedente, en un país que hasta entonces la había tenido relativamente escasa.
Los dueños de la tierra, tomando conciencia de su poder, ante el reclamo de mayores posibilidades de exportación, mejores precios internacionales y, ante el exceso, mano de obra barata, impusieron condiciones de labor y de arriendo con escasas posibilidades de negociación por parte de quienes en ellas laboraban.
Los plazos de los arriendos, mínimos y con nula posibilidad de recuperar trabajo é inversión, altos valores y reconversión de tierras originalmente ganaderas en agrícolas (por la labor de los chacareros, quienes fatalmente perdían la posibilidad de aprovechar su esfuerzo), generaron tensiones de las que es emblema el Grito de Alcorta. Pero no hubo soluciones justas ni equitativas, el poder se ejerció no solo con la propiedad de la tierra, sino conjuntamente con la posesión institucional del gobierno y, por ende, de las fuerzas armadas.
Esto explica el desprecio que, hacia la reforma electoral de Roque Sáenz Peña en 1912, los sectores dominantes muestran con claridad.
Esta Unión Cívica Radical, que pretendía representar a la clase media incipiente, no alcanza a ver que su electorado (y sobre todo la expresión de éste, los votos) estaba integrado por una gran mayoría de habitantes de los sectores populares.
No tuvo, no vió ni quiso transformar las relaciones de poder vigentes, su prédica constante de participación política pareció reducirse a la posibilidad de votar, tal como el gobierno de Irigoyen muestra en su primera etapa.
Fue la Primera Guerra Mundial la que irrumpe en la dinámica de nuestro país, con ciclos de depresión que mantuvieron acallada a esas muchedumbres que proveían de mano de obra a la actividad económica, sometidas por exceso de oferta de trabajo, a condiciones inhumanas de labor, con salarios miserables, que ni siquiera con las protestas que amenazaron los fastos del Centenario lograron percibir (menos aún intentar solucionar). El fin de la guerra y una recuperación de la capacidad exportadora, también abre una era de reclamos, ahora que la mano de obra resulta imprescindible para cumplir con la demanda del mercado mundial.
La sustitución de importaciones industriales, muchas veces por iniciativas de inmigrantes capacitados y otras por necesidades de esa industria primaria y prioritaria: el campo, había forjado una clase obrera que intentó resistir la opresión.
La falta de comprensión y respuesta adecuada del radicalismo, formal y violenta en muchos casos, dejó abierta una deuda social que se ampliaba cada vez más.
En el ámbito rural, los chacareros arrendatarios, sumando resignación y mejores precios, veían alejarse irremisiblemente la posibilidad de acceder a la propiedad de las tierras que laboraban, pero también la mano de obra que precisaban, circunstancial, periódica, despreciada, la formaban masas que migraban tras las distintas cosechas, que comenzaban a tomar conciencia de sus derechos (y, sobre todo, de la negación de éstos). Así la Federación Agraria, símbolo de resistencia contra los dueños de la tierra en ejercicio de omnímodos y unilaterales poderes sobre ésta, se acercan a la oligárquica Sociedad Rural para hacer frente a la “peonada” (sobre todo golondrina), que ponían el peligro el precario equilibrio de la ecuación económica de la que gozaban, ante la baja retribución convenida de la mano de obra (entre ambas entidades).
Parece sobreabundante, pero es claramente ejemplar los episodios de Talleres Vasena y de la Patagonia, sobre todo cuando se analiza lo limitado y justo de los reclamos y la desproporción que sobre los que reclaman descarga el gobierno.
Las tensiones entre los sectores industrialistas y agrario no resultan de tratamiento adecuado por parte del radicalismo.
Quienes bregaban por una economía dual, al estilo de las surgentes Canadá y Australia, se encontraban con quienes solo pensaban en sostener su producción ganadera y agrícola, con un mercado (el inglés) cuasi único y cuyo pago en gran parte se hacía con manufacturas industriales inglesas, por lo que el desinterés por un desarrollo industrial no mostraba ignorancia sobre la importancia de éste, solo defensa de sus negocios exportadores.
II.-El fantasma soviético.-
El clima de protestas y reclamos de los sectores antes descriptos, solo morijerado por ciclos ascendentes de la economía, pero que no significaban más que un paliativo a aquellas, encuentran un motivo de temor insoslayable: la revolución rusa, que ya había sido precedida por la revolución mejicana. En ambas campeaba el reclamo de la reforma agraria, la estatización de los medios de producción y reformas sociales impensables para los dueños del poder en la época.
La posibilidad cierta de que el ciclo de relativa prosperidad pos guerra tornara en una depresión de mayor alcance que las anteriores, potenciaron aquellos temores, pues la situación podía ser insostenible y los privilegios y prebendas de los reales detentadores del poder perderse.
Esto se transforma en una actitud conspirativa, ante la sospecha que esa ya antigua pero no menos temida entrada electoral de 1912 abriera la puerta institucional a reclamos que no estaban en condiciones de conceder. Reforzaba la posición la imbatibilidad electoral del radicalismo, quién había colocado en la Casa Rosada a los últimos tres presidentes en forma consecutiva.
Como antes hemos dicho, las instituciones militares respondían a los intereses de las clases dominantes, habiendo quedado bien claro incluso durante el período de gobierno radical. Su integración, en lo que a los altos mandos correspondía, se nutría de los hijos del poder.
La visión sesgada de la realidad, y sobre todo, el mandato de resguardo y baluarte de los valores que representaba esa autodenominada aristocracia nativa, devenida oligarquía por el uso y abuso del poder ilimitado que su posición privilegiada le permitía, convertía a la estructura militar de la época en guardianes de estos usos y abusos. Y beneficiarios y/o integrantes de dichos privilegios…
Así llega el 6 de septiembre de 1930.
No solo cae el gobierno constitucional, sobre todo se pretende entronizar una concepción anticomunista, conceptualizando a esta posición política como demoníaca, con un nacionalismo agreste, xenófobo y racista. De esto da cuenta la posterior posición de la Sociedad Rural, cuando al sancionarse el Estatuto del Peón Rural, manifiesta que entrometerse en la relación del trabajo de campo, que es de afecto y fidelidad (sic), cuasi familiar en el duro trabajo rural, perturba el equilibrio y la natural armonía que siempre existió entre el patrón y el peón. Por supuesto que además de interesado y crudamente falsa, pretende ver en el extranjero la causa de todos los males, pues llenaron la cabeza de los peones con reinvindicaciones innecesarias, pues siempre habían vivido así y sido felices…
Le sigue el sostén del ejercicio del poder, con el recurso del fraude como necesidad patriótica, ante la posibilidad de que, como habían demostrado elecciones provinciales, volvieran al poder flojas formaciones políticas que abrieran las puertas a las tan temidas protestas.
III.-Otras fuerzas armadas.-
El avance de las comunicaciones, los viajes de perfeccionamiento de sus integrantes y, sobre todo, un distinto origen social, imponen nuevas obligaciones a las fuerzas armadas que llegan a los mandos medios a principios de la década del cuarenta en Argentina.
El profesionalismo, que impuso también el contacto con profesiones antes ajenas a lo militar, como la ingeniería, la química, la industria aérea, los estudios estratégicos en lo que hace a la energía que ya había expuesto Mosconi, el ejemplo de Savio en los recursos naturales y el autoabastecimiento de materiales fundamentales, el acercamiento de los intelectuales, luego de la Reforma Universitaria, a la realidad del país, el informe de Bialet Massé y la ubicación de unidades militares en el interior del país, con rotación de su comandancia, entre otros muchos elementos, dieron como resultado una generación de militares no solo conocedores de la realidad, sino convencidos de la necesidad de modificar las injusticias de la misma.
La medida de los privilegios significaba el detrimento de los derechos de la Nación en su conjunto.
Pretendieron industrializar el país, comenzaron a hablar de otorgar créditos industriales, de mercado interno, de valor agregado. Cierto es que partieron de la cobertura de las necesidades de equipamiento militar, que precisaba de una industria inexistente, pero arribaron a conclusiones mucho más amplias.
Antes del golpe de 1943, ya se habían forzado intervenciones del Estado en la economía con Juntas reguladoras de distintas actividades económicas y el Banco Central.
Pero la Segunda Guerra colocó en situación de debilidad a quienes ostentaban hasta entonces las llaves de la economía. La agricultura pampeana atravesaba una difícil situación, con imposibilidades para colocar su producción y con un gobierno aislado y en rápida descomposición.
Entendieron que no solo era cuestión de cambiar hombres, lo que se precisaba eran ideas, ejecutables, precisas y orientadas al bienestar general, no se pequeñas minorías.
Quien fuera el representante del gobierno que derroca a Castillo, general Diego Masón, en la reunión que se realiza en el Regimiento 7 de Infantería en La Plata, luego que el presidente derrocado abandona el buque de guerra donde se había refugiado y firma su renuncia, es luego designado Ministro de Agricultura.
La crítica situación en que se encontraban los chacareros halla en éste funcionario quién los escuche, y comprendiendo la situación, actúe en su favor (y consiguiente perjuicio de los dueños de la tierra). Así, decidió una reducción drástica y compulsiva de los arriendos, la suspensión de los desalojos y las renovaciones de los contratos. La consecuencia de esto resultó en un ingreso reducido de los locadores, con imposibilidad de desalojar y una inflación que derrumbaba los ingresos que de esto provenían. Así, accedieron a la propiedad muchos arrendatarios, pues resultaba menos gravoso desprenderse de la tierra que obtener de ésta una nula renta.
El origen de quienes integraban el GOU, logia militar decidida a transformar el país (aún sin poseer una única identidad y con las contradicciones lógicas de este tipo de grupos), se mostraba diferente. El coronel Mercante era hijo de trabajadores (ferroviarios en el caso), Perón hijo de campesinos humildes del oeste de la provincia, que recorre parte de la Patagonia con su padre, por las ocupaciones de éste como empleado, los coroneles Filomeno Velazco, José Domingo Mujica y Mujica también provenían de familias sin prosapia ni blasones que ostentar, a cambio conocían la realidad de las clases trabajadoras, tanto de las ciudades cuanto del campo argentino.
Los sucesivos desplazamientos de Rawson y Ramirez fueron muestras de la escasa representatividad de los mismos con relación a las pretensiones de cambio del grupo citado.
El consenso que logra el general Farrell, más allá de sus simpatías con las inquietudes del GOU, también se decide en la permeabilidad que a las mismas demuestra, no siendo ajeno el hecho de que también proviniera de una familia de modesto alcance económico.
El resto de la historia resulta más conocido. Transformaciones laborales, sociales, institucionales, económicas, sanitarias y educativas alcanzan a todo el país, con una capacidad de cambio como no había conocido en sus casi ciento cincuenta años de historia.
El gran artífice resulta ese coronel que se integró al GOU, que había acompañado el golpe de 1930, que había visto la injusticia y se decidió a combatirla, pero el movimiento que le permitió realizar ese cambio fundacional contó con un grupo de decididos y valientes camaradas de armas, que también comprendieron en ese golpe de 1943, único estrictamente militar, que el rol no debía ser guardianes a sueldo de la opresión, sino vectores de justicia y voceros de aquellos que, luego, una tarde del 17 de Octubre de 1945, le susurraron a Raúl Scalabrini Ortiz que iban en busca de la historia, pues “… era el subsuelo de la patria sublevada, era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto…”
Bibliografía:
“Los presidentes argentinos”, Fernando Sabsay, Edit. El Ateneo
“La burguesía terrateniente, Argentina 1810- 1945” , Roy Hora, Ed. Capital Intelectual.-
(*) Profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Lomas de Zamora