por Marcelo Calvente
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El sueño de campeón que a partir de la 10º fecha Lanús fue construyendo semana a semana con buenas actuaciones y con una impactante seguidilla de siete victorias al hilo -algo muy poco frecuente en la Primera División del fútbol argentino- que se terminó hace siete días en La Fortaleza con el empate en cero ante Estudiantes, definitivamente se desmoronó ayer en el Monumental con la sorpresiva derrota ante un impresentable River Plate por 1 a 0, dejando además al granate al borde de la no clasificación a la Copa Libertadores, el segundo objetivo que se perseguía. Si bien el resultado significó un duro golpe al corazón del hincha, que desde el título de Campeón del Apertura 2007 en adelante viene padeciendo varias frustraciones, siempre con Vélez como verdugo, el equipo se retiró del campo aplaudido por los casi cuatro mil hinchas que lo acompañaron. Fue el 2 de diciembre de 2012, exactamente cinco años después de la inolvidable conquista obtenida en la Bombonera, y si bien no hubo ni habrá festejo alguno, la sensación es que con el cuerpo técnico dirigido por Guillermo Barros Schelloto el equipo ganó en equilibrio, en disposición para la marca y en calidad de juego, quedando en deuda en lo que respecta al gol, algo que largamente mereció en estos últimos dos partidos, pero que al no llegar provocó el nerviosismo que terminó por nublar su juego atildado y hundirlo en la derrota.
“Sin un nueve no se puede” fue la sentencia que tanto se escuchó al comenzar el ciclo, la misma que dejó de oírse mientras se cosechaban una tras otra las victorias, la misma que retornó ayer con más fuerza aún; es sabido, para el hincha algo o alguien tiene que tener la culpa, y no cuentan los imponderables, ni lo anímico y mucho menos la buena o mala fortuna.
“Yo lo dije, había que traer un nueve” repiten, convencidos de tener la posta. Son los mismos que aplauden el presente institucional, que elogian el orden político, que se ufanan de ser la mejor y más solvente entidad entre las 20 que compiten en el primer nivel, pero que no pueden blindar el razonamiento y protegerlo de los sentimientos apasionados que despierta el amor a los colores.
Para encarar el presente torneo, Guillermo Barros Schelloto contaba con Regueiro, Romero y Leandro Díaz , sumado a Castillejos que retornaba al club luego de convertir 26 goles vistiendo la casaca de Rosario Central. Pese a ser conocidas sus limitaciones técnicas, la infrecuente marca lograda en el Nacional B lo hacía merecedor de una segunda oportunidad en la primera división, en el club que en su momento apostó por él arriesgando una muy importante suma de dinero que al menos hasta hoy indudablemente no redituó. Sólo había que encontrar el acompañante ideal para Regueiro, referente y máxima figura del ataque de Lanús, Guillermo probó primero con Castillejos y el resultado está a la vista: En nueve fechas conquistó un solo gol y fue de penal. En la décima pasó a ocupar un lugar en el banco de suplentes, y si bien nunca recuperó la titularidad, el entrenador le siguió dando oportunidades –aunque con muy pocos minutos en cancha- que el cordobés de Leones lamentablemente no pudo aprovechar, y el resultado es que de la cotización incalculable que su pase tenía luego de su préstamo en Central, ya poco y nada queda.
Sin embargo, y en consonancia con la racha ganadora que se inició en la fecha 10, de a poco Regueiro fue encontrando sintonía con Romero como socio de ataque, pero principalmente también con los volantes, como Pizarro, Pereyra y Valeri, que llegaban desde atrás a cerrar lo mucho y muy bueno que el zurdo uruguayo generaba con su velocidad y su picardía. Cuando el torneo transitaba por sus tres cuartas partes disputadas, Regueiro era sin duda alguna el futbolista de mejor rendimiento de nuestro medio. Pero entre la fecha 15º y la 16º, el uruguayo recibió una muy mala noticia: En un accidente automovilístico perdía la vida su sobrina y el jugador entendió que debía viajar y acompañar a los suyos. No faltó a ningún compromiso, pero a partir de ese viaje, sumado a las idas y vueltas que concluyeron con su renovación contractual en medio de la competencia, el delantero no volvió a ser el mismo y su bajón dejó al equipo sin el factor de quiebre, generador de casi todo lo que Lanús hacía en ataque. El granate siguió siendo el mejor de todos en lo que respecta al juego de conjunto, a la recuperación del balón, a la poco factible vulnerabilidad de su arco, pero se quedó sin punch y esa carencia sería determinante en la definición. No iba a poder vencer al Pincha, el primer tropezón en lo que era clara marcha de campeón, y caería derrotado en el Monumental, despertando definitivamente a sus parciales del sueño de gloria que la opacidad de sus competidores y un fixture más que accesible le auguraban.
A una fecha del final, casi afuera de los dos objetivos, hay que reconocer que el equipo de Guillermo dejó una imagen muy auspiciosa de cara al futuro inminente, y el entrenador logró en un solo torneo todo el prestigio que a sus colegas suele costarle tanto más. Tal vez se hubiera dado con la llegada del famoso nueve que no está, pero no haberlo traído es la prueba de que la estabilidad económica, la solvencia institucional y la cordura dirigencial no se van a rifar en una apuesta desesperada por obtener un nuevo campeonato, algo que está más que claro pronto llegará, y ese es el máximo logro que con orgullo podemos exhibir en esta hora en que los envidiosos nos dedican sus cargadas.