por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comEl repaso y la recreación de hechos destacados de la historia del club Lanús, y con él, de los más de ciento diez años de vida del fútbol argentino, nos lleva invariablemente a pensar cuanto cambió todo desde los tiempos en que en cualquier esquina de las principales ciudades de nuestro país una veintena de entusiastas jóvenes fundaban un club para jugar al fútbol. Del nuevo fenómeno que crecía a principios del siglo XX como un entretenimiento amateur, a este presente de súper profesionalismo con la televisión como sujeto y los jugadores como objeto del negocio, los clubes son apenas puentes por donde pasa el dinero que sale del público, ahora impersonal, convertido en puntos de rating televisivo, cuyo usufructo va a parar a las cuentas de los dueños del negocio y a los bolsillos de los futbolistas, quienes junto con el balón, los árbitros y
el campo de juego siguen siendo los únicos indispensables de esta historia.
Para comprender la controvertida y tan anunciada como frustrada vuelta del Pepe Sand a Lanús es conveniente hacer un poco de historia y observar los cambios que la aparición de la TV fueron ejerciendo en todos estos años, modificando sustancialmente la distribución de dividendos del negocio. Hay que remontarse a los inicios, allá por el novecientos, cuando aquellos entusiastas fundadores eran a la vez los dirigentes, el cuerpo técnico y los propios futbolistas del equipo, y el público iba llegando de a poco. Tres décadas después se empezaban a construir estadios con capacidad para albergar hasta sesenta mil personas, las más populares de aquellas asociaciones sin fines de lucro se convertían en entidades deportivas poderosas y millonarias que se quedaban con la mayor parte de las ganancias y se hacían cargo de los moderados salarios de los jugadores.
Pronto casi todos los argentinos adoptarían una divisa, aunque no todos serían asiduos concurrentes a los estadios, conocedores del juego y los protagonistas. La mayoría eran hinchas pasivos, e incluso varias generaciones de simpatizantes del interior del país habían adoptado ídolos deportivos cuyas hazañas sólo conocían por fotos de diarios y revistas o por los primeros relatos radiofónicos, pero nunca los habían visto en acción. La televisión llegaría más tarde y su intromisión sería lenta y paulatina pero muy determinante. Empezó a interesarse con las Copas del Mundo de la segunda mitad del siglo, pero la aparición de Maradona produjo el hechizo que sumó a los telespectadores más remotos, y luego Ronaldinho, y ahora Messi, ya en tiempos de Internet, la gran platea de ilimitadas locaciones dispersas por el orbe. Buscando con paciencia -y con un poco de suerte- un hincha de El Provenir radicado en Alaska puede seguir la campaña del equipo de Ventura desde el iglú. El dinero del fútbol, está claro, ya no se trata de la recaudación por venta de entradas, sino del aporte incalculable que el mercado consumidor, a su manera, deja en las arcas de las empresas que monopolizan la comunicación y emiten los partidos por TV.
La globalización también infló los ingresos de las estrellas, y el fútbol argentino, de economía argentina, empezó a distanciarse de la posibilidad de formar equipos a la altura de los mejores del planeta como era su costumbre. El éxodo le empezó a quitar el esplendor que lo había hecho multitudinario, pero los hinchas de equipos grandes seguían exigiendo títulos. Para lograr formar un equipo competitivo, los dirigentes empezaron a rifar el futuro de la mayoría de las entidades señeras más poderosas, los cinco grandes, de los cuales sólo Boca aún mantiene ese status de grandeza también en lo institucional. El resto, Independiente, San Lorenzo y Racing luchan por mantenerse, y River lucha por volver a ser aquel que fue. En el medio, algunas instituciones comprendieron que se trataba de un negocio difícil y tuvieron la lucidez, dentro de los alcances del estatuto y la democracia interna, de organizarse como empresas, de ser austeros, de brindar servicios y comodidades a sus socios, y de implementar la formación de futbolistas recién bajados de la cuna para tratar de armar buenos equipos y obtener recursos con sus transferencias a ligas más poderosas. Vélez y Lanús lideran esa lista que no termina de extenderse porque los demás no encuentran conducciones políticas organizadas que se mantengan al frente gracias a su eficiencia. Sin unidad política siempre se vuelve a empezar y eso impide la consolidación definitiva. El futuro dependerá de quien tome las respectivas decisiones, y las mismas deberán ajustarse a presupuestos de cumplimiento posible y apelando al orden como eje absoluto del funcionamiento general de cada club.
Finalmente el Pepe firmó con Racing, y como no juega, ya empieza a mover alfiles que anuncian una vez más su retorno inminente, y el juego de los dobles mensajes tal vez vuelva a dominar la escena en diciembre, cuando el que le dijo no y explicó el porqué ya no conduzca el club. Quienes lo sucedan deberán tener cuidado y poner las cartas sobre la mesa para no caer en su trampa. Los descendientes de aquellos fundadores jóvenes y entusiastas movidos por el espíritu deportivo netamente amateur son estos profesionales que cambian de casaca como de calzón, a veces por un dinero irrechazable, en otras por una promesa insolvente y un cheque de respaldo dudoso. Solo aquella pasión que desbordaba las tribunas durante décadas aún sigue viva e inalterable, y ahora se multiplica en infinitas direcciones, hasta llegar al hogar de cada uno de aquellos que siempre amarán a su divisa, aunque su vida transcurra en los puntos más remotos del planeta.
José Sand especuló de mala forma con ese sentimiento. A los socios y simpatizantes les juró amor a los colores, en tanto a los dirigentes les exigía sumas y procedimientos imposibles de aceptar. Un accionar incalificable de quien se había ganado el sitial de ídolo convirtiendo goles y colaborando como casi nadie para la obtención del título de Campeón 07. Es tiempo de cambiar la relación dialéctica: Que por un lado, los jugadores dejen de engañar a los simpatizantes sobre sus sentimientos de pertenencia a tal o cual camiseta, y por el otro, que los parciales dejen de creerles. Sólo alcanzará el triunfo y el reconocimiento aquel que se destaque por sus virtudes y sus buenas actuaciones, al resto le quedará vivir y muy bien de un trabajo hermoso y envidiable: Ser jugador de fútbol profesional, el mejor de todos los juegos inventados por el hombre. La gloria y el agradecimiento eterno de los hinchas es algo mucho más valioso, y está destinado solo para aquellos que lo sepan apreciar y respetar en su justa medida.