por Alejandro Chitrangulo
Dormir bien es fundamental para nuestra salud, y no sólo eso; el buen sueño nos permite cumplir con las exigencias diarias en nuestro trabajo y vida social. Descansar es mucho más que un placer: es una necesidad para nuestro bienestar, en todos los planos de nuestra vida. En el trabajo, la falta de buen descanso puede manifestarse de diversas maneras. Los ojos y el sentido visual se ven afectados, hipersensibles a los estímulos de la luz y a otros factores. Nuestra capacidad de lectura se ve afectada como también la concentración. En el cuerpo aparece el cansancio, la pesadez, problemas gástricos y falta de energías. Pero fundamentalmente dormir essumamente importante para tener una buena salud emocional. Los adultos jóvenes que descansan menos de cinco horas por día tienen un riesgo tres veces mayor de sufrir una enfermedad mental, en comparación con las personas de su edad que pasan entre 8 y 9 horas en la cama.
Dormir y soñar
En un estudio publicado en la revista Sleep, realizado por el Instituto George de Salud Global, se trabajo con 20.822 hombres y mujeres de 17 a 24 años de edad. Los investigadores siguieron su estado de salud mental y física durante un año y medio, averiguando en detalle sus hábitos de sueño diarios. Nick Glozier, director del proyecto, comenta «Nuestra investigación reveló un número de conexiones entre ciertos problemas de salud mental y la falta de sueño en los adultos jóvenes». Agregando, «una menor duración del sueño se asocia de una manera casi lineal con el stress psicológico prevalente y persistente en los adultos jóvenes. Solo los individuos que dormían muy poco mostraron un riesgo mayor de desarrollar nuevas angustias y aflicciones».
Los autores también notaron que la falta persistente de sueño aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y aumento de peso en las personas jóvenes. A su vez, el estudio encontró que un problema mental tiene muchas más posibilidades de convertirse en una enfermedad crónica si la persona que lo sufre duerme menos de lo adecuado.
Glozier también aclaró que los trastornos del sueño constituyen un síntoma importante de muchos problemas mentales, como la depresión. De hecho, en algunas ocasiones suelen constituir un síntoma temprano del comienzo de un ataque o problema psicológico. «Los cambios modernos en el estilo de vida contribuyen de manera importante a estos problemas, y es evidente que la interrupción de los patrones del sueño es un factor de riesgo fundamental para el desarrollo de muchos tipos de problemas mentales», concluyeron los autores.
Soñar mejora el proceso cerebral
Esta es la principal conclusión de un estudio del Centro Médico Diaconesa Beth Israel en Boston (Estados Unidos) que se publica en la revista ‘Current Biology’. Los investigadores aclaran que no es que cuando se aprende algo son los sueños los que hacen que se recuerde sino que parece que cuando se tiene una nueva experiencia se producen una serie de episodios paralelos que permiten al cerebro consolidar y procesar los recuerdos.
Según explica Robert Stickgold, responsable del estudio, «lo que nos ha emocionado en realidad es que después de casi 100 años de debate sobre la función de los sueños, este estudio nos dice que los sueños son la forma del cerebro de procesar, integrar y comprender la información nueva». Para Stickgold, los sueños son una clara indicación de que el cerebro durmiente está trabajando en los recuerdos en múltiples niveles, incluyendo las vías en las que mejorará de forma directa el funcionamiento.
En un inicio, los investigadores plantearon que soñar sobre una experiencia de aprendizaje durante el sueño de movimiento de ojos no rápido (NREM) conducía a un mejor rendimiento en una tarea de memoria espacial dependiente del hipocampo, una región del cerebro responsable de almacenar la memoria espacial.
Para evaluar esta hipótesis, los investigadores hicieron que 99 individuos pasaran una hora entrenando en una tarea de laberinto virtual, un ejercicio informático en el que se les pide navegar y aprender un laberinto complejo tridimensional con el objetivo de llegar a un punto final lo más pronto posible.
Tras el entrenamiento, los participantes eran asignados a una siesta de 90 minutos o a participar en actividades tranquilas pero manteniéndose despiertos. En varios momentos se pidió a estas personas que describieran lo que pasaba por sus mentes o en el caso de quienes dormían sobre qué soñaban. Cinco horas después del ejercicio inicial, los sujetos volvieron a pasar por la tarea del laberinto. Aquellos que no durmieron no mostraron signos de mejoría en la segunda prueba, aunque hubieran estado pensando en el laberinto durante el periodo de descanso. De forma similar, quienes durmieron pero no dijeron haber tenido ningún sueño en relación al laberinto o pensamientos durante este periodo de sueño, mostraron poca o ninguna mejoría.
Pero, quienes durmieron y describieron sueños sobre la tarea demostraron una destacable mejora, 10 veces más que la mostrada por quienes durmieron la siesta que dijeron no tener sueños sobre el laberinto.
Según explica Erin Wamsley, coautora del estudio, «estos soñadores describían varios escenarios como ver a personas en los puntos de control de un laberinto, estar perdidos en una cueva de murciélagos o incluso escuchar música de fondo de un juego informático». Estas interpretaciones sugieren que no sólo es necesario dormir para consolidar la información sino que los sueños eran un reflejo aparente de que el cerebro estaba ocupado trabajando en esta tarea.
Los autores añaden que los sujetos que mejor realizaron la tarea no estaban más interesados o motivados pero sí funcionaban peor durante el ejercicio de entrenamiento. «Nuestros descubrimientos sugieren que si algo es difícil para la persona, se considera más importante y el cerebro que duerme por ello se centra en ese tema, sabe que es necesario trabajar sobre ello para mejorarlo y aquí parece ser donde más beneficioso puede ser soñar», apunta Wamsley.