Por Marcelo Calvente
marcelocalvente@hotmail.comPara poder entender el fenómeno que significa el fútbol argentino hay que partir de la intensa atracción que este pueblo perdido en el confín del mundo sintió por el nuevo juego desde que lo conoció, a fines del siglo XIX, cuando los marineros británicos lo practicaban en su ratos de ocio. Observar la verdadera explosión de adhesión popular que despertó en los criollos durante las tres primeras décadas del siglo XX, precipitando el profesionalismo. Evaluar el deslumbrante espectáculo que se brindaba en las canchas argentinas durante las tres décadas siguientes, de los 30 a fines de los 50, vanguardia
mundial de la habilidad y el talento, retaguardia de la organización y la aplicación al trabajo, el saldo vuelve en avión desde Suecia y una multitud acude a Ezeiza para repudiar a los jugadores que se creían los mejores hasta que la nueva realidad futbolística mundial les adelantó los pasajes. Tres décadas más para aprender la lección, y esta vez sí, alcanzar la supremacía que siempre creíamos tener con dos títulos mundiales e infinidad de grandes jugadores desparramados por el mundo, dejando un sello de calidad, talento y picardía sintetizada en la mano de Dios y el barrilete cósmico como muestra gratis, hasta que promediando los 90 otra vez empezamos a volver antes de lo pensado en cada competencia internacional. Tiempos de crisis, el orden se impone sobre la tradición, la austeridad superando al despilfarro, y el impensado patapúfete total, arriba los de abajo, Newell’s, Vélez, Estudiantes, Lanús, Banfield, Argentinos y Arsenal festejaron títulos, mientras los grandes pelearon contra el descenso. En eso estábamos cuando la crisis se extendió a toda la económica mundial para complicar aún más la situación.
Por otro sendero nos tropezamos con la aparición de la televisión, cuando el espectáculo ya tenía más de seis décadas de exitosa convocatoria. Primero fue tímidamente, los partidos de viernes por la noche, el Mundial de México 70, los goles los domingos, después de la fecha. La pobre tecnología no podía competir con la excelencia de lo que se observaba en los terrenos. De Ermindo a Bochini, de Rojitas al Beto Alonso, de Sanfilippo a Miguel Brindisi, el fútbol argentino era una fiesta, hasta que el éxodo de futbolistas empezó, la guita se malgastó o se afanó, y en los laberintos de una economía creciente en dimensión y complejidad, el desbarajuste empezó con los tradicionales clubes chicos como Atlanta, Platense, Témperley, Ferro, Chacarita y también Lanús, siguió con San Lorenzo, luego con Racing, después con Huracán, y al final del camino hasta con el mismísimo River. Multitudes acostumbradas a los festejos vieron celebrar a las minorías frecuentadoras de sinsabores, pero por televisión, alejándose de a poco de los estadios cada vez más inseguros. Eso venía sucediendo hasta que el Estado se mete y la señal se interrumpe.
Hay un tercer plano de análisis, partiendo desde un inicio festivo y cordial, sin división en las tribunas y sin violencia,. que una tarde de junio del 68 se aplasta contra la Puerta 12 para que ya nada vuelva a ser igual, para que la rivalidad se vuelva peligrosa, vandálica y elemental. Que en el fútbol la vida no vale nada lo certifican los 268 muertos en los estadios y adyacencias. La TV se había adueñado del fútbol, entonces el Estado se adueña de la TV y llega el Fútbol para Todos y toda la muerte que no para, y entonces, el gbierno comprende que el ocaso natural de Grondona es la gran oportunidad de pasar a controlar de manera absoluta algo que tanto dinero le cuesta. El gobierno tiene en el fútbol un buen desafío: Si no lo puede rumbear, que se dedique a otra cosa.
Se impone establecer nuevas normas de control sobre la economía de cada uno de los clubes, sancionando los incumplimientos y denunciando los ilícitos, no puede ser algo tan difícil para las altas esferas políticas. Está más que probado que los que mantienen ese tan mentado orden -Vélez, Lanús, Godoy Cruz, Colon, Arsenal, All Boys, Tigre, Belgrano; Rafaela, ahora también Quilmes, Unión, San Martín de San Juan- son muchos más que los que están en caída libre, el problema es que estos son los clubes más populares. Alguien tiene que reglamentar y hacer cumplir las nuevas normas para evitar que quienes no pagan perjudiquen con sus desatinos a los que tienen sus cuentas al día.
Lo más difícil a resolver es la violencia, máxime sabiendo que como mínimo, habrá que trabajar en conjunto entre Capital y Provincia, y conformar una nueva fuerza de elite, alejada absolutamente de las comisarías y de los barrios, una fuerza bien ceñida a derecho, instruida para desbaratar a los grupos violentos, y luego, con el tiempo, recuperar con campañas de educación, fomentando normas claras para el buen comportamiento del público en general, cientos de miles de hombres, mujeres y niños que se han venido familiarizando con la vulgaridad y la barbarie, y también sueltan desde sus butacas privilegiadas la brutalidad que llevan adentro desde la cuna, y que un buen pasar o un ascenso social fueron conteniendo y ocultando. Para encaminar esta cuestión, aparentemente, es que la Presidenta convocó a los dirigentes de los clubes.
Está claro que hablamos de un negocio millonario, que poco tiene que ver con el espíritu de Alejandro Watson Hutton. Un negocio que exige de buenos espectáculos, estadios confortables y seguros, buen comportamiento de público y respetuoso trato policial, es decir, una vida de primer mundo que lejos estamos de disfrutar como pueblo. El fútbol será para todos cuando todos los clubes estén ordenados política, administrativa y económicamente; pero por sobre todas las cosas, el fútbol será para todos cuando todos ocupen un lugar digno en la sociedad, cuando todos tengan educación, salud, trabajo y expectativas, sólo entonces y definitivamente, el fútbol será para todos, cuando todos dejemos de actuar y de ser tratados como animales, y eso es algo que seguramente llevará más tiempo.